Descolonizar. Raúl Zibechi
existe, no se la puede solventar negando las heterogeneidades que forman parte del sistema. ¿Hacen mal los zapatistas en identificarse como zapatistas? ¿Y los sin tierra? ¿Y los mapuche, los sin techo, las mujeres, las campesinas, las negras, los nasa…?
Producir conocimientos en comunidad
Los cuatro cuadernos y los dos videos que entregaron los zapatistas a quienes participamos en la escuelita —una instancia de aprendizaje y profundización de la experiencia zapatista, a la que invitan a los adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona— reproducen las voces de cientos de bases de apoyo explicando cómo están construyendo sus autonomías, sus emprendimientos de salud, educación, producción, cooperativas y transporte. Explican también cómo trabajan, cómo administran, cómo toman las decisiones.
Se trata de una forma de producir conocimientos muy diferente a la que conocemos, incluso a la que habían practicado los mismos zapatistas en los primeros años luego del levantamiento del 1 de enero de 1994, cuando el subcomandante Marcos era el portavoz y traductor del movimiento. La producción de conocimientos que reflejan los cuadernos mencionados es anónima, comunitaria, supera el dualismo sujeto-objeto y la división razón-cuerpo. Es la antítesis de los modos capitalistas eurocéntricos de producir saberes, ya que no están orientados al mercado, no buscan el reconocimiento académico ni encumbran individuos; son conocimientos creados y controlados por la comunidad.
Las cartillas y los videos de la escuelita fueron producidos en asambleas hechas en espacios propios, como los caracoles, a partir de las intervenciones orales de hombres y mujeres en torno a temas definidos, siempre vinculados a sus vidas cotidianas. Se trata de saberes comunitarios, donde el propietario no es un individuo, ni están avalados por academias. Son anónimos en el sentido de no individuales, y el único aval que tienen son las bases de apoyo. Así, desaparece la relación sujeto-objeto característica del modo occidental de elaborar conocimientos. Lo que permanece es una pluralidad de sujetos interactuando, que son los que crean saberes que a menudo rescatan del pasado, de prácticas comunitarias que fueron quedando en desuso (como las hueseras, yerberas y parteras). Son saberes que surgen de las prácticas y sirven para fecundarlas, para hacerlas más ricas e intensas, contribuyendo a desanudar las trabas que las acotan. Esos saberes no son teoría, y nos enseñan que para construir un mundo nuevo no es necesaria una teoría revolucionaria, que siempre está separada de la realidad y se coloca por encima de ella.
La segunda cuestión es que son saberes construidos con base en la reflexión sobre las experiencias concretas, vivas, en las que participan las bases zapatistas, en vez de ser elaboraciones abstractas, separadas de la vida real, especulativas e intelectuales. En estos saberes están involucrados ideas, sueños, deseos, fiestas, danzas, trabajos; quiero decir que no se registra una escisión cuerpo-razón, no son conocimientos elaborados racionalmente, sino de modo heterogéneo, múltiple, por el cuerpo en su conjunto, no por un órgano determinado.
Una serie de separaciones está en la base del modo de construir conocimientos en la perspectiva eurocentrista: individuo-comunidad, cuerpo-razón, sujeto-objeto, sociedad-naturaleza. Los zapatistas no elaboran sus conocimientos en espacios asépticos separados, sino en los espacios comunitarios, en las cocinas, en las milpas, en los cafetales, bajo la sombra de los árboles, trabajando y conversando, escuchando a los animales, al viento y al agua.
Estamos viviendo una potente transformación en el modo de producir conocimientos en los movimientos populares, recuperando formas tradicionales de compartir saberes. La compañera Vilma Almendra, mujer nasa-misak del Cauca, suele relatar que por las mañanas, apenas se levantan, mientras desayunan o hacen las tareas, las numerosas mujeres y hombres de su familia comparten los sueños, debaten su significado, preguntan por los sueños de las otras, sienten lo que está pasando, lo que pasó y lo que vendrá, tejiendo una trama afectivoanalítica que las ayuda a comprender situaciones y a situarse en el mundo de modo más autónomo. Son modos de producción de conocimientos no hegemónicos, femeninos, no racionalistas, que se tejen alrededor del fogón, de las siembras, en las mingas o en cualquier espacio colectivo (Almendra, 2012).
Una reciente asamblea efectuada en el resguardo de Munchique, en el Cauca, refleja este modo heterogéneo, recíproco y comunitario de construir conocimientos. El informe del Tejido de Comunicación de la ACIN (Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca) señala que trescientas personas se congregaron durante tres días para «compartir, escuchar, dialogar, analizar y proyectar su plan de vida como pueblo nasa», alrededor de la tulpa y rodeados de puestos de comidas tradicionales, artesanías, tejidos, bebidas de maíz y de caña, y plantas medicinales (ACIN, 2014).
Los movimientos antisistémicos comenzaron a formar a sus militantes basándose en la educación popular, que fue un paso importante en la desarticulación de la relación sujeto-objeto en la construcción de conocimiento, en el descentramiento del aula como eje del proceso educativo. Desde la década de 1970 se registran muchas experiencias de autoeducación colectiva, construcción comunitaria de conocimientos en prácticas que van desde compartir los saberes y la espiritualidad hasta la música y la danza.
Cambiar el mundo o crear un mundo nuevo
Las bases de apoyo zapatistas están creando un mundo nuevo. Si hubieran optado por cambiar este mundo, habrían ingresado en la política estatal, aunque no participaran en las elecciones. Cambiar este mundo no es posible: el resultado de los cambios por los que luchamos es el mundo en el que estamos, aquí y ahora. Los pueblos viven (vivieron, en el caso de los zapatistas) en espacios que se asemejan al campo de concentración, en el sentido que le da Giorgio Agamben: espacios donde el estado de excepción es la regla, la vida humana se reduce a vida biológica a secas (nuda vida), situación en la que cualquiera puede matar (al indio-negro-mestizo) sin cometer homicidio (Agamben, 1998).
Los Estados modernos, en particular aquellos donde los no europeos son una parte importante de la población, instauran a través de un estado de excepción permanente (no declarado, ejecutado a menudo por grupos parapolicialesparamilitares) una guerra civil legal, para eliminar a quienes el sistema considera como población sobrante o descartable. Quien considere este aserto como excesivo, puede echar una mirada a lo que viene sucediendo en México desde que el presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico (2006), en las favelas brasileñas desde la dictadura militar en adelante (1964) y en todos los espacios donde, como señalaba Walter Benjamin, la tradición de resistencia y rebelión de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción es la regla.
El campo de concentración no es reformable. Solo se lo puede destruir, hacerlo saltar en pedazos. Para eso, como señalaba Fanon y como hicieron los zapatistas, no hay otro camino que la violencia. Luego, Agamben nos recuerda que «desde los campos de concentración no hay retorno posible a la política clásica» (Agamben, 1998: 238). Nos dice que participar en la política estatal, con su liturgia de votaciones, mítines y discursos mediáticos, es tanto como sentarse a negociar con los guardianes del campo alguna medida para atemperar las condiciones del encierro. La democracia electoral es una falacia en el campo. Hoy la democracia es el cortafuegos para aislar a los de abajo de los otros abajos. La democracia electoral es el muro de las prisiones, las alambradas de los campos de concentración, el modo de ilusionar a los confinados con que pueden encontrar aliados en la sociedad «respetable», «noble» y blanca, esa que puede votar a las izquierdas y sentirse representada por ellas.
Los zapatistas no se proponen cambiar el mundo. La idea de cambiar el mundo como una totalidad, capitalista, para dar lugar a otra totalidad, socialista, solo puede entenderse desde una concepción que considera a la sociedad actual como un campo de relaciones y elementos homogéneos y continuos. El trabajo de Quijano es particularmente iluminador en este punto. Destaca que en el pensamiento eurocéntrico, el todo tiene primacía absoluta sobre las partes, y una sola lógica gobierna ambas. Pero en realidad las totalidades historicosociales son articulaciones de elementos heterogéneos, discontinuos y conflictivos, de modo que esa totalidad no es un sistema cerrado, una máquina, y, por lo tanto, sus movimientos no pueden ser unidireccionales; no puede moverse como un todo porque coexisten lógicas de movimiento