La masonería. Francesc Cardona

La masonería - Francesc Cardona


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los países Bajos pasó a Francia donde fue secretario de Fénelon. Marchó después a Escocia a la corte del rey Jacobo II ya como baronet (pequeña nobleza) en 1730, y acompañó a poetas como Louis Racine y Jean Baptiste Rousseau, su obra principal es su Discurso que pronunció entre 1736 y 1738 en la logia de Lunéville en la que anunció la necesidad de establecer leyes esotéricas precisas “válidas para los siglos venideros”. Estas reglas habrían de tender a promover “la república, de la que cada nación es una familia y cada particular un hijo”. Pero los hombres que conviene reunir “son aquellos que, poseyendo un espíritu ilustrado, costumbres dulces y humor agradable”, estaban igualmente abiertos al amor de las Bellas Artes, así como a los grandes principios de virtud, ciencia y religión.

      Andre-Michel Ramsay

      Asociados estos principios a los de los antiguos cruzados, “luego a los de los reyes y los príncipes que, de regreso de Palestina, fundaron logias en sus Estados”, Ramsay revela por fin que existe otra masonería distinta de la de Anderson, fundada por los príncipes escoceses ya en el siglo XIII y de la cual el rey Eduardo III se pretendía que fuera su protector.

      El Discurso fue condenado desde todos los rincones, pero quedaba sembrado el germen para la creación del rito escocés, y los Estuardo, agradecidos, desde el exilio, exigieron que el cuerpo del fundador reposara en la tumba de su familia, en Saint-Germain en Laye, allí continuó hasta que sus restos, como los de tantos otros fueran dispersados por la Revolución francesa.

      Paralelamente a la aparición de nuevos ritos (hacia 1743), siguiendo las enseñanzas de Ramsay, más o menos comprendidas, se fueron sumando grados a los tres originales de aprendiz, compañero y maestro hasta llegar a 33 en algunos casos y a más en otros, en los que, presuntamente, se iban revelando nuevos conocimientos de iniciación. Mientras que algunas logias adoptaron el misticismo de los rosacruces siguiendo a Johann Schrepfer de Núremberg, que pregonaba su predisposición para fabricar oro y exorcizar a los espíritus.

      Las divisiones continuarían. En 1751 la gran logia de York se separó de la de Inglaterra alegando que se regiría por una antigua constitución masónica que se remontaba supuestamente al siglo X. Así se arrojó el título de antigua gran logia frente a la moderna londinense a la que motejó con dicho apelativo en desprecio. Los principales núcleos de la masonería francesa se emplazaron en París, Burdeos, Lyon, Marsella y Toulouse.

      Hacia 1730 se instituyó por primera vez el embrión de una logia más que femenina mixta. Las reglas de un tipo de asociación femenina no se fijaron hasta 1760 y su reconocimiento no tuvo lugar hasta 1774.

      Curiosamente en la Orden de las Felicitarias los grados o cargos eran náuticos: grumete, patrón, jefe de escuadra y vicealmirante, era natural que el grado equivalente al de gran maestro fuera el de almirante.

      En 1745 se creó la Orden de los Caballeros y Damas del Áncora y poco después Orden de los Partidores de Leña con referencias simbólicas al bosque. Las Órdenes del Hacha o de la Cuerda tuvieron un aire más popular y festivo.

      Mientras tanto la masonería se había extendido por toda Europa alcanzando a la mismísima Rusia.

      La masonería influye en la enciclopedia

      Al compás de la creación de logias masónicas se fueron creando sociedades e instituciones culturales vinculadas a aquellas, así por ejemplo, los Societé des Arts surgida en 1726 que reunió inventores, técnicos, científicos, artistas, para los que la ciencia y las artes no eran más que una base sustentadora de sus principios morales y éticos.

      El entonces gran maestro conde de Clermont, acogió bajo su protección a la Societé.

      Fue precisamente Ramsay el gran impulsor de la idea entre las logias francesas de que cada uno de sus miembros, que por entonces se evaluaba en tres mil, donasen la cantidad de diez luises para sacar a la luz un diccionario universal en lengua francesa a semejanza de la Cyclopedia británica de Chambers (1728) que reuniese por orden alfabético todos los conocimientos humanos.

      El editor Le Breton puso manos a la obra en 1747 y tras ser en principio un simple traductor, Diderot se encargó de la dirección de la misma, ayudado principalmente por D’Alembert.

      El primer volumen salió a la luz el 1 de julio de 1751. La adaptación se había convertido gracias a Diderot, en una obra completamente original, con una doble función: informativa y de polémica ideológica; en este último aspecto, al rechazar el concepto de autoridad y la tradición en nombre del progreso, causó gran escándalo y los jansenistas16, jesuitas, la alta aristocracia y el estamento parlamentario se pusieron en contra consiguiendo su prohibición en 1752. Papel mojado porque la publicación siguió adelante gracias a la intervención de la marquesa Madame de Pompadour y el director de la librería Malesherbes.

      Sin embargo, en 1759, cuando ya se habían publicado siete volúmenes, la obra estuvo a punto de paralizarse, pero entonces se impusieron razones económicas (los editores habían realizado grandes gastos) y más o menos clandestinamente, se prosiguieron los trabajos, de modo que en 1765 ya habían aparecido los 17 volúmenes de texto y en 1772 los 11 volúmenes de grabados. Entre los principales colaboradores además de Diderot y D’Alembert, figuraban Voltaire, Montesquieu, Buffon, Grimm, Rousseau (artículos de música), Marmontel (crítica literaria), Quesnay y Turgot (economía), Dumarsais (gramática), Daubenton y la Condamine (ciencias naturales y geografía), Morellet (teología), Duclos (historia), etc., la mayor parte, miembros de las logias o impregnados de su doctrina, lo que daría origen al denominado movimiento enciclopedista que perduró hasta los albores de la Revolución.

      La masonería puso su granito de arena en lo relativo a los aspectos de la igualdad medieval entre los seres humanos, así como con las tesis acerca de la validez de la razón. Su trascendencia sería extraordinaria para el futuro, tanto próximo (1789 no tardaría en llegar) como del siglo XIX en toda Europa y en toda América.

      Había sido el duque de Antin, el primer gran maestro de la Gran Logia de Francia, el que en 1738 propuso, como coronación de la moral universal masónica y de la unidad del género humano, la redacción de la enciclopedia.

      Así fue su declaración:

      “Los grandes maestros de otros países unen a todos los sabios y artistas pertenecientes a la Orden (masonería) para redactar un manual universal que comprenda todas las artes liberales y ciencias, con excepción de la teología y la política (cosa no del todo exacta). Esta obra ya se había comenzado en Inglaterra. Mediante la acción conjunta de nuestros competentes hermanos sería posible realizar algo excelente en pocos años”.

      El historiador británico Alfred Cobban escribe:

      “El siglo XVIII fue la gran época de la francmasonería en el sentido moderno —es decir, no un gremio profesional, sino una sociedad secreta en la que se mezclaban la filantropía y la riqueza— las logias masónicas, lugares de reunión de masones con tendencia social, contribuyeron a la difusión de las ideas liberales” [Historia de las Civilizaciones, tomo 9. (El siglo XVIII) p. 431.]

      Junto a las indudables consecuencias positivas de la Ilustración, aflojaron pronto las consecuencias negativas, en especial, a partir de 1789. En 1775 Pío VI condenaba sin mencionarla a la masonería por la encíclica. Inscrutabili divinae sapientiae y es que en la propia Iglesia católica, comenzaban a infiltrarse los “hermanos”. Pío VI fallecería en una prisión francesa el 29 de agosto de 1799. Sus restos fueron trasladados a Roma en 1802 siendo sepultado en San Pedro en un mausoleo erigido por Canova.

      Dos embaucadores de pro:

      Casanova y Cagliostro

      Como suele suceder, lo positivo va acompañado de lo negativo, y la sociedad del antiguo Régimen por lo que respecta a la masonería, no pudo librarse de ello. A lo largo del siglo XVIII, una nutrida serie de estafadores, libertinos y vividores, nutrió sus filas, a los que no solo no expulsó, sino que en aras de la libertad les ayudó en ocasiones a zafarse de la justicia, citaremos dos casos: la del apuesto Casanova que algunos han denominado el don Juan italiano y la


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