Retrato de la Lozana Andaluza. Francisco Delicado
Beat. ¿Pues no veis que dice que habia doce años que jamas le pusieron garvin ni albanega, sino una princeta labrada de seda verde á usanza de Jaen?
Ter. Hermana, Dios me acuerde para bien, que por sus cabellos me he acordado que cien veces os lo he querido decir: ¿acordaisos el otro dia cuando fuimos á ver la parida, si vistes aquella que la servia, que es madre de una que vos bien sabeis?
Cam. Ya os entiendo; mi hijo le dió una camisa de oro labrada, y las bocas de las mangas con oro y azul. ¿Y es aquélla su madre? más moza parece que la hija; y ¡qué cabellos rubios que tenía!
Ter. Hi, hi, por el paraíso de quien acá os dexó, que son alheñados por cobrir la nieve de las navidades. Y las cejas se tiñe cada mañana, y aquel lunar postizo es; porque si mirais en él, es negro, y unos dias más grande que otros; y los pechos llenos de paños para hacer tetas, y cuando sale lleva más dixes que una negra, y el tocado muy plegado por henchir la cara, y piensa que todos la miran, y á cada palabra su reverencia, y cuando se asienta no parece sino depósito mal pintado, y siempre va con ella la otra Marirodriguez la regatera, y la cabrera, que tiene aquella boca que no paresce sino traga caramillos, que es más vieja que Satanas; y sálense de noche de dos en dos, con sombreros, por ser festejadas, y no se osan descobrir que no vean el ataute carcomido.
Beat. Decime, prima; ¡muncho sabeis vos! que yo soy una boba que no paro mientes en nada de todo eso.
Ter. Dexáme decir; que ansí dicen ellas de nosotras cuando nos ven que imos á la estufa ó veniamos; ¡veis las camiseras, son de Pozo Blanco, y baticulo llevan! Aosadas que no van tan espeso á misa, y no se miran á ellas, que son putas públicas; y cuando vieron ellas confesas putas y devotas ciento entre una.
Cam. Dexá eso y notá que me dixo esta forastera que tenía un tio que murió con los callos en las manos, de la vara de justicia, y debia de ser que sería cortidor.
Ter. Callá, que viene, si no será peor que con las otras que echó á rodar.
MAMOTRETO VIII.
Cómo torna la Lozana, y pregunta.
Loz. Señoras, ¿en qué hablais, por mi vida?
Ter. En que para mañana querriamos hacer unos hormigos torcidos.
Loz. ¿Y teneis culantro verde? Pues dexá hacer á quien de un puño de buena harina y tanto aceite, si lo teneis bueno, os hará una almofia llena, que no lo olvideis aunque murais.
Beat. Prima, ansí goceis, que no son de perder; toda cosa es bueno probar, cuanto más, pues que es de tan buena maestra, que, como dicen, la que las sabe las tañe (por tu vida, que es de nostris). Señora, sentaos, y decínos vuestra fortuna cómo os ha corrido por allá por Levante.
Loz. Bien, señoras, si el fin fuera como el principio; mas no quiso mi desdicha que podia yo parecer delantre á otra que fuera en todo el mundo de belleza y bien quista delante á cuantos grandes señores me conocian, querida de mis esclavas, de los de mi casa toda, que á la maravilla me querian ver cuantos de acá iban; pues oirme hablar, no digo nada; que ahora este duelo de la cara me afea, y por maravilla venian á ver mis dientes, que creo que mujer nacida tales los tuvo, porque es cosa que podeis ver. Bien que me veis ansí muy cubierta de vergüenza, que pienso que todos me conocen; y cuando sabréis como ha pasado la cosa, os maravillaréis, que no me faltaba nada; y agora no es por mi culpa, sino por mi desventura. Su padre de un mi amante, que me tenía tan honrada, vino á Marsella, donde me tenía para enviarme á Barcelona, á que lo esperase allí en tanto que él iba á dar la cuenta á su padre; y por mis duelos grandes vino el padre primero, y á él echó en prision y á mí me tomó y me desnudó fin á la camisa, y me quitó los anillos, salvo uno, que yo me metí en la boca, y mandóme echar en la mar á un marinero, el cual me salvó la vida viéndome mujer, y posóme en tierra; y así venieron unos de una nao, y me vistieron y me traxeron á Liorna.
Cam. ¡Y mala entrada le éntre al padre dese vuestro amigo! ¿y si mató vuestros hijos tambien que le habíades enviado?
Loz. Señora, no, que los quiere muncho; mas porque le queria casar á este su hijo, á mí me mandó de aquella manera.
Beat. ¡Ay lóbrega de vos, amiga mia! ¿y todo eso habeis pasado?
Loz. Pues no es la mitad de lo que os diré; que tomé tanta malenconía, que daba con mi cabeza por tierra, y porrazos me he dado en esta cara, que me maravillo que esta alxaqueca no me ha cegado.
Cam. ¡Ay! ¡ay! ¡guayosa de vos, cómo no sois muerta!
Loz. No quiero deciros más, porque el llorar me mata, pues que soy venida á tierra que no faltará de que vivir; que ya es vendido el anillo en nueve ducados, y di dos al arriero, y con estotros me remediaré si supiese hacer melcochas ó mantequillas.
MAMOTRETO IX.
Una pregunta que hace la Lozana para se informar.
Loz. Decíme, señoras mias: ¿sois casadas?
Beat. Señora, sí.
Loz. ¿Y vuestros maridos en qué entienden?
Ter. El mio es cambiador, y el de mi prima lencero, y el de esa señora que está cabo vos es borceguinero.
Loz. Viva en el mundo; y ¿casastes aquí ó en España?
Beat. Señora, aquí; mi hermana la viuda vino casada con un trapero rico.
Loz. ¿Y cuánto há que estáis aquí?
Beat. Señora mia, desde el año que se puso la Inquisicion.
Loz. Decíme, señoras mias; ¿hay aquí judíos?
Beat. Munchos, y amigos nuestros; si hubiéredes menester algo dellos, por amor de nosotras os harán honra y cortesía.
Loz. ¿Y tratan con los cristianos?
Beat. Pues ¿no lo sentís?
Loz. ¿Y cuáles son?
Beat. Aquellos que llevan aquella señal colorada.
Loz. ¿Y ellas llevan señal?
Beat. Señora, no; que van por Roma adobando novias y vendiendo soliman labrado y aguas para la cara.
Loz. Eso querria yo ver.
Beat. Pues id vos allí, á casa de una napolitana, mujer de Jumilla, que mora aquí arriba en Calabraga; que ella y sus hijas lo tienen por oficio, y áun creo que os dará ella recabdo, porque saben munchas casas de señores que os tomarán para guarda de casa y compañía á sus mujeres.
Loz. Eso querria yo, si me mostrase este niño la casa.
Cam. Sí hará. Vén acá, Aguilarico.
Loz. ¡Ay, señora mia! ¿Aguilarico se llama? mi pariente debe ser.
Beat. Ya podria ser; pues ahí junto mora su madre.
Loz. Beso las manos de vuestras mercedes, y si supieren algun buen partido para mí, como si fuese estar con algunas doncellas, en tal que yo lo sirva, me avisen.
Beat. Señora, sí, andad con bendicion. ¿Habeis visto? ¡qué lengua! ¡qué saber! Si á ésta le faltáran partidos decí mal de mí; más beato el que le fiára su mujer.
Ter. Pues andaos á decir gracias, no sino gobernar doncellas,