Japen. Eugenia Ratcliffe
una mesa ratona en la que apoya porros, discos, guitarras, flyers, lentes de sol. No tiene en los ojos eso que se te va entre los veinticuatro y los veintiséis. Tiene eso que se te asienta a los veintinueve, justo debajo.
Le pregunté si era algo así como el divo del rock que no da bola y dijo que no. Que simplemente vive y deja vivir. Sí, entendí la cita. Live and let die también es de mi época. Live fast and die young me llegó después, demasiado tarde.
Hasta ahora: Vino. Cogió. Y se fue. Algo así como el librito vintage que decora mi biblioteca.

Creo que todo se reduce a: No le gusté. Y eso hace que me encante. Pero ¿por qué seguimos hablando? ¿O estoy flasheando conversaciones donde solo hay monólogos? Demasiadas preguntas.
Happn3 no aparece. Y Happn1… me enamora.
10
Cierro los ojos. Aprieto fuerte mi pelo debajo de la ducha, como si mis manos no me pertenecieran y fueran las de alguien doblegándome para penetrarme bajo el agua, que impacta caliente sobre mis hombros. Un pulso doloroso me late dentro. Conozco milimétricamente los instantes previos a empezar a deshacerme.
Un coágulo rojizo resbala por mis piernas y se estrella en la bañera. Lo veo irse. Mil mitades en las que fragmentarme y perdurar escapándose por el desagüe.
Días antes de que me venga empiezo a sentirme rara. Quiero que me cojan, aquí y ahora. Ya. Pero también quiero que me quieran, que quieran todo de mí, todos, todo el tiempo, y ahí la complico. El domingo con Veinticuatro fue así. Tirada en la cama me corría una electricidad por el cuerpo que hacía que mis manos y mis piernas quisieran abrazarlo. Permanecí inmóvil unos minutos, controlando el impulso. La despedida fue rarísima, con reunión de vecinos en la puerta. A la que conocía la saludé con un beso, y a él con el mismo tipo de beso, como siempre, como desde el primer día y el segundo, cuando le corrí la cara y marqué una distancia que ahora no puedo retroceder.
Durante, no quiero ver a nadie. Ni a mí misma. No quiero lastimar ni que me lastimen. Si quisiera besar sería a través de un papel de calcar o de un tul, a través de algo que impidiera el contacto.
Estoy a kilómetros de mí, cuando conozco a Happn3. Un par de chats que encaro distinto, de manera más compleja, más rebuscada, más yo. No se aburre, se interesa. Es creativo publicitario, es músico (ok, músicos son todos), fue vegetariano por cuatro años. ¿De verdad la gente entra en Happn para saber estas cosas? Yo no. Es Barcelona. Llegó hace poco.
Le cuento que hice trámites, que vino un plomero. No le cuento de los otros Happns. Pero a Rocker, sí; le mando este mensaje:
27/11/2015, 15:22 - RUGE: van demasiados Happns, demasiado aburridos. No me sirven para escribir.
Casi estoy a punto de contarle todo, de decirle que mejor terminar esto y empezar lo que empiezan los que se aman. Los que tienen que dejar de buscar para empezar a construir desayunos, apodos cursis, mascotas, series y bibliotecas compartidas. Recuerdos nuevos. Hasta cansarse, ya no reconocerse y volver a empezar.
Pero Happn2 es un rockero, un alma libre, es treinta y siete y está lleno de lo que lo apasiona y no hay espacio para más. Creo que es eso lo que me encanta. Alguien lleno, como estaba yo antes.
Voy a comer galletitas de agua con membrillo, intercaladas con mostaza. Esa costumbre asquerosa que teníamos. Y voy ver The future otra vez, quiero ver cómo una pareja se termina. Cómo se ve desde afuera, mientras desde adentro es en slow e inexplicablemente fácil.
Eso es lo que lo hace complicado.
O, al menos, para mí.
11
En medio de mis Happns, Macri pasó a tener la provincia, la ciudad, el país. Y mis familiares y amigos de Facebook, a putearme cuando compartí esto antes de que viniera Happn1:

Los mismos que se la pasan compartiendo fotos de perros atropellados, enfermos terminales y ballenas encalladas en la arena al borde de la muerte reaccionaron indignados:

Happn2 me la likeó y eso made my day.
12
Arrastra cajas de embalar de un cuarto a otro. Como en busca de una pausa, sale al balcón a fumar. La miro desde el mío. Delgada, estatura mediana y el pelo oscuro que le cae sobre los hombros. Las puntas de nuestros cigarrillos, encendidas como pequeñísimos lásers naranjas, se alinean en la oscuridad.
A veces, un ruido por el que ambas nos asomamos –o la lluvia– nos hermana. Y nuestras acciones entrando ropa, cerrando ventanas, se duplican a un extremo y otro del pulmón de manzana.
Quizás sepa de mí esos detalles que me hacen ser quien soy y que otros desconocen. Como yo sé de ella: que los miércoles cena de deliverys, que se tiñe las raíces, que lava las sábanas una vez al mes, que usa ropa interior monocromática. Que ayer le dieron una mala noticia. Corrió el ventanal y arrojó el celular desde el balcón. Lo vimos girar en el aire mientras, del otro lado de la línea, alguien escuchaba cómo suena una caída libre, sin caer él mismo.
Ahora, en la oscuridad y en la distancia, le adivino una sonrisa. Tal vez hasta disfruta en silencio el espectáculo que le ofrezco últimamente, con desconocidos entrando y saliendo de mi casa. Se acaba de ir Veinticuatro.
Volvió a pasar. Y, esta vez, de día. Cayó a las seis de la tarde con facturas. Eso me provocó ternura. Verlo llegar así, con algo para compartir, además del sexo.
Me avisó por mensaje “compro facturas y voy”, y sentí rechazo. Pero, al verlo preparar café, acomodar tazas sobre la mesa, doblar las servilletas en triángulos perfectos, tuve ganas de abrazarlo y, al mismo tiempo, la sensación de no saber cómo manejar la situación. No pude ni comer una factura, a pesar de que las de membrillo me encantan y casi todas eran de membrillo. A la escena le faltaba esa dosis de mostaza para no volverse empalagosa.
Últimamente manejo con torpeza las situaciones de cierto afecto. Pongo una distancia extraña. Creo que perdí la afección a esto y a todo. Tanto si es el otro el que las genera, como si surge de mí ese deseo de dar algo más.
No hay nada que me penetre realmente más allá de una pija, y no hay nada que salga de mí. Soy pedazos unidos por articulaciones, vacíos por dentro. Una muñeca inflable con capacidad motora.
Lo hicimos en la cama, dos veces. Al terminar, yo no había acabado y él casi se duerme. Me liberé un poco y lo acaricié. Dijo que le gustaba y a los pocos minutos lo encendía. Ya estábamos de nuevo en la primera parte, pero esta vez acabé rápido. Era eso o terminar conteniendo un vacío enorme. Es raro, pero acabar me llena. Libero algo y entra otra cosa. Una sensación poderosa de vida, que me recuerda que no estoy muerta.
Lo abrazo con las rodillas, con los labios. Con partes que abrazan sin decir “te abrazo”, porque se confunden con “cogeme”. Me dice que se tiene que ir, que quiere dormir un rato antes de cenar en lo de su abuela y de ahí salir con amigos. En mi cabeza le contesto que no vaya a lo de su abuela, que no vea a sus amigos, que yo no voy a ir al cumpleaños, que nos quedemos así, que después pedimos algo, vemos la película que no vimos, comemos las facturas que no comimos, salimos a caminar de noche, a imaginar qué tipo de familia vive en cada casa y cómo serán por dentro. Las familias, las casas.
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