La magia de creer en ti. Karina Petrovich
Otro detalle a tener en cuenta es que las personas de tu familia y cercanas tuyas no tienen que tener ese poder, no se gana o hereda porque sí, lo pones tú.
Por ejemplo, mi mamá tiene poder de validación, porque yo decidí dárselo, ella se lo ganó, no lo obtuvo automáticamente por ser mi mamá. No se imaginan la cantidad de mujeres que conozco cuyo poder de validación de sus mamás (igual con todo el amor del mundo, eso no tiene que ver en esta ecuación), las limita, las juzga o las etiqueta y no las deja avanzar.
De nuevo, lo hacen con todo el amor del mundo, pero hablan y opinan desde sus propios juicios, experiencias y mochila de piedras, no desde la de sus hijos y eso tiene un impacto muy grande en sus decisiones y resultados. Son caminos distintos, tiempos distintos, misiones distintas que cumplir y no podemos dejar que eso nos limite.
En mi círculo están mi mamá, mi hermano, mi esposo, un par de amigas y mi coach, nadie más. Eso no quiere decir que no escuche a más nadie o ignore a todos los demás, para nada, siempre estoy abierta a escuchar a todos, solo que yo decido no darles validez a todos, no todo penetra a la próxima capa, ese honor tiene que ganarse, es mi decisión.
¿Qué es lo peligroso de eso? Que tú evolucionas y creces, y es muy probable que la gran mayoría de las personas que están a tu alrededor no lo hagan, por lo que tienes que estar atenta y ser cuidosa con respecto a quién le permites influenciarte.
Hay dos pensamientos claves en este tema:
• Tus amigos o familia no necesariamente son tu audiencia. Si no les gusta lo que haces no quiere decir que a tu audiencia sí le guste. Mucho cuidado con esto.
• No tienes que gustarle a todo el mundo.
Tómate el tiempo necesario para decantar eso.
¿Por qué te digo esto? Para poder seguir contándote la historia de mi reunión con Alex.
Nos juntamos en un café al lado de mi casa justo una semana antes de hacer mi primer taller como coach que se llamaba “Workshop para mamás emprendedoras”. Estaba todo listo e impecablemente planificado, yo estaba feliz porque había vendido todos los cupos para llenar un pequeño salón de veinticinco personas cerca de mi casa.
Recuerdo que fue muy difícil balancear el tiempo que estaba dedicándole a la organización al evento y a cuidar a mi hijo, quien en ese entonces tenía año y medio. Yo hice todo, los artes, la publicidad, la coordinación, estaba agotada.
Sobre todo, recuerdo estar aterrorizada: ¿qué pasa si soy un desastre y todas esas mujeres se decepcionan de haber pagado para verme? ¿Qué pasa si no les gusta? ¿Qué pasa si todo sale mal?
La primera media hora de la reunión fue para ponernos al día sobre nuestras vidas, hablar de nuestras familias entre risas y cuentos. Luego, comenzó hablarme de un proyecto importante en el cuál quería que yo trabajara con él en calidad de socia, un proyecto súper interesante y con potencial, haciendo lo que yo estaba segura que hacía bien pero, sobre todo, implicaría una cantidad importante de ingresos mensuales.
Por supuesto, mi cabeza se hizo un nudo gigante en cuestión de segundos. ¿Por qué cambiar la incertidumbre por la seguridad? ¿Por qué irme por lo retador cuando puedo seguir en lo conocido y lo fácil? Mi respuesta fue: «Necesito pensarlo, en verdad estoy muy contenta y feliz con lo que estoy haciendo ahora, ¿te conté que el próximo sábado tengo mi primer taller?».
La reacción de Alex fue de asombro absoluto, ¿quién en el mundo podría rechazar una propuesta así?
Lo que siguió a continuación me marcó para siempre y se sintió como un balde de agua fría, un martillazo en la cabeza y pisar una ficha de lego al mismo tiempo:
«¿En verdad crees que te va a ir bien siendo coach y que vas a poder vivir de eso? Tú me conoces y sabes que te voy a decir la verdad siempre, y hoy te digo que tú no eres ni serás buena en eso, tú no conectas con las personas, no mueves ni inspiras y los coach necesitan hacer eso. Tú eres para estar en backstage, para armar y crear, eres la mejor en eso, usa y maximiza en lo que sí eres buena».
¡Plop! Esas dudas y miedos que hace unos segundos eran medianas, se convirtieron en un edificio de cuarenta pisos. Me dio justo en la herida sangrante. Silencio absoluto.
Tuve que contener la catarata de lágrimas que quería salir, respiré profundo y le agradecí por pensar en mí, asegurándole que luego le daría una respuesta, me puse de pie y todo el camino a mi casa no paré de llorar. Esa noche no dormí planificando todo lo que tenía que hacer para cancelar el taller, estaba hecha papelillo.
Esta persona, con poder de validación, a quien tanto respetaba, me dijo que jamás sería una buena coach una semana antes de tener mi primer taller, ¿qué carajo hago con eso?
Me di cuenta de que antes de tomar cualquier decisión necesitaba hablar con mi coach3*. En una sesión muy intensa, Pao me hizo darme cuenta de todo lo que les conté arriba, él no me conocía en esta nueva etapa, con todo lo que crecí este año, y era momento de tomar la decisión de quitarle el honor de estar en mi círculo de poder de validación. Eso no quiere decir que más nunca le hablé, simplemente sus opiniones ya no penetrarían más mis capas. Sin querer, y de manera dolorosa, Alex siguió siendo un mentor marcando el comienzo en mi camino como coach
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