Dublineses. Джеймс Джойс
demencia terminal. Tembló al volver a escuchar la voz de su madre diciendo constantemente, con estúpida insistencia:
—¡Derevaun Seraun! ¡Derevaun Seraun![10].
Se puso en pie con un repentino impulso de terror. ¡Escapar! ¡Tenía que escapar! Frank la salvaría. Le daría vida, quizá también amor. Ella lo que quería era vivir. ¿Por qué no podía ser feliz? Tenía derecho a la felicidad. Frank la abrazaría, la estrecharía en sus brazos. La salvaría.
* * *
Estaba en medio del oscilante gentío en la estación en North Wall[11]. Él le cogía la mano y ella sabía que le estaba hablando, diciendo una y otra vez algo sobre la travesía. La estación estaba llena de soldados con petates marrones[12]. Por entre las grandes puertas del cobertizo pudo atisbar la negra masa del barco, amarrado junto al muro del muelle con las portillas iluminadas. No contestó nada. Sintió su mejilla pálida y fría; desde el desconcierto de la desazón le rezó a Dios para que la guiara, para que le mostrara cuál era su deber. El barco hizo sonar larga y lastimeramente su sirena en la niebla. Si se iba, mañana estaría en el mar con Frank, navegando a vapor hacia Buenos Aires. Sus pasajes estaban reservados. ¿Podía echarse atrás después de todo lo que él había hecho por ella? Su angustia le provocó en el cuerpo una náusea y siguió moviendo los labios en una silenciosa y ferviente oración.
Una campana sonó sobre su corazón. Sintió que él le cogía la mano.
—¡Ven!
Todos los mares del mundo voltearon alrededor de su corazón. Él la estaba arrastrando a ellos: la ahogaría. Se agarró con ambas manos a la verja de hierro.
—¡Ven!
¡No! ¡No! ¡No! Era imposible. Sus manos aferraron el hierro frenéticamente. ¡Entre los mares ella lanzó un grito de angustia!
—¡Eveline! ¡Evvy!
Él pasó apresuradamente más allá de la barrera y la llamó para que le siguiera. Le gritaron que avanzara y él seguía llamándola. Ella le presentó su blanco rostro, pasivo, como un animal desvalido. Los ojos de ella no le dieron señal alguna de amor, de despedida, o de agradecimiento.
[1] con su bastón de endrino. El bastón de endrino parece ser o haber sido el arma de la imagen tópica del irlandés. El endrino es el árbol de la magia negra en la mitología celta, y en el folclor irlandés se consideraba un árbol de la mala suerte. Con su madera se fabricaban las porras de los policías. También son sus ramas las que se utilizaron para tejer la corona de espinas de Jesucristo.
[2] la beata Margaret Mary Alacoque. Margarite Marie Alacoque fue una monja francesa que dijo haber tenido una serie de revelaciones en las que Jesucristo le había instruido sobre la devoción a su sagrado corazón, el cual no sólo le había mostrado, sino que incluso en una ocasión, había permitido que la monja posara su mano sobre el propio órgano. Tras iniciales reticencias, la Iglesia de Roma la beatificó en 1864 (posteriormente la canonizó). La devoción católica del Sagrado Corazón es una de las más extendidas, y toma el corazón físico de Jesucristo como representación de su amor por la humanidad. Consiste en una serie de ritos a cambio de los cuales quien los practique recibirá doce bendiciones, entre las que se incluyen: paz para su familia, consuelo en sus tribulaciones, bendiciones para sus empeños, y «la fuente e infinito océano de la piedad» para los pecadores.
[3] se dedicaba al negocio de la decoración de iglesias. Por extraño que pueda parecer, en la época era un negocio próspero, lo mismo que la propia construcción de los templos.
[4] La llevó a ver La chica bohemia. Una ópera ligera estrenada en 1843 con libreto de Alfred Bunn (1796-1860) y música de uno de los compositores favoritos de Joyce, Michael Balfe (1808-1870), nativo de Dublín. El argumento narra las aventuras de una niña noble raptada por gitanos, que finalmente vuelve a la vida aristocrática. En Barro se cita la canción más famosa de esta ópera y se menciona al compositor.
[5] cuando él cantaba sobre la joven que se enamora de un marinero. Se trata de una canción de principios del siglo XIX así titulada –The lass that loves a sailor– compuesta por Charles Dibdin: «En el océano la luna fue perturbada por una onda / regalando un quebrado deleite. / Los alegres marineros pasaron la voz para un trago / y un brindis, pues era la noche del sábado. / A alguna novia o esposa que amaban como a su vida, / cada uno brindó y poder llamar deseó; / pero el brindis que más gustó, / fue «El viento que sopla, / el barco que surca, / y la joven que se enamora de un marinero.» [«The moon on the ocean was dimmed by a ripple, / Affording a chequered delight, / The gay jolly tars passed the word for a tipple, / And the toast, for ‘twas Saturday night. / Some sweetheart or wife he loved as his life, / Each drank and wished he could hail her; / But the standing toast that pleased the most / Was ‘The wind that blows, / The ship that goes, / And the lass that loves a sailor’».]
[6] Solía llamarla Poppens. Es diminutivo de popped, un apodo familiar ya obsoleto en la época, aplicado cariñosamente a personas pequeñas.
[7] los terribles patagonios. El mito de una raza de gigantes que habitaba la región del Estrecho de Magallanes se originó con Description d’un voyage autour du monde (1771), las influyentes crónicas del viaje de circunnavegación de Louis-Antoine de Bougainville (1729-1811). En el momento en que sucede la acción cualquier persona medianamente instruida conocía la falsedad del mito.
[8] la colina de Howth. Es un promontorio situado en la peninsula de Howth, al norte de Dublín, popular lugar para excursiones campestres.
[9] ¡Malditos italianos! ¡Venir aquí! No existía en Irlanda una significativa inmigración italiana en la época, lo que ha llevado a sugerir la idea de una alusión al papel de la Iglesia católica en la sociedad irlandesa.
[10] ¡Deveraun Seraun! No se sabe qué significan estas palabras, que se han convertido en una especie de acertijo o código secreto entre los aficionados a Joyce. Entre las distintas interpretaciones, las más sensatas parecen ser las que ven en ellas palabras del gaélico mal pronunciadas, aunque las interpretaciones son enormemente diversas: desde «la muerte está muy cerca» o «el final del placer es el dolor», o «pequeña mía, coge mi mano», hasta «el único final son los gusanos» o incluso «había una onza de pan».
[11] North Wall. El punto de embarque del barco de Dublín a Liverpool, desde donde partían los barcos transatlánticos de la Allan Line en la que Frank había trabajado.
[12] soldados con petates marrones. El tráfico marítimo con Inglaterra estaba siempre plagado de soldados ingleses destinados a Irlanda.
DESPUÉS DE LA CARRERA
Los coches venían raudos hacia Dublín, corriendo parejos como bolitas por el surco de la carretera de Naas[1]. En la cima de la colina de Inchicore se habían reunido grupos de espectadores