Stranger Things. Brenna Yovanoff

Stranger Things - Brenna  Yovanoff


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Mamá estaba prácticamente consternada al ver lo fea que me veía, cuando justo ése era el objetivo.

      Desde pequeña amaba a los monstruos. Nunca me perdí un episodio de Darkroom, y algunas veces papá me llevaba al teatro Bluebird, donde pasaban viejas películas en blanco y negro repletas de momias, hombres lobo y Frankensteins.

      En los últimos tiempos, sin embargo, me había inclinado más hacia las películas de asesinos sangrientos como las de Leatherface y Jason, o ese tío de la peli nueva de la que no dejaban de presentar tráilers, que tenía un suéter a rayas y una cara como de carne picada salida directamente de una hamburguesa de Sloppy Joes. Había todo tipo de monstruos con superpoderes y habilidades mágicas, pero los asesinos parecían más aterradores porque eran menos imaginarios. Claro, un vampiro era espeluznante, pero los asesinos psicópatas podían ser reales. Quiero decir, veía las noticias. Chicos espeluznantes en callejones oscuros o furgonetas blancas perseguían a las chicas todo el tiempo.

      Después del desayuno me quedé en el pasillo fuera de mi habitación, tratando de decidir qué hacer. En realidad, no había planeado disfrazarme, pero la forma en que Neil había anulado ese asunto sin siquiera mirarme y la manera en que había hablado con mamá me animó a hacerlo, sólo para molestarlo. Estaba bastante segura de saber dónde estaba mi máscara.

      Las cajas de la mudanza todavía estaban apiladas en la esquina de mi habitación, etiquetadas con la pulcra escritura de mamá. Cuando abrí la que estaba marcada como “Tesoros de Max”, comprobé que la máscara se encontraba allí, descansando sobre mis cómics de Flash, como una flexible pesadilla de goma.

      Había elegido a Michael Myers de Halloween porque él no tenía debilidades. Aunque nunca se movía rápido, aun así te alcanzaba para atraparte cada vez. Era increíblemente fuerte, no podías vencerlo y no podías escapar. Él era imparable.

      Nate había estado planeando ir como Shaggy de Scooby-Doo porque su madre nunca lo dejaba ver películas para adultos. La mía probablemente tampoco lo habría hecho, pero no había tenido que preocuparme al respecto porque siempre estaba papá. Siempre había estado papá.

      Michael Myers era el tipo de monstruo al que más temía, porque era real. No de la vida real, sino del tipo en el que podrías creer de todos los modos posibles. Nunca hablaba ni se quitaba la máscara, pero tras ella todavía era un hombre, uno que podría estar al acecho en cualquier parte. Hay todo tipo de cosas peligrosas en el mundo. Tal vez no exactamente como él, pero bastante parecidas. No puedes evitarlas, así que a veces sólo tienes que aprender a vivir con ellas.

      La máscara era de goma blanca, con cejas de plástico moldeado y una peluca de cabello negro y grueso, con todo lo demás en blanco, y me quedé mirándola, tratando de decidir si me la iba a poner.

      —Ma-aaax —llamó Billy desde el pasillo. Sabía que estaba de humor cuando me llamaba con esa voz cantarina que sonaba dulce por encima y peligrosa por debajo—. ¿Dónde demonios estás, Max?

      Arrojé la máscara sobre la cama y comencé a hurgar en la caja para encontrar el resto del disfraz, tal vez no todo entero, pero sí el machete. Tomé la antología de La Casa del Misterio y la lancé al suelo, tratando de encontrar el machete, pero estaba enterrado en algún lugar en la parte de abajo, y me estaba quedando sin tiempo.

      Desde el pasillo, Billy me llamó de nuevo. Su voz había cambiado. Sonaba más lejos ahora.

      —Si no estás en el coche en diez segundos, me iré sin ti.

      Llegué corriendo al salón, máscara en mano. Levantó las cejas cuando la vio, pero se quedó callado.

      Me encogí de hombros y sacudí la máscara.

      —Es Halloween.

      Siguió sin hablar, sólo me miró con ojos aburridos y pesados.

      —¿Qué? ¿Ahora ni siquiera tengo permitido disfrazarme?

      —Adelante, pero no te sorprendas si pareces una bebé. Nadie en secundaria se disfraza en Halloween. Eso es para los perdedores, ¿de acuerdo?

      Me encogí de hombros, pero era un gesto pequeño y vacío. No supe qué decir, volví a mi habitación y metí la máscara en la cómoda. Una cosa más que había dejado de pertenecerme.

      CAPÍTULO CUATRO

      A pesar de que había cedido ante Billy con respecto al disfraz, aún pensaba que iba a llegar a la secundaria Hawkins con mi ropa de todos los días, sólo para encontrarme con un mar de momias y brujas. Pero nadie más estaba disfrazado. Por mucho que me doliera admitirlo, estaba un poco agradecida de no ser la chica nueva y, además, la única persona en toda la escuela que llevara un disfraz.

      Me estaba acostumbrando a la secundaria, pero en comparación con la que había ido en mi hogar, ésta era demasiado simple. Sin tragaluces ni ventanas, parecía como encapsulada en el tiempo, y yo me veía atrapada en una realidad alternativa que era toda luces fluorescentes y suelo. Necesitaba moverme.

      Cuando la sensación lenta y pegajosa finalmente fue tan sofocante que no pude soportarla más, dejé caer mi tabla y me paseé perezosamente por los pasillos. Estaba bastante segura de que no estaba permitido, pero necesitaba hacer algo para dejar de sentir el suelo como si fueran arenas movedizas.

      Estaba frente a mi taquilla cambiando los libros, cuando alguien se aclaró la garganta a mis espaldas. Cuando me di la vuelta, dos de los chicos acosadores que me habían estado observando desde la malla metálica ayer durante el almuerzo se encontraban de pie uno al lado del otro. Uno tenía el cabello grueso y rizado que sobresalía alrededor de su cabeza y un rostro ancho y alegre. Estaba tan radiante como si nunca hubiera tenido un día mejor. El otro era un chico negro y delgado con un afro corto. Su sonrisa era más firme y menos intensa, pero agradable.

      Estaban vestidos como Ray Stantz y Peter Venkman, de Los cazafantasmas. Cuando se presentaron a la clase de Ciencias esa mañana, todos habían reído y murmurado, pero los disfraces eran bastante buenos. Pensé en la máscara guardada en mi cómoda. Incluso si mamá me hubiera dicho que no podía usarla y me hubiera obligado a salir con otra cosa, no habría elegido a Los cazafantasmas. Era una buena película, pero el objetivo de Halloween era ser un monstruo, algo aterrador.

      El de cabello rizado ya estaba hablando antes de que pudiera siquiera imaginar qué estaban haciendo allí.

      —Hola, Max, soy Dustin, y él es… —el otro era menos frenético. Lo había notado ayer, porque me estaba mirando desde atrás de una cerca, claro, pero también porque básicamente no había chicos negros en Hawkins—: Lucas.

      Los miré con desdén, como si me estuvieran aburriendo.

      —Sí, ya sé. Los acosadores.

      Ambos empezaron a hablar a la vez, interrumpiéndose entre sí. Dustin se lanzó con un agitado monólogo. No podía decir si sólo estaba nervioso o si estaba tratando de venderme algo. Sonaba como si estuviera haciendo algún tipo de estafa, como los revendedores que siempre intentan hacerte comprar sus entradas para los conciertos en el exterior de los bares nocturnos de Los Ángeles.

      Tanto él como Lucas hablaban a la vez, divagando, y tardé un minuto en darme cuenta de lo que estaban diciendo. Finalmente, Dustin me miró con los ojos abiertos, como si acabara de tener una revelación.

      —Estábamos hablando anoche de que tú eres nueva, seguro que no tienes ningún amigo con quien pedir dulces. Y te asustan los chicos agresivos, y pensamos que no habría problema si vinieras con nosotros.

      Era grosero decirlo, tal vez, pero obviamente tenía razón. Había venido a Hawkins sin planes de encajar o ser popular o hacer amigos o algo parecido, pero era difícil admitirlo ahora. Ellos sonreían y me quedé mirándolos, intentando entender si se trataba de algún tipo de juego. Si era verdad que querían que yo


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