La búsqueda de la verdad. Varios autores

La búsqueda de la verdad - Varios autores


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ellas se prestará especial atención a las violaciones de los derechos fundamentales de la mujer y de otros grupos vulnerables” (principio 8d); (2) Responder a la necesidad de las víctimas teniendo que, como lo expresa Jorge Ibáñez “el esclarecimiento de los hechos respondía la satisfacción del derecho a la verdad de las víctimas y sus familiares y adicionalmente llene el vacío histórico que se refleja en una necesidad social, y permite a través del relato fiel de los hechos recordar para olvidar y consecuentemente perdona”; (3) Sensibilizar sobre hechos que deben tener un reconocimiento público; (4) Brindar una forma de reparación simbólica no pecuniaria; (5) Contribuir con la administración de justicia; (6) Identificar responsabilidades; (7) Proponer decisiones políticas públicas o cambios institucionales; (8) Fomentar la reconciliación y solucionar tensiones; (9) Prevenir que la atrocidad vuelva a ocurrir.

      Muchos de estos propósitos parecen controversiales desde el punto de vista de su aptitud concreta y de su practicidad. Más allá de ello, estos nueve indicadores nos permiten comprender una especie de estándares de satisfacción que han sido atribuidos a la verdad en contextos de transición. En este contexto, las verdades insatisfactorias serían aquellas que causan zozobra, miedo, desunión, confrontación, aquellas que reviven el trauma o que lo hacen difícilmente superable para la sociedad y por tanto sufren una relegación explícita o sencillamente metodológica.

      De esta forma, por ejemplo, cuando la verdad no permita solventar tensiones tendría un problema de satisfacción, o si la comisión no permite elaborar relatos articulados que conduzcan a prevenir violaciones, en una visión de la verdad como un concepto de satisfacción, el relato articulado el cual se llegaría sería sencillamente insatisfactorio. ¿Puede realmente un relato de verdad cumplir con el propósito de prevención y solución de tensiones? ¿Se trata de un proceso social que tiene como ingrediente pertinente el informe de una comisión? ¿La acumulación de funciones y expectativas sobre las comisiones de la verdad genera un grado inevitable de insatisfacción?

      Si su objetivo primordial es la satisfacción, las comisiones de la verdad pueden operar sencillamente como un embudo de procesamiento de información que produce un conocimiento para la sociedad que debe encontrar un sentido de satisfacción para las funciones que son atribuidas bajo las ocho formas enunciadas anteriormente y que, por lo tanto, operaría un sacrificio de las demás formas de verdad.

      “Esclarecer sana” era el eslogan de la comisión de la verdad sudafricana. Esta frase cristaliza la visión que ha sido expandida en el establecimiento de las comisiones de la verdad. Bajo esta visión, la misma Comisión aceptó en su informe final que su propósito al dilucidar la atrocidad del pasado “no tenía nada que ver con la venganza; sino con ayudar a las víctimas a hacerse más visibles y convertirse en ciudadanos más valorados por el reconocimiento público y el reconocimiento oficial de sus experiencias”. En este sentido, concluyó que al revelar el lado más oscuro del pasado los responsables no solo responderían por lo que hicieron, sino que, en el proceso, tuvieron la oportunidad de “reconocer su responsabilidad y contribuir con la creación de la nueva sociedad sudafricana” (pár. 27-28).

      En Chile, el presidente Patricio Aylwin Azócar, al dar a conocer a la ciudadanía el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación en 1991, declaró que la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación había sido instaurada frente a “una herida abierta en el alma nacional, que sólo [podremos] cicatrizar si [procuramos] reconciliarnos sobre las bases de la verdad y de la justicia”. Como lo explica Pierre Hazan (2010), este acercamiento sobre la verdad hace visible un cambio en la percepción de las estrategias de reconciliación nacional que, otrora, hacían énfasis en la reunificación de las naciones a través de mecanismos de amnistía y otras formas sociales que daban preferencia a políticas de silencio antes que a la revelación exhaustiva de lo sucedido. Desde la post Guerra Fría esta tendencia se reversó: “[…] de ahora delante, después de momentos de violencia, la recomposición de la unión nacional y la reconciliación vendrían después de una necesidad por la verdad” (p. 39).

      La necesidad de esclarecer para cerrar brechas impone, sin embargo, una fuerte contradicción entre la verdad que se propone como cicatrización y la que, siguiendo con la metáfora médica, sencillamente revela la herida. Ya lo enunciaba de una forma contundente Martín Lutero: “La paz, si es posible; pero la verdad, a toda costa”. Esta frase releva una disociación entre verdad y paz (entendida como sosiego) que los discursos predominantes sobre justicia transicional hoy en día han disuelto paulatinamente.

      Tal constatación sintetiza buena parte del dilema que deben enfrentar las comisiones sobre el dolor por revelar y, específicamente, sobre sus efectos frente a las metas de unidad y superación de la violencia que las inspira. En otras palabras, muestra el enfrentamiento entre el potencial del esclarecimiento de la verdad y las expectativas fijadas por la doctrina transicional recopiladas en el acápite anterior.

      En nuestro concepto, el dilema no es absoluto pues las comisiones pueden generar con las verdades, tanto las satisfactorias como insatisfactorias, dificultad y dolor. En la instalación de la Comisión de la Verdad colombiana, el padre Francisco de Roux, presidente de este organismo, afirmaba: “Los invitamos a que va[ya]mos juntos detrás de una verdad que responda a todas las víctimas, una verdad dolorosa pero necesaria, sin sesgos ni condiciones ni negociaciones, buscada con la mayor libertad posible, sin subordinaciones, sin intereses de poder político ni de prestigios, ni de dineros. Una verdad difícil y franca” (De Roux, 29 de noviembre del 2018).

      Es de recordar las palabras del discurso de presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación peruana donde el presidente de este organismo, Salomón Lerner Febres, enfatizaba que “[L]e toca al Perú confrontar un tiempo de vergüenza nacional. Con anterioridad, nuestra historia ha registrado más de un trance difícil, penoso, de postración o deterioro social. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y la deshonra como el que estamos obligados a relatar” (Lerner Febres, 28 de agosto del 2003).

      Las expresiones de “dificultad” y “vergüenza” con ocasión de la verdad no son sino manifestaciones de las verdades insatisfactorias que un proceso de esclarecimiento de los conflictos impone; aun teniendo en cuenta que una verdad satisfactoria también puede causar dolor, inconformismo o vergüenza. Diez años después de la presentación del informe, Lerner destacó la necesidad de “‘una memoria honesta, purificada’, que no esconda las cosas malas que ocurrieron, ‘porque solo así se puede avanzar y superar’” (ICTJ, 2013).

      El beneficio de revelar verdades suele ser una discusión sin punto final. Una sociedad en transición puede compararse con un paciente enfermo. No en vano los médicos discuten con frecuencia cuánta verdad pueden recibir sus pacientes sin afectar la autonomía de su toma de decisiones. En un escenario de revelar verdades, la mejor opción, sugieren Wells y Kaptchuck (2012), es la que implica menos daño para el paciente. En una sociedad en posconflicto, no obstante, ¿cómo definir qué verdades hacen daño? Bajo ese argumento, múltiples verdades fácilmente podrían diluirse para evadir responsabilidades e insatisfacciones. El equilibrio sobre cómo generar verdades que sean provechosas para una sociedad en reconstrucción no es meta fácil de conseguir.

      La dimensión narrativa es un aspecto particularmente relevante en esta discusión. Gabriel García Márquez escribió en el informe que entregó la primera Misión Internacional de Sabios, en 1994: “Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita”. La separación de la narración de la verdad y la realidad de las comunidades, resalta García Márquez, “ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”


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