Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Leticia Elena Naranjo Gálvez
que sea mucho más que “la esclava de las pasiones”, entre otras razones, porque es posible que esta expresión implique también una escisión bastante cuestionable entre la razón y ‘su otro’, escisión6 que tal vez esté a la base de una idea demasiado restringida de la agencia humana, y por la que acaso terminemos por pagar el precio de abandonar los aspectos más importantes de la vida individual y colectiva a la irracionalidad de las ‘razones’ de la fuerza o de los avatares históricos.
Notas
1 Aquí se entenderá al ‘agente’ y al ‘paciente’ bajo un esquema aristotélico de categorías, según el cual al primero se lo considera como un sujeto capaz de actuar y decidir por sí mismo, o como moviéndose a la acción por sí mismo, de tal manera que dicha acción tiene su principio en el propio agente. Por el contrario, el ‘paciente’ sería pensado como un ser que es objeto de la acción de otros, o de fuerzas que escapan a su poder, siendo empujado por dichas fuerzas o voluntades a las que no puede resistirse y de las que no es responsable, puesto que el principio de lo que ‘parece’ que hace el paciente realmente no está en él, sino en dichas fuerzas externas. Esta distinción aristotélica, a su vez, se encuentra ligada a las oposiciones establecidas por la filosofía de la acción del siglo XX: ‘actuar’ versus ‘padecer’; un mero ‘cambio’ o ‘movimiento’ versus una ‘acción’ propiamente dicha. Por otra parte, estas categorías filosóficas son completamente ajenas a los términos económicos ‘principal’ y ‘agente’, entendiéndose por el segundo aquel que opera con el fin de obtener beneficios para el primero —v. g., el empleado que produce para el empleador; el directivo que produce para el accionista—. Cf. Aristóteles. Organon-tratados de lógica, L. I. Categorías; Davidson (2001).
2 Rawls (1996, conferencia II, § 1, pp. 69-70).
3 Strawson (1995); Habermas (1994a).
4 Habermas (1990).
5 Nozick (1995, p. 91).
6 Sobre las sospechas que pueden caer sobre esta escisión, ver la crítica que hace I. M. Young a las dicotomías propias de lo que ella, tomando prestada la expresión de Adorno, denomina como una “lógica de la identidad”. Cf. Young (1990, pp. 96-121).
Primera parte
La imbricación entre agencia moral ‘reducida’ y racionalidad maximizadora:
la propuesta de Gauthier
En los siguientes tres capítulos analizaré la propuesta de David Gauthier en su obra Morals by Agreement, con el fin de señalar los aspectos que conformarían lo que, a mi entender, admite ser visto como el revelador retrato de un tipo de agente moral al que me permito llamar ‘reducido’. Este apelativo se debe, en primer lugar, a que creo que el agente así modelado por el autor canadiense se caracteriza por hacer un uso exclusivo de cierta forma de racionalidad práctica a la que, como intentaré mostrar, también podría considerarse como reducida: la racionalidad de la eficiencia de medios a fines o la racionalidad estrictamente técnica-instrumental. En segundo lugar, las razones que dicho agente tendría para actuar conformarían una base motivacional que, así mismo pienso, puede ser descrita como reducida, en tanto se trata de razones que colapsan finalmente en el mero autointerés.
Esta doble reducción explica, a su vez, una tercera, en la que confluyen las otras dos: en el modelo presentado por Gauthier la disposición que tenga el agente para con sus congéneres y, por ende, para guiar su conducta por normas morales que le vinculen con ellos, se origina igualmente en una motivación autointeresada. A esta se remitirían en última instancia las razones que podría válidamente aducir, según nuestro autor, cualquier agente moral que pretenda justificar sus acciones como racionales. Por lo tanto, son este tipo de razones las únicas que legítimamente darían cuenta del uso correcto que, para Gauthier, debe dársele a la expresión “racionalidad práctica”. El filósofo canadiense sostiene que dicha racionalidad solo puede ser entendida como aquella que está orientada a la maximización de la utilidad esperada por parte de agentes racionales; y ‘racionales’ en el estricto sentido de la moderna teoría de la elección racional (rational choice theory).1 Se trata de agentes que con la elección de sus acciones solamente buscan satisfacer sus preferencias u obtener el logro eficiente y eficaz de sus fines, de una manera tal que cada objetivo conseguido por parte de un agente sea pagado por este al menor coste que le sea posible.
El intento de Gauthier se centrará en llevar a cabo lo que él entiende como la única fundamentación propiamente racional de la moral, por la vía del mostrar que son este tipo de razones ancladas en el autointerés y no en otra forma de motivación, v. g., el altruismo o el compromiso con bienes que el agente juzgue como más importantes que su propio beneficio, las que explican el hecho de que individuos definidos como autointeresados tengan motivos —racionalmente justificados— para ser morales. Es decir, para restringirse en algunas ocasiones en la búsqueda de la satisfacción de sus preferencias y, con ello, no perseguir en el corto plazo o de un modo miope sus intereses egoístas. De este modo los agentes estarían dispuestos a aceptar algunos constreñimientos a su comportamiento maximizador, con el fin de beneficiarse en el mediano y largo plazo de los frutos de la cooperación social. Lo cual supone que dicha cooperación y, por lo tanto, la aceptación de los mencionados constreñimientos le resulten tan convenientes a cada individuo como lo serían para aquellos otros agentes con los cuales se relacione. En resumen, la moralidad, en el argot de Gauthier, consiste únicamente en este especial tipo de restricciones al propio egoísmo; la racionalidad práctica no es otra que la racionalidad técnica-instrumental y, finalmente, la motivación para ser morales se reduce a una búsqueda prudente,2 a largo plazo, de la maximización del propio beneficio.
Una de las consecuencias que más me interesa resaltar del modelo reducido de agencia que ejemplifica un discurso como el de Gauthier es que termina por considerarse como imposible e ilegítimo cualquier intento de evaluación propiamente racional de las preferencias de los agentes, en especial de aquellas a las que algunos autores designarían como preferencias “fuertes”,3 esto es, el tipo de preferencias en las que los individuos manifiestan sus compromisos éticos o valorativos más fundamentales. Con este resultado y a la vista de las fisuras encontradas en el mencionado modelo, espero que a partir del cuarto y, sobre todo del quinto capítulo, se pueda apreciar con mayor claridad que resulta posible y deseable pensar las piezas que nos permitirían conformar un modelo alternativo; uno desde el cual se haría plausible la idea de que sí cabe hablar de una evaluación de los mencionados compromisos éticos y valorativos. Con ello aspiro a mostrar de qué modo puede argumentarse en pro de la posibilidad de experiencias morales y modos de ejercer la agencia humana apoyados en un uso menos restringido de la racionalidad práctica; modos más complejos que los permitidos por el modelo que se obtiene de discursos como el de Gauthier. Me refiero a formas de experiencia moral, formas de ejercer la agencia moral y formas de deliberar y decidir, a las que creo que resultaría difícil excluir de nuestra experiencia como agentes humanos; a las que tal vez no quisiéramos renunciar, ni tampoco considerar como meras expresiones de nuestra irracionalidad, o de aquello que preferiríamos no tener que evaluar o justificar ni ante otros agentes, ni ante nosotros mismos.
A continuación,