Amor es el propósito. Nayib Said Narváez Isaza
caído de la bufanda mi hermanito, y habría caído en el mar? Mi mamá me decía que ya faltaba poco.
Estos días fueron muy tranquilos, pero algunos meses después, nuevamente, empezó lo que alguna vez tanto me atormentó y me causaba muchas lágrimas, sin saber qué sucedía. En las noches empezaba el teléfono a sonar y sonar. Mi mamá lo contestaba y gritaba de la rabia hasta que lo tiraba. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué otra vez empezaba esto? ¿Qué era lo que sucedía? ¿Mamá nuevamente estaba llorando lágrimas de sangre? No, no, simplemente eran lágrimas de agua, un poco saladitas por cierto. Cuando mi papá regresó, él se encontraba trabajando mucho y siempre llegaba muy tarde incluso había noches que no llegaba. En esos casos, algunas tías venían y se quedaban con ella para acompañarla porque, por su estado, no podía hacer algunas cosas habituales. Un día cualquiera, mientras jugaba en mi cuarto, pude escuchar unos gritos de mi mamá que me hizo que el corazón se me acelerara hasta el pánico. Mi mamá, desde el corredor, le arrojaba a mi papá lo que encontraba, y él le decía que se calmara:
—¡Ligia, cálmate! ¡Ligia! ¡Ligia, te puede dar algo!
Mi mamá lloraba y lloraba, y tampoco paraba de gritar. Estas peleas no se detenían. Los días pasaban y mi mamá le decía a mi papá que no volviera, que el hijo que venía en camino no se lo merecía porque era un mal padre, un mal hombre. ¿Mi papá mal hombre? No, para nada. Mi papá me traía todos los dulces, me traía juguetes, mi papá me compraba y me ayudaba en todo lo que quería. Mamá, mamá, mi papá es muy bueno. ¿Por qué dices eso, mamita? Mi mamá no dejaba de llorar y llorar, y en silencio se quedaba. Definitivamente algo que valoro de mi mamá es que en mi niñez, pese a todo lo que sufrió y el dolor que sentía con mi padre, no me inculcó su tristeza. Ella permanecía en silencio y su dolor se lo aguantaba, lo reprimía pero seguía enfureciéndose; con esa barrigota —pensaba en mi mente de niño—, podía explotar y destruir toda la casa.
Por fin, después de muchos días —un montón de días—, nueve meses, la cigüeña había traído a mi hermano. Lo habían llamado Habib Alberto. ¡Qué felicidad! Tanto había esperado y ya tenía un hermanito; ya presumía de él en el colegio, y su cuarto estaba todo decorado, lleno de juguetes, lleno de visitas, era impresionante todo lo que le compraron. Tantos juguetes y tantas cosas que ni podía usar, y aún no podía siquiera hablar; todo me parecía raro. La gente no se detenía de visitar y felicitar a mi mamá; sin embargo, nadie podía entrar al cuarto con comida, todos usaban tapabocas, porque él permaneció un tiempo en Cuidados Intensivos por unas complicaciones respiratorias, pero gracias a Dios fue sano (Isaías 53:5).
Mi hermano estaba bien bonito, se convirtió en el cariño de todos; era muy chévere ver todo eso. Hasta que, con el pasar de los días, la atención iba sólo para él y para mí no: ya no me compraban tantos juguetes, ya no jugaban conmigo, mi mamá todo el día y la noche estaba dedicada a él; me moría de celos, me enojaba, ya lo que había pedido a la cigüeña, lo que tanto había rogado, me producía rabia, me sentía sólo, me sentía abandonado hasta por mi propia familia, y en mi propia casa todos iban para el cuarto de él y ya a mi cuarto nadie quería venir a jugar. Entonces mi distracción fue el fútbol; así me distraía para no caer en la cuenta de que todos le prestaban atención más a Habib que a mí. Hoy entiendo que eran cosas de niño, y que mi amor por mi hermano es invaluable, pese a los errores que quizás pueda cometer. A pesar de todo, Habib trajo a la casa una felicidad y una bendición para mi vida, y aunque fue un embarazo complicado —por todas los malos ratos que hubo—, para mi familia también fue una bendición la llegada de mi hermano.
Un día, después de dos años del nacimiento de mi hermano, mi mamá me estaba llevando al Colegio Hebreo Unión y se fue para donde su madre, mi abuelita Bertha. Mi papá había estado en un sepelio. Cuando salí del colegio mi mamá pasó por mí: estaba llorando, estaba muy asustada y se encontraba en un estado un poco ansioso, porque una mala noticia había acontecido: el apartamento se había incendiado completamente: todo quedó negro, las cosas materiales se habían dañado: los televisores, los muebles estaban todos quemados, la cocina; fue un caos según las fuentes de los vecinos y el cuerpo de los bomberos. La historia del incendio comenzó cuando nuestras empleadas de servicio se encontraban enfermas, eso hizo que mi madre contratara, por un par de días, a unas personas que la ayudaran en el aseo, la limpieza y demás asuntos de la casa. En el cuarto del servicio, que quedaba dentro de la cocina, la plancha quedó conectada hasta sobrecalentarse; esto logró que ésta explotara. Ahí empezaron las llamas a invadir toda la casa, que iban quemando todo poco a poco. La mayoría no estábamos allí, pero mi papá se encontraba en el cuarto de Habib; sin embargo, mi papá, luego de llegar del sepelio, decidió descansar ahí, mientras que toda la casa se encontraba en fuego, fuego puro. De repente, algo hizo que mi papá se pudiera despertar de ese sueño profundo. Cuando él abrió la puerta para salir, porque sintió algo que no estaba bien, dijo que fue la primera vez en su vida que vio el propio infierno en frente de sus ojos. Abrió la puerta y todo era oscuridad, humo y llamas. Él cerró la puerta y trató de buscar una salida, pero se encontraba en un segundo piso del apartamento, y la única forma de poder encontrar una puerta eran las ventanas, es decir, tirarse hacia el parqueadero. Mi papá pretendía tirarse con el colchón, pero cuando lo iba a hacer, los vecinos y los bomberos pudieron romper la puerta para apagar el fuego y así rescatar a mi papá, quien se encontraba ya en la ventana a punto de saltar para salvarse.
La casa se encontraba toda negra, las cosas materiales se había quemado, todo se había perdido, y, para completar, el seguro de la casa una semana antes se había vencido y mi papá no vio el afán de pagarlo. A pesar de todo, la vida de mi papá se encontraba a salvo que era lo más importante, también la del resto de la familia. La noticia nos cayó de sorpresa porque al llegar y ver todo así, fue muy fuerte para mis padres: era el sueño que mi papá le había dado a mi mamá, todas las cosas que le compró, todo lo que había planeado. Se perdieron muchos millones de pesos, pero eran cosas materiales que tarde o temprano se podían llegar a recuperar. Como les decía, la casa se encontraba en un estado impresionantemente triste, todo estaba oscuro; la verdad, parecía el propio infierno, así como mi papá lo mencionó; pero al cuarto de mi hermano Habib no le sucedió absolutamente nada: ni una mancha.
Salmos 91 (NTV)
Los que viven al amparo del Altísimo
encontrarán descanso a la sombra
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