Homo sapiens. Antonio Vélez

Homo sapiens - Antonio Vélez


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tantos los oficios de la mano, que podemos agrandar la letanía anterior hasta la fatiga: la mano es instrumento de aseo personal, es la lengua de los sordomudos, el ábaco de los niños y muchos adultos, es instrumento de asombro de los prestidigitadores y magos, es órgano sexual complementario, es peine improvisado a la carrera frente al espejo, es el pan nuestro de cada día de carteristas y limosneros. Clonando a Londoño, digamos que la mano lanza y recibe, baraja y reparte, juega y tima, siembra y cosecha, construye o destruye, hala o empuja, guía o desvía, gesticula y habla, percude y despercude, forma o deforma, aplaude y amasa, desnuda o cubre con pudor. Y para colmar la tasa, es metaherramienta, pues construye otras.

      Como prueba fehaciente de la maravillosa herramienta que la naturaleza ha puesto en nuestras manos, recordemos que, en un pasaje musical rápido, los dedos de un pianista pueden ejecutar cerca de veinte pulsaciones por segundo (Wilson, 2002). Por eso hay pianistas que son capaces de tocar el Vals del minuto, de Chopin, en un minuto (el tiempo normal para un pianista profesional, a pesar de lo que el título sugiere, es de minuto y medio), mientras que un hábil mecanógrafo puede superar la increíble barrera de 150 palabras por minuto, es decir, que escribe 2,5 palabras mientras usted pronuncia “Titiribí”. El Nobel de Medicina Charles Sherrington observa que un pasaje del scherzo de La Trucha, cuarteto con piano de Schubert, requiere pulsar las teclas ocho veces por segundo, cifra situada en los límites superiores de los pianistas profesionales.

      Los zurdos

      A menudo la manipulación de un objeto se beneficia de la división de labores entre las dos extremidades, pues una sostiene el objeto y la otra actúa sobre él. El resultado (Pinker, 2000) es la asimetría en las pinzas de los cangrejos y el control cerebral asimétrico de garras y manos en variedad de especies. Los estudios sobre la coordinación bimanual de chimpancés y bonobos han revelado que estos primates prefieren la mano izquierda para sostener la vasija que contiene la comida y la mano derecha para extraerla. Del total de chimpancés examinados, un 67% manifestaron preferencia por la mano derecha.

      Los humanos somos con holgura los mejores manipuladores de objetos del reino animal, y somos la especie que exhibe la mayor y más consistente preferencia por una de las dos extremidades. El origen de esta asimetría pudo haberse originado a partir de la ventaja que representaba, cuando ya éramos fabricantes de herramientas, el usar una mano para sostener los objetos y la otra para modificarlos. En todas las sociedades estudiadas, el 90% de las personas son diestras (se piensa que muchas de ellas poseen dos copias de un gen dominante que impone el sesgo de la dexteridad), mientras que el 10% restante está formado por zurdos.

      La influencia genética queda patente cuando se descubre que la probabilidad de que un hijo resulte zurdo es del 26% si ambos padres lo son, mientras que si uno solo de los progenitores es zurdo, la probabilidad de engendrar un hijo zurdo es apenas del 19,5%, y de 9,5% cuando ambos padres son diestros (Linke y Kersebaum, 2005). Como mera curiosidad, hay más hombres zurdos que mujeres, y si una madre lo es, entonces en su descendencia encontramos un número desproporcionado de zurdos. También hay más zurdos entre los mellizos. Un enigma no explicado aún es que entre los concertistas de violín no hay zurdos. Dicen, aunque la fuente no es muy confiable, que los diestros viven en promedio nueve años más que los zurdos, y que por tanto es muy difícil encontrar octogenarios zurdos. La naturaleza siempre tan injusta.

      Y por ser minoría —como también lo son los homosexuales—, a los zurdos se los ha discriminado socialmente; de allí que lo siniestro, es decir, lo que está a la izquierda, haya extendido su significado para incluir lo malo, vicioso, dañado, avieso, mal intencionado, infeliz, funesto o aciago. Por contraste, cuando una persona representa para nosotros una gran ayuda, la llamamos “nuestra mano derecha”. La expresión “entrar con pie derecho” es antigua, pues ya aparece en el Quijote, y dicen que se debe a una superstición que exigía arrancar con el pie derecho al emprender una jornada. La Iglesia católica no está exenta de supersticiones: se le pide al sacerdote que, al oficiar la misa y cuando se disponga a subir las gradas del altar, inicie el movimiento con el pie derecho. Huele a tontería.

      Si en el fútbol se conservara la proporción entre zurdos y diestros (10%, aproximadamente), se esperaría que en cada equipo, en promedio, un solo jugador fuera zurdo, pero la proporción es mucho, muchísimo mayor, lo que plantea un interrogante: ¿será que para la práctica de este deporte ser zurdo representa una ventaja? En el béisbol ocurre algo parecido, pero no en el tenis. En la figura 6.3 se muestra a Diego Maradona, uno de los mejores futbolistas zurdos de la historia de este deporte.

      Figura 6.3 Diego Maradona, destacado futbolista zurdo

      Una prueba histórica de la dexteridad proviene de las pinturas que dejaron los hombres de Cro-Magnon, individuos de nuestra especie que colonizaron la Europa de la era glaciar hace unos cuarenta mil años. No solo nos dejaron las primeras pinturas, sino también representaciones fieles de sus manos. Se ha comprobado que el ٨٠٪ de las siluetas son de la mano izquierda, lo que significa que fueron pintadas con la derecha (figura 6.4). Tal porcentaje nos da una relación de diestro-zurdo de cuatro a uno, pero de acuerdo con los dibujos del Antiguo Egipto, en los que las personas se representaban utilizando herramientas, la relación ya había alcanzado el estado actual de nueve a uno.

      Figura 6.4 Arte rupestre de la Patagonia, Argentina. Siluetas de manos izquierdas pintadas con la derecha

      Caza y recolección

      Entre mano, cerebro y caza se debió producir una reacción creciente que se alimentaba y aceleraba ella misma, es decir, que era autocatalítica o autopropulsada, de tal modo que cualquier pequeño aumento en uno de los tres elementos exigía y generaba nuevo aumento en los dos restantes.

      Del uso simple de herramientas, uno de nuestros antecesores pasó directamente a su fabricación, con un incremento sustancial en su potencial depredador (para muchos antropólogos, la fabricación sistemática de herramientas señala la verdadera frontera entre animal y hombre). Con ello, también consiguió aumentar su eficacia biológica. Los prehomínidos, que en ese momento no producían sus propias herramientas, difícilmente competirían con sus vecinos y tarde o temprano terminarían por desaparecer, de acuerdo con un principio de exclusión evolutivo muy conocido que afirma que, si dos especies ocupan el mismo nicho, una de las dos terminará necesariamente eliminada. Llegado a cierto punto de madurez mental, hábil cazador, pero carroñero cuando se presentare la ocasión, y con auxiliares, hembras y pequeños, que realizaban la importante labor complementaria de la recolección, el prehombre se posesionó definitivamente del nicho no competido de caza y recolección.

      Los animales carnívoros, e igual ocurre con los vegetarianos, pasan difíciles temporadas de vacas flacas. Los prehomínidos, en cambio, con sus dos fuentes de alimentos se las arreglan mucho mejor: si escasea la carne, las semillas, las frutas, los insectos y los tubérculos permiten sobrevivir hasta que la situación mejore; si estos últimos se agotan, una gacela, aunque flaca, puede salvar la familia. Esta fue la gran ventaja de ocupar el nicho mixto de caza y recolección, y la cooperación, como forma de comportamiento, fue el subproducto resultante.

      Para un grupo que aún no ha descubierto la agricultura, la caza es una actividad lucrativa en grado sumo. Una presa grande proporciona proteínas y vitaminas en gran concentración, y fáciles de asimilar. Cambiar de una dieta vegetariana a una omnívora aumenta enormemente la eficacia reproductiva, pues ya no es necesario vivir solo en función de la comida. Los prehomínidos empiezan a disfrutar del valioso privilegio del depredador: el ocio. A partir de ese momento, nuestros antepasados dispusieron de tiempo para actividades diferentes a la simple búsqueda de alimentos: jugar, aprender y enseñar por medio de la imitación, ocupar la mente en la rueda libre del pensamiento y la creatividad.

      Un vegetariano, por depender de una dieta de baja concentración calórica, debe pasarse comiendo casi todo el día y, en consecuencia, le queda poco tiempo libre para dedicarlo a las labores de aprendizaje. Por falta de alicientes evolutivos, tal esclavitud bloquea automáticamente el camino hacia la inteligencia superior. Una característica que no pague dividendos


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