Rebeldes. Amy Tintera
y cogí aire mientras le echaba un vistazo a la fila. Había muchos. La mayoría tenía más o menos mi edad, pero vi algunos que parecían estar más cerca de los treinta o de los cuarenta.
Los Reiniciados de la reserva vestían ropa suelta de algodón, de colores claros, nada parecida a los uniformes negros que la CAHR nos obligaba a usar, con la excepción de los cascos en la cabeza. Estaban fuertes y bien alimentados y, aunque habían tomado sus posiciones para lo que pensaban que era un ataque, ninguno parecía asustado. En todo caso, estaban… ¿emocionados?
Micah levantó hasta su boca una caja negra parecida a los sistemas de comunicación que usaba la CAHR. Habló por ahí, mirando hacia la torre a nuestra derecha. Escuchó un momento, asintió y dijo unas cuantas palabras antes de metérsela dentro del bolsillo.
Dio un paso atrás y nos llamó con dos dedos.
—Wren.
Ella se quedó quieta junto a mí, con los hombros tensos. Micah gesticuló con la cabeza para que se acercara y ella dio un diminuto suspiro mientras soltaba sus dedos de los míos. La gente se apartó mientras ella caminaba hacia él. Me sentí incómodo por ella, pues todos la miraban.
Micah sonrió ampliamente cuando ella se detuvo a su lado. Alcanzó la mano de Wren con la suya y la obligó a dar un pequeño salto. Tenía una expresión de adoración tan pura en el rostro que me habrían dado celos de no ser porque ella lo miraba como si fuera un extraterrestre.
Está bien, quizás estaba un poquito celoso. Ella me había mirado como si fuera un extraterrestre al principio también, pero ahora estaba seguro de que le gustaba.
Bueno, más que seguro, casi seguro. Tan seguro como puedes estarlo sin estar totalmente seguro. Ella había dejado su hogar (la prisión) por mí y luego había arriesgado su vida y derribado las instalaciones de la CAHR para salvarme. Me pareció que ésa era la versión de Wren de Estoy loca por ti. Con eso me conformaba.
Wren arrebató su mano de la de Micah, pero él parecía no darse cuenta de nada y sonreía mientras miraba a los Reiniciados de la reserva.
—Amigos, ésta es Wren Uno-Siete-Ocho.
Algunos soltaron gritos ahogados. Suspiré para mis adentros. Con cada segundo que pasaba me iba desapareciendo cualquier esperanza que hubiera tenido de que nuestros números ya no importaran aquí. Algunos de los Reiniciados la miraban con tanto asombro y emoción que los quería abofetear y decirles que pararan de ser tan extraños.
—Ha traído consigo a todos los de las instalaciones de Austin —continuó Micah.
Más gritos ahogados. Por lo menos les emocionaba vernos.
—No lo he hecho yo sola —Wren examinó a la multitud, pero no pareció lograr encontrar a Addie—. Addie Tres-Nueve y yo lo hemos hecho juntas.
Micah medio asintió, de esa manera en que lo hace la gente cuando en realidad no está prestando atención. Sonreía de oreja a oreja a los Reiniciados de la reserva, quienes se susurraban unos a otros, con rostros un tanto optimistas.
Wren me miró confundida, mientras Micah levantaba la mano. La multitud se calló.
—Está bien —dijo—. Tengo buenas noticias.
Menos mal. Las necesitaba. Esperaba que fuera algo por el estilo de tengo comida y camas para todos vosotros en este mismo momento.
Micah gesticuló hacia la torre.
—Me acaban de avisar que están llegando más transbordadores de la CAHR. Ya están en camino en este momento.
Espera. ¿Qué?
—A unos ciento sesenta kilómetros de distancia —continuó Micah—. Por lo menos siete confirmados.
¿Qué parte eran las buenas noticias?
—Así que —Micah sonrió entre dientes, mientras levantaba un puño al aire—. ¿Listos?
Al unísono, todos los Reiniciados de la reserva contestaron con un solo grito ensordecedor.
—¡AL ATAQUE!
CAPÍTULO DOS
WREN
Me paralicé mientras Callum me miraba con horror. ¿Al ataque?
—Wren —Micah me puso una mano en el hombro. Me moví para quitármela.—. ¿Vosotros habéis llegado en transbordadores de la CAHR, no es así? ¿Dónde están?
Parpadeé. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía que había más transbordadores de la CAHR en camino?
—Los hemos dejado un par de kilómetros atrás —dije—. No queríamos alarmaros si nos acercábamos demasiado con ellos.
—Estábamos alarmados, obviamente —dijo Micah con una carcajada, gesticulando al ejército de Reiniciados detrás de él. Se metió los dedos en la boca y silbó—. ¡Jules!
Una chica unos cuantos años mayor que yo se unió a nosotros. Era pelirroja y llevaba el código de barras de la CAHR estampado en la muñeca, pero no pude descifrar el número.
—Ve por esos transbordadores —Micah levantó la mano, hizo una especie de movimiento circular con el dedo y la reja de madera de inmediato comenzó a crujir mientras se abría. Los Reiniciados frente a ella se apartaron rápidamente.
Sentí una mano en la espalda y me giré para ver a Callum detrás de mí. Se quedó mirando la reja.
—¿Qué está pasando? —dijo en voz baja.
—No lo sé.
La reja se abrió por completo y reveló a unos diez Reiniciados sentados en aparatos que nunca antes había visto, con dos ruedas grandes —una atrás y una delante—, como esas motocicletas de las que había visto fotos, pero más grandes. Lo más seguro es que cupieran tres personas en el asiento trasero, negro y amplio, que se extendía entre las dos llantas, y era obvio que no estaban hechos para ser discretos, pues el motor de ambos bramaba.
—¡Kyle! —dijo Micah, gesticulando. Un Reiniciado alto y fornido adelantó su moto—. Llévate a Jules y a… —se detuvo y se giró hacia mí—. ¿Quién ha pilotado los transbordadores hasta aquí?
—Addie y yo.
—¿La Tres-Nueve?
—Sí.
Asintió y se giró hacia Kyle.
—Lleva a Jules y a Tres-Nueve a los transbordadores. Rápido. No más de veinte minutos de ida y vuelta.
Kyle giró el acelerador en uno de los manubrios y la moto rugió hacia delante, se detuvo con un chillido junto a Jules, quien se subió de un salto y miró a la multitud de Reiniciados de Austin con expectación.
—¡Tres-Nueve! —gritó Micah.
Addie salió de la muchedumbre, con los brazos cruzados sobre el pecho. Ignoró a Micah por completo y se me quedó mirando como si esperara algo. No estaba segura de qué. ¿Quería que le dijera que estaba bien que fuera?
Evité la mirada de Micah mientras me acercaba a ella de varias zancadas.
—Quieren que los lleves a uno de los transbordadores —dije—. Y tal vez que pilotes uno hasta aquí.
Sus ojos se movieron rápidamente detrás de mí.
—¿Y crees que deberíamos confiar en ellos?
Hice una pausa. Claro que no creía que debíamos confiar en ellos. Los acababa de conocer y hasta ahora parecían extraños. Pero habíamos llegado caminando hasta su casa y les habíamos pedido que nos dejaran entrar, así que quizás era demasiado tarde para pensar en la confianza.
—No —dije en voz baja.
Mi