Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Leticia Elena Naranjo Gálvez
Pues la falta de cualificación de las preferencias de quien sabe menos sería la causa de que se viese forzado a elegir en contra de sus propios intereses, incluso sin estar consciente de ello. Estaríamos, por lo tanto, ante una relación coercitiva originada en la no cualificación de las preferencias de la parte en desventaja y en ello, repito, nuestro autor seguramente concordaría. No obstante, no estaría muy segura de que Gauthier también estuviese dispuesto a conceder que, si lo anterior demuestra la necesidad de que los agentes tengan preferencias ‘más racionales’, i. e., más cualificadas, con el fin de que se vean libres de una ignorancia que les pondría en desventaja frente a otros agentes, entonces esto demostraría que la racionalidad de las preferencias sí depende, después de todo, de los contenidos de tales preferencias o, mejor, de la cualificación de tales contenidos. Esto último, y tal vez a despecho de lo que anteriormente ha sostenido Gauthier, requeriría el apelar a referentes normativos para juzgar tales preferencias, no bastando por consiguiente con la asepsia valorativa en la que querría instalarse nuestro autor. Es decir, este tendría que reconocer que las preferencias racionales deben cumplir con estándares normativos mucho más exigentes que la mera consistencia lógica que tendría que caracterizar, según los cánones de la teoría de la decisión, a los sistemas de preferencias.
Amén de lo anterior, también se le podría recordar a Gauthier que, si, como algunos autores insisten, muchas de las mencionadas asimetrías de información son insalvables incluso en un mercado teóricamente perfecto —v. g., la asimetría que separa a un paciente de su médico—, esto podría llevar a pensar que, para garantizar relaciones no forzosas dentro del mercado, resultarían insuficientes los mecanismos que el propio mercado genere. Aunque seguramente Gauthier estaría de acuerdo con esto último, tal vez no comparta la idea de que casos como el del médico y su paciente mostrarían la necesidad de que en algunas o muchas situaciones normales de las interacciones humanas, interacciones que también admiten ser vistas desde la óptica económica, un agente no tiene más remedio que confiar en aquel otro agente con el que transa. En este caso concreto, el paciente no tendría otra salida que la de confiar en su médico, puesto que su desconocimiento del servicio que le vende el facultativo resulta prácticamente insalvable. Esto haría caer en la cuenta de la necesidad de otras instituciones adicionales al mercado mismo, instituciones que se generan en diversos campos de interacción, como el político, el legal-judicial, pero también en un ámbito que a lo mejor resulte no encajar en el esquema de Gauthier: las costumbres o la moralidad entendida al modo ‘tradicional’; es decir, definida en aquellos términos que nuestro autor tanto descalifica.
Las mencionadas instituciones, más los ‘vasos comunicantes’ que algunos creen que las unen, garantizarían que las interacciones entre las personas, así como las relaciones entre estas y las propias instituciones —incluyendo también al mercado mismo—, ‘fluyeran’. Ello dado que así se permitiría que unos agentes pudiesen confiar en los otros sin necesidad de estar en permanente alerta frente al peligro de ser explotados, alerta que implicaría un aumento en los costos de transacción, y una constante parálisis de las decisiones individuales que sean económicamente relevantes.55 El punto al que voy es que estas dos observaciones que acaban de hacerse, es decir, 1) la necesidad de referentes normativos que cualifiquen el contenido de las preferencias y 2) la necesidad de instituciones que, como los códigos de las morales ‘tradicionales’ y aquellos que se legitimarían desde discursos de carácter más político e incluso filosófico, se entrelacen con las reglas de juego del mercado y, por lo tanto, no se restrinjan a lo meramente económico y legal. Con esto se apunta de nuevo a las razones para dudar de una tesis fundamental para Gauthier: la del mercado como modelo de lo moral; o la de los agentes económicos como modelos de agencia moral.
En mi opinión, esta objeción no encontraría una respuesta satisfactoria en el texto de Gauthier. No insistiré por ahora más en ella, pues creo que ya el lector se habrá hecho cargo de las dificultades que entraña el proyecto, a mi entender difícil de lograr, de modelar las relaciones entre agentes morales en términos de interacciones entre agentes económicos y, en conexión con ello, el postular al mercado (que, repito, a estas alturas ya no se sabe si se trata del mercado perfecto o si es el mercado real) como modelo de sociedad moralmente ejemplar. A lo cual habría que agregar que todo ello se ha argumentado o elaborado con el fin de proveer a la moralidad de un sustento racional, explicando el origen o la necesidad que se tiene de la primera en tanto que respuesta racional a los fallos del mercado; un mercado que paradójicamente, repito, se supone que provee un modelo ejemplar —y moral— de cooperación social. Visto lo anterior acaso podría intuirse que, tal y como antes se mencionó, detrás de todas estas dificultades que se han mostrado esté, finalmente, el interés que creo que es clave para Gauthier: salvar por encima de todo a su modelo de agente pensado como un yo del mercado; como un Robinson libre y egoísta, cuyos únicos lazos con los demás agentes —también robinsones— son solo los exigidos por la viabilidad del sistema económico de cooperación.
Tal vez por esto último el autor intenta contestar a la objeción que le plantearían quienes pudieran estar preocupados por los efectos moralmente perniciosos que tendría, en quienes viven en sociedades capitalistas, este ethos egoísta, propio del mercado y de sus market-selves. Ante este problema, Gauthier les advierte una vez más a quienes teman estos resultados éticamente indeseables de la socialización para la vida en contextos capitalistas que, por una parte, la pintura de sus homini economici no es tan moralmente tenebrosa como algunos se empeñarían en mostrar. En segundo término, anuncia que él no va adoptar del todo el modelo del homo oeconomicus. Antes bien, dice que posteriormente rechazará buena parte de las características de esta figura y, al final de su libro, incluso le hará los matices necesarios, aportados por su modelo del “individuo liberal”. A diferencia del yo del mercado, este último conserva, anuncia Gauthier, lazos de afecto con sus congéneres, si bien, al mismo tiempo y sin que en ello deba verse una contradicción, seguirá formando parte de una sociedad fundada sobre la base de restricciones morales puramente racionales, i. e., basadas en el autointerés.
A society that frees individuals from the need to develop affective bonds in order to engage in social interaction may encourage its members to conceive themselves as unrelated individual atoms lacking the potential for developing genuinely affective ties. Market man is a maximizer of non-tuistically based utilities; our account, it may seem gives market-man a morality but denies him any other-directed concern. The particular affective ties that we acknowledged at the beginning [of this subsection] may be only the residue of an image of human beings that we have rejected (p. 104; las cursivas son mías).
Esta es la primera ocasión en la que nuestro autor menciona el término tuistic, el cual como veremos, adquirirá gran importancia para lo que resta de la argumentación de Gauthier, y para el que no se me ocurre una traducción adecuada. Por ello, me permitiré utilizar el vocablo “tuista”, inexistente en nuestros diccionarios, pero que creo conserva la idea clave para el filósofo canadiense, pues la palabra original designa lo contrario de aquel tipo de valores en virtud de los cuales tenemos en cuenta a otras personas. También se trata de valores propios de las tradiciones morales prefilosóficas, las cuales, como ha insistido Gauthier, no constituyen una adecuada base para una moral racional o para una fundamentación racional de la moral.
En el siguiente capítulo, me ocuparé de la defensa que hace el autor de su modelo de agente y de sociedad, una vez vistas las fisuras que se le han señalado hasta aquí, sobre todo en lo que se refiere al vacío moral que podría achacarse a dicho modelo. Esta defensa consistirá, como veremos, en la propuesta de una teoría de la justicia con la cual Gauthier busca precisamente dar cuenta de la legitimidad moral de las interacciones entre agentes económicos egoístas. Con esto el filósofo canadiense intentará superar la posible desventaja que podría presentar su “moral por acuerdo” no solo frente a las mencionadas formas tradicionales o “tuistas” de moralidad, sino también tratándose de discursos propiamente filosóficos que igualmente sean “tuistas” y que, por ende, insistan en entender la agencia moral y los vínculos propios de la vida moral como no modelables en términos económicos. Veamos, entonces, de qué manera nuestro autor intenta demostrar que su teoría logra hacer frente a los reclamos provenientes de este tipo de posiciones.
Conclusiones