El Cristo Universal. Richard Rohr
con humildad y amor, veríamos que el mundo natural es su propia historia, buena y suficiente. Para poder hacerlo necesitamos práctica contemplativa, así como frenar nuestras mentes ocupadas y superficiales lo suficiente como para ver la belleza, permitir la verdad y proteger la bondad inherente de lo que hay —ya sea que me beneficie o complazca, o no.
Cada regalo de comida o agua, cada simple acto de bondad, cada rayo de sol, cada mamífero cuidando a su cría, todo eso emergió de esta creación original e intrínsecamente buena. Los humanos fueron concebidos para disfrutar esta realidad siempre presente —una realidad que muy a menudo fallamos en alabar, o peor aún, ignoramos y tomamos por sentada. Como describe el Génesis, la creación se despliega en seis días, implicando una compresión evolutiva del crecimiento. Tan solo en el séptimo día no hay movimiento. El patrón divino está establecido: El hacer debe ser balanceado con el no-hacer, que es lo que se llama “descanso del Shabat” en la tradición judía. Toda contemplación refleja una elección y experiencia de séptimo día, dependiente de la gracia en lugar del esfuerzo. El crecimiento completo implica tiempo y puesta en escena, actuar y esperar, trabajar y descansar.
Todos los demás seres sensibles hacen también sus pequeñas cosas, ocupan su lugar en el ciclo de la vida y la muerte, espejando el eterno vaciamiento de sí mismos y la eterna re-llenura de Dios, y de alguna manera confiarle todo a esto —como hizo mi perra Venus cuando me miró y luego alzó la vista hacia el frente y humildemente bajó su nariz hasta el suelo mientras la poníamos a dormir. Los animales temen el ataque, por supuesto, pero no sufren de miedo a la muerte. En contraste, muchos dijeron que el miedo y el evadir la muerte es el único absoluto de cada ser humano.
Si podemos reconocer que pertenecemos a tal ritmo y ecosistema, e intencionalmente nos regocijamos en él, podemos empezar a encontrar nuestro lugar en el universo. Comenzaremos a ver, como Elizabeth Barret Browning, que la tierra está abarrotada de cielo, Y cada arbusto corriente se incendia con Dios.
Bendición Original, No Pecado Original
El trabajo esencial y verdadero de la religión es ayudarnos a reconocer y recuperar la imagen divina en todo. Es reflejar las cosas correctas, profunda y completamente hasta que sepan quiénes son. Un espejo refleja por naturaleza imparcial, igual, fácil, espontánea e interminablemente. No produce la imagen, como tampoco la filtra según su percepción o preferencia. Reflejar de manera auténtica tan solo puede manifestar lo que ya está ahí.
Pero podemos expandir esta idea del reflejo para tener otra forma de entender nuestros temas claves en este libro. Por ejemplo, hay un espejo divino que podría llamarse la “Mente de Cristo”. El espejo de Cristo nos conoce y ama completamente desde toda la eternidad, y refleja aquella imagen hacia nosotros. Lógicamente no puedo probarte esto, pero sí sé que las personas que viven dentro de esta resonancia son tan felices como saludables. Aquellos que no resuenan ni responden con las cosas que tienen a su alrededor solo crecen en soledad y alienación, y siempre tienden invariablemente hacia la violencia en alguna de sus formas, aunque solo sea hacia ellos mismos.
¿Entonces ven de igual manera el encantador significado de la declaración de Juan: “No es porque no saben la verdad que les escribo, sino porque ya la saben” (1 Juan 1:21)? Está hablando de un entendimiento implantado en cada uno de nosotros —un espejo interno, si quieres. Hoy día muchos simplemente lo llamarían “conciencia”, y los poetas y los músicos podrían llamarlo “alma”. El profeta Jeremías lo llamaría “la Ley escrita en su corazón” (31:33), mientras que los cristianos lo llamarían “el Espíritu Santo que mora en nosotros”. Para mí estos términos son en gran manera intercambiables, ya que se aproximan al mismo tema desde trasfondos y expectativas distintas.
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