El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk
recuperar una sensación visceral de control? ¿Qué pasaría si se les pudiera enseñar a moverse físicamente para escapar de una situación potencialmente amenazante similar al trauma en el que habían quedado atrapados y paralizados? Como describiré en la parte 5 sobre tratamiento de este libro, esta fue una de las conclusiones a las que llegué a la larga.
Otros estudios con animales realizados con ratones, ratas, gatos, monos y elefantes arrojaron más datos intrigantes.10 Por ejemplo, cuando los investigadores emitían un sonido alto e intrusivo, los ratones que se habían criado en un nido cálido con mucha comida corrían inmediatamente hacia su casa. Pero otro grupo, criado en un nido ruidoso con poco suministro de comida, también volvía a casa, incluso después de pasar cierto tiempo en entornos más agradables.11
Los animales asustados vuelven a casa, independientemente de si el hogar es un lugar seguro o aterrador. Pensé en mis pacientes con familias abusadoras que volvían una y otra vez para volver a sufrir dolor. ¿La gente traumatizada está condenada a buscar refugio en lo que le es familiar? En caso afirmativo, ¿por qué? Y ¿es posible ayudarles a apegarse a lugares y actividades seguras y placenteras?12
ADICTOS AL TRAUMA: EL DOLOR DEL PLACER
Y EL PLACER DEL DOLOR
Una de las cosas que nos sorprendió a mi compañero Mark Greenberg y a mí cuando conducíamos grupos de terapia para los veteranos de Vietnam fue ver cómo, a pesar de sus sentimientos de horror y de duelo, muchos de ellos parecían volver a la vida al hablar de sus accidentes de helicóptero y de sus compañeros moribundos. (El antiguo corresponsal del New York Times Chris Hedges, que cubrió varios conflictos brutales, tituló su libro War Is a Force That Gives Us Meaning,13 La guerra es una fuerza que nos da significado). Muchas personas traumatizadas parecen buscar experiencias que nos repelerían a la mayoría,14 y los pacientes suelen quejarse de una vaga sensación de vacío y de aburrimiento cuando no están enfadados, bajo coacción o realizando alguna actividad peligrosa.
Mi paciente Julia fue brutalmente violada a punta de pistola en la habitación de un hotel cuando tenía dieciséis años. Poco después, se lio con un chulo violento que la prostituía. Le pegaba con regularidad. Estuvo varias veces en la cárcel por prostitución, pero siempre volvía con su chulo. Finalmente, sus abuelos intervinieron y le pagaron un intenso programa de rehabilitación. Después de realizar con éxito el tratamiento en el hospital, empezó a trabajar como recepcionista y a estudiar en una universidad local. En la asignatura de sociología, hizo un trabajo de final de trimestre sobre las posibilidades liberadoras de la prostitución, para el cual se leyó las memorias de varias prostitutas famosas. Poco a poco, fue abandonando todas las otras asignaturas. Una breve relación con un compañero de clase rápidamente terminó mal. Según ella, él la aborrecía hasta la saciedad, y sus calzoncillos bóxer la horrorizaban. Entonces se fue con un drogadicto que conoció en el metro que primero le pegaba y luego empezó a acosarla. Finalmente, encontró la motivación para volver al tratamiento cuando de nuevo volvieron a agredirla brutalmente.
Freud tenía un término para estas recreaciones traumáticas: «la compulsión de repetir». Él y muchos de sus seguidores creían que las recreaciones eran un intento inconsciente de lograr el control de una situación dolorosa y que a la larga podrían llevarla a su dominio y resolución. No hay ninguna evidencia que respalde esta teoría; la repetición solo lleva a más dolor y más odio hacia uno mismo. En realidad, incluso revivir el trauma repetidamente en la terapia puede reforzar la preocupación y la fijación.
Mark Greenberg y yo decidimos saber más sobre los atractores; es decir, sobre las cosas que nos atraen, nos motivan y nos hacen sentir vivos. Normalmente, los atractores tienen la misión de hacernos sentir mejor. Así pues, ¿por qué tanta gente se ve atraída hacia situaciones peligrosas o dolorosas? Al final, encontramos un estudio que explicaba cómo las actividades que causan miedo o dolor pueden convertirse posteriormente en experiencias emocionantes.15 En los años setenta, Richard Solomon de la Universidad de Pennsylvania ya demostró que el cuerpo aprende a adaptarse a todo tipo de estímulos. Podemos quedar enganchados a las drogas porque instantáneamente hacen que nos sintamos bien, pero actividades como los baños de vapor, correr maratones o saltar en paracaídas, que inicialmente pueden causar incomodidad e incluso terror, a la larga pueden resultar muy placenteras. Este ajuste gradual indica que se ha establecido un nuevo equilibrio químico en nuestro cuerpo, de manera que los corredores de maratones, por ejemplo, logran una sensación de bienestar y de euforia cuando llevan su cuerpo al límite.
En este punto, igual que con la adicción a las drogas, empezamos a desear ansiosamente realizar la actividad y experimentamos el síndrome de abstinencia cuando no podemos realizarla. A la larga, a la gente le preocupa más el dolor de la abstinencia que la actividad en sí. Esta teoría podría explicar por qué algunas personas contratan a otras para que les peguen o se queman con cigarrillos, o por qué solo les atraen las personas que les hacen daño. El miedo y la aversión, de un modo perverso, pueden transformarse en placer.
Solomon lanzó la hipótesis de que las endorfinas (las sustancias químicas tipo morfina que el cerebro secreta en respuesta al estrés) desempeñan un papel en las adicciones paradójicas descritas por él. Volví a pensar en su teoría cuando mi hábito de ir a la biblioteca me llevó a un artículo titulado «Pain in Men Wounded in Battle» (El dolor en los hombres heridos en combate), publicado en 1946. Después de observar que el 75 % de los soldados heridos gravemente en el frente italiano no pedían morfina, un cirujano llamado Henry K. Beecher especuló que «las emociones fuertes pueden bloquear el dolor».16
¿Eran aplicables las observaciones de Beecher a las personas con TEPT? Mark Greenberg, Roger Pitman, Scott Orr y yo decidimos preguntar a ocho veteranos que combatieron en Vietnam si estarían dispuestos a realizar una prueba estándar del dolor mientras veían escenas de diferentes películas. El primer vídeo que les mostramos era de la película Platoon (1986) de Oliver Stone, gráficamente violenta, y mientras se proyectaba medimos durante cuánto tiempo podían permanecer los veteranos con la mano derecha en un cubo de agua helada. Luego repetimos este proceso con una película tranquila (y olvidada). Siete de los ocho veteranos mantuvieron la mano en el agua helada un 30 % más tiempo durante Platoon. Posteriormente, calculamos que la cantidad de analgesia producida por el visionado durante quince minutos de una película bélica era equivalente a la provocada por la inyección de ocho miligramos de morfina, aproximadamente la misma dosis que recibiría alguien ingresado en urgencias por un intenso dolor torácico.
Llegamos a la conclusión de que la especulación de Beecher de que «las emociones intensas pueden bloquear el dolor» era resultado de la liberación de sustancias tipo morfina fabricadas en el cerebro. Ello sugería que, para muchas personas traumatizadas, la reexposición al estrés puede proporcionar un alivio de la ansiedad similar.17 Fue un experimento interesante, pero no explicaba del todo por qué Julia seguía volviendo con su chulo violento.
CALMAR EL CEREBRO
El congreso de la ACNP de 1985 fue, si cabe, aún más inspirador que la edición del año anterior. El profesor Jeffrey Gray, del King’s College, dio una charla sobre la amígdala, el conjunto de células cerebrales que determinan si un sonido, una imagen o una sensación corporal se perciben como una amenaza. Los datos de Gray mostraban que la sensibilidad de la amígdala dependía, al menos en parte, de la cantidad de serotonina de los neurotransmisores de aquella parte del cerebro. Los animales con niveles de serotonina bajos eran hiperreactivos a los estímulos estresantes (como los sonidos altos), mientras que los niveles de serotonina superiores reducían su sistema de miedo, haciendo menos probable que se volvieran agresivos o quedaran paralizados en respuesta a amenazas potenciales.18
Este importante hallazgo me sorprendió: mis pacientes siempre explotaban en respuesta a pequeñas provocaciones y se sentían devastados ante el menor rechazo. Me fascinaba el posible papel de la serotonina en el TEPT. Otros investigadores habían mostrado que los monos macho dominantes tenían niveles de serotonina en el cerebro mucho mayores que los animales de rango inferior, pero que sus niveles de serotonina caían cuando