El Cristo Universal. Richard Rohr
con el otro, y las dos partes se mueven de un lado al otro, reuniéndose sujeto a sujeto. La Presencia debe ser ofrecida y dada, evocada y recibida. Puede pasar en un gesto físico, una palabra tranquila o una sonrisa, una comida compartida con alguien que cuidamos, cuando de repente nos anima una fuerza más grande que nosotros dos.
Es tan importante probar, tocar y confiar en tales momentos. Las palabras y los rituales complejos casi que se interponen en el camino a esta altura. Todo lo que realmente puedes hacer es devolver esa Presencia con tu propia presencia. No hay nada qué creer aquí en absoluto. Solo aprende a confiar y darle lugar a tu propia y más profunda experiencia, y conocerás a Cristo todo el día, todos los días —antes y después de asistir a cualquier tipo de servicio religioso. La iglesia, el templo y la mezquita comenzarán a tener sentido a niveles completamente nuevos —y al mismo tiempo, la iglesia, el templo y la mezquita se volverán totalmente aburridos e innecesarios. Te prometo que ambas cosas serán verdad, porque ya estás totalmente aceptado y aceptas totalmente.
1. Stendahl, Krister en “The Apostle Paul and the Instrospective Conscience of the West”. Harvard Theological Review 56, No. 3 (1963), 199-215. Para mí este trabajo académico es la clave para entender cómo los últimos quinientos años malentendimos e individualizamos en gran medida el mensaje de Pablo. N. T. Wright llevará este argumento incluso más lejos en su maravilloso y monumental estudio de Pablo.
2. Rohr, The Naked Now, and Just This (cac.org, 2017), un libro de breves indicaciones y prácticas espirituales. Ambos desarrollan esta idea clave.
3. Rohr, The Divine Dance.
4. Agustín, The Retractions, trad. M. Inez Bogan, R.S.M., The Fathers of the Church (Baltimore: Catholic University of America Press, 1968), 52.
5. Rorh, The Naked Now, cap. 16.
CUATRO
Bondad Original
La tierra está abarrotada de cielo,
Y cada arbusto corriente se incendia con Dios;
Pero solo el que ve se saca los zapatos…
—Elizabeth Barret Browing, Aurora Leigh
En el patio trasero de nuestro Centro para la Acción y la Contemplación en Nuevo México, un enorme árbol de álamo Río Grande de 150 años extiende sus nudosas ramas sobre el césped. Los nuevos visitantes se sienten atraídos hacia él inmediatamente, se quedan parados a su sombra y miran hacia arriba sus poderosas ramas. Un arbolista nos dijo una vez que el árbol podría tener una mutación que hace que los enormes troncos hagan tales vueltas y giros enrevesados. Uno se pregunta cómo se mantiene tan firmemente, y aun así podríamos decir, sin pensarlo dos veces, que el álamo es la mejor obra de arte que tenemos en el centro y su belleza asimétrica lo convierte en un espécimen perfecto para uno de los mensajes centrales de nuestra organización: La perfección divina es precisamente la habilidad para incluir lo que parece ser imperfecto. Antes de entrar a orar, trabajar o enseñar teología, su presencia gigante ya ha pronunciado un sermón silencioso sobre nosotros.
¿Has tenido alguna vez un encuentro así en la naturaleza? Quizás para ti ocurrió en un lago o en la orilla del mar, incursionando en las montañas, en un jardín escuchando el gemido de una paloma, incluso en una esquina muy transitada. Estoy convencido que cuando se recibe esta teología innata nos hace crecer, expandir y nos ilumina casi sin esfuerzo. Todas las demás conversaciones sobre Dios en comparación parecen artificiales y embriagadoras.
Las religiones nativas entendieron esto de sobra, y algunas partes de la Escritura también. (Ver Daniel 3:57-82 o Salmos 98, 104 y 108). En Job 12:7-10, y en la mayor parte de Job 38-39, Yahweh alaba a muchos animales y elementos extraños por su inherente y disponible sabiduría —los “peces del mar”, “el burro salvaje”, el “ala del avestruz”— recordándole al humano que él o ella es parte de un ecosistema mucho mayor, que ofrece lecciones en todas las direcciones. “¿Es por tu sabiduría —pregunta Dios— que el halcón se eleva y extiende sus alas al sur?” La respuesta obvia es no.
Dios no está limitado por la presunción humana de que somos el centro de todo, y que la creación realmente no demanda o necesita a Jesús (o a nosotros, si vamos al caso) para conferirle un carácter sagrado adicional. Desde el primer momento del Big Bang la naturaleza estuvo revelando la gloria y la bondad de la Presencia Divina, así que debe ser vista como un regalo gratuito y no como una necesidad. Jesús vino a vivir en medio de todo esto, a disfrutar la vida en todas sus variaciones naturales, y así ser nuestro modelo y ejemplo. Se podría decir que Jesús es el regalo que honró al regalo.
Curiosamente muchos cristianos limitan el cuidado providencial de Dios a los humanos, y muy pocos de ellos lo saben. Cuán diferentes somos de Jesús, quien extendió la generosidad divina a los gorriones, los lirios, los cuervos, los burros, las hierbas del campo (Lucas 12:22), e incluso a “los cabellos de la cabeza” (Mateo 10:29). ¡No hay un Dios tacaño aquí! (Aunque descuidó los pelos de mi cabeza). Pero, ¿qué avaricia de nuestra parte nos hizo limitar la preocupación de Dios —incluso preocupación eterna— solamente hacia nosotros? ¿Y cómo podemos imaginar que Dios se preocupa por nosotros si no cuidara de todo lo demás? Si Dios elige y reparte su cuidado, entonces siempre habrá lugar para la inseguridad y la falta de certeza a la hora de saber si estamos entre los recipientes afortunados. Pero una vez que nos damos cuenta de la Presencia generosa y creativa que existe en todas las cosas naturales podemos recibirlo como la Fuente interna de toda dignidad y merecimiento. La dignidad no se reparte a los que se la merecen. El merecimiento inherente de las cosas se fundamenta en su mismísima naturaleza y existencia.
La Gran Cadena del Ser
San Buenaventura (1221-1274) enseñó que el trabajar para amar a Dios comienza cuando se aman las cosas más humildes y simples, y luego continúa avanzando desde allí. “Para ascender demos el primer paso desde abajo, presentándonos todo el mundo material como un espejo a través del cual podemos pasar a Dios, quien es el Artesano Supremo”, escribió. Continúa diciendo: “El poder, la sabiduría y la benevolencia supremas del Creador brillan a través de todas las cosas creadas”1.
Te animo a que apliques esta introspección espiritual casi literalmente. No empieces tratando de amar a Dios o incluso a la gente; ama las rocas y los elementos primero, muévete a los árboles, luego a los animales, y luego a los humanos. Los ángeles pronto parecerán una realidad posible, y entonces Dios está tan solo a un pequeño salto de distancia. De hecho, podría ser la única forma para amar, porque el modo en que haces algo es el modo en que haces todo. En la Primera Carta de Juan esto se expresa en una manera bastante frontal: “Cualquiera que diga que ama a Dios y odia a su hermano [o hermana] es un mentiroso” (4:20). Al final, o amas todo o hay una razón para dudar de que amas algo”. Este amor y belleza únicos fueron descriptos por muchos teólogos medievales y otros como la “Gran Cadena del Ser”. El mensaje era que si fallabas en reconocer la Presencia en cualquiera de los eslabones de la cadena todo el universo sagrado se vendría abajo. Realmente era “todo o nada”.
Dios no empezó a hablarnos con la Biblia ni con la iglesia ni con los profetas. ¿Realmente pensamos que Dios no tuvo nada que decirnos durante 13.7 billones de años, y empezó a hablarnos tan solo en los últimos nanosegundos de la era geológica? ¿Acaso toda la historia anterior a nuestros textos sagrados no proveyó una base para la verdad o la autoridad? Claro que sí. La irradiación de la Presencia Divina ha estado brillando y expandiéndose desde el principio de los tiempos, antes que hubiera ojos humanos para ver o saber de ello. Pero a mediados del siglo XIX, aferrándonos a la certeza y a la autoridad, la iglesia fue perdiendo rápidamente frente al racionalismo y el cientificismo, y fue así que los católicos declararon al papa “infalible”, mientras que los evangélicos decidieron que la Biblia era “inerrante”, a pesar