La librería encantada. Christopher Morley
LARGO RECORRIDO, 43
Christopher Morley
LA LIBRERÍA ENCANTADA
TRADUCCIÓN DE
JUAN SEBASTIÁN CÁRDENAS
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: marzo de 2013
PRIMERA REIMPRESIÓN: abril de 2013
SEGUNDA REIMPRESIÓN: enero de 2016
TERCERA REIMPRESIÓN: enero de 2018
TÍTULO ORIGINAL: The Haunted Bookshop
DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez
MAQUETACIÓN: Grafime
© de la traducción, Juan Sebastián Cárdenas, 2013
© de esta edición, Editorial Periférica, 2013
Apartado de Correos 293. Cáceres 10001
ISBN: 978-84-18264-43-6
El editor autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
A LOS LIBREROS
Me complace anunciaros, apreciados amigos, que este pequeño libro está dedicado a todos vosotros, con afecto y respeto.
Los defectos en la composición os resultarán evidentes. Mi intención inicial no era otra que adelantaros algo acerca de las aventuras de Roger Mifflin, cuyas proezas, narradas en La librería ambulante, fueron gentilmente aplaudidas por algunos de vosotros, pero resulta que apareció la señorita Titania Chapman y mi publicista, repentinamente enamorado, se dio a la fuga con ella y con el relato.
Con todo, creo que debería explicar que el pasaje del capítulo VIII, que trata del exquisito talento del señor Sidney Drew, fue escrito antes del lamentable fallecimiento de aquel encantador artista. Sin embargo, dado que se trataba de un homenaje sincero, expresado con franqueza, no encontré razón para eliminarlo.
Los capítulos I, II y VI fueron publicados originalmente en la admirable revista The Bookman, a cuyo editor le agradezco que me haya permitido reimprimirlos aquí.
Ahora que Roger cuenta con una flota de diez«parnasos ambulantes», me permito la osadía de imaginar que podríais toparos con alguno de ellos en cualquier camino. Si lo hacéis, espero que estos nuevos vagabundos de la Corporación Parnaso Ambulante estén a la altura de las antiguas y honorables tradiciones de nuestra noble profesión.
CHRISTOPHER MORLEY
Filadelfia, 28 de abril de 1919
CAPÍTULO I LA LIBRERÍA ENCANTADA
Si alguna vez viajáis a Brooklyn, ese barrio con soberbias puestas de sol y magníficas estampas de cochecitos de bebé propulsados por diligentes maridos, es muy probable que tengáis ocasión de dar con una callejuela tranquila donde hay una librería formidable.
Dicha librería, que desempeña sus funciones bajo el inusual lema de «El Parnaso en casa», está ubicada en una de esas confortables y antiguas construcciones de piedra marrón que han hecho las delicias de generaciones de fontaneros y cucarachas. El propietario se ha visto en mil apuros para remodelar la casa, a fin de adecuarla al negocio, que comercia exclusivamente con libros de segunda mano. No existe en el mundo una librería de segunda mano más digna de respeto.
Eran casi las seis de una fría tarde de noviembre, con rachas de viento que azotaban el pavimento.
Un joven caminaba con paso indeciso por Gissing Street, deteniéndose de vez en cuando para mirar los escaparates como si no tuviera muy claro adónde ir. Delante de las cálidas y relumbrantes vitrinas de una rôtisserie francesa, el joven se puso a comparar el número grabado en el portal con una nota que llevaba en la mano. Luego continuó andando durante unos minutos hasta que llegó a la dirección que buscaba. El letrero sobre la entrada llamó de inmediato su atención:
el PARNASO EN CASA
R. & H. MIFFLIN
¡BIENVENIDO, AMANTE DE LOS LIBROS!
ESTA LIBRERÍA ESTÁ ENCANTADA
Bajó a trompicones los tres peldaños que conducían a la morada de las musas, se acomodó el cuello del abrigo y miró a su alrededor.
Era un sitio muy distinto a todas aquellas librerías que solía mirar desde fuera con cierto desdén. Dos plantas de la vieja casa se habían transformado en una sola: el espacio de abajo estaba dividido en dos pequeños nichos; arriba, una estantería llena de libros cubría el muro entero hasta el techo. El aire era denso por la deliciosa fragancia del papel añejo y el cuero mezclada con el recio bouquet del tabaco. Entonces se halló frente a un gran anuncio enmarcado:
***
ESTA LIBRERÍA ESTÁ ENCANTADA
por los espectros de tanta gran
literatura como hay en cada metro de estantería.
No vendemos baratijas, aquí somos sinceros.
Amantes de los libros: seréis bienvenidos
y ningún dependiente os hablará al oído.
¡Fumad cuanto queráis, pero usad el cenicero!
Busque, amigo, busque cuanto guste,
pues bien claros están los precios.
Y si quiere preguntar algo, hallará al dueño donde
el humo del tabaco se torne más espeso.
Compramos libros en efectivo.
Tenemos eso que usted busca,
aunque usted no sepa aún cuánto lo necesita.
La malnutrición del órgano lector es una enfermedad seria.
Permítanos prescribirle un remedio.
R. & H. MIFFLIN
propietarios.
***
La tienda tenía una cálida y confortable oscuridad, una especie de suave penumbra interrumpida aquí y allá por conos de luz amarillenta provenientes de bombillas eléctricas cubiertas con pantallas verdes. Había una omnipresente nube de humo que se retorcía y dilataba al pie de las lámparas de cristal. Al pasar por un estrecho corredor entre los dos salones, el visitante notó que algunos de los compartimentos se hallaban totalmente a oscuras; en otros rincones donde sí había lámparas vio mesas y algunas sillas. En una esquina, bajo un letrero que decía ENSAYO, un caballero ya mayor, iluminado por el suave brillo de una bombilla eléctrica y con una expresión de éxtasis y fanatismo dibujada en el rostro, leía. Pero no había ni una sola bocanada de humo a su alrededor, así que el recién llegado concluyó que no se trataba del propietario.
A medida que el joven se acercaba a la trastienda, el efecto general que le producía aquel lugar se hacía más y más fantástico. En algún tejado remoto se escuchaba el tamborileo de la lluvia. Por lo demás, el silencio era total, habitado solamente (o eso parecía al menos) por las obsesivas espirales de humo y el animado perfil del lector de ensayos. Aquello parecía un templo secreto, un lugar destinado a extraños rituales. La garganta del joven parecía constreñida por la mezcla de agitación y tabaco. Sobre su cabeza se alzaban las torres de estanterías, más oscuras a medida que se acercaban al techo. Vio una mesa con un rollo de papel amarillento y una cinta, con los que evidentemente se envolvían los libros. Pero no había señales del dependiente.
«En efecto, este lugar podría estar encantado quizás por el encantador espíritu de Sir Walter Raleigh,