Roads. Nylsa Martínez
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A todos los que cuidaron de mí
en las pérdidas y descalabros de 2005,
a las despedidas y reencuentros que estos generaron,
y principalmente al azar con sus sorpresas.
Mariana Wong
y Marco Aurelio Beltrán
El médico sostenía la radiografía en su mano derecha, a contraluz observaba la conformación de la rodilla: Señorita, aparentemente no tiene lesiones líticas o blásticas, el periostio está conservado… creo que aquí no hay problema, Mariana lo miro sin comprender sus palabras. De cualquier manera le voy a recetar algo… Movía la pierna tratando de detectar el origen del dolor. El médico extendió un papel hacia ella y con la mejor de las sonrisas le dijo: No se preocupe señorita, va a ver que pronto ese dolor va desaparecer; le recomiendo evite en estos días el trabajo sobre su rodilla, va a estar bien, me saluda mucho a su papá.
Sin reparar en despedirse de la recepcionista, salió del consultorio para después montarse en el pick-up recién sacado de la agencia de autos. El portazo emitió un sonido que rápidamente fue ahogado por la feroz máquina que encendía su motor, salió apresuradamente del estacionamiento: el rechinido de llantas fue indicando la trayectoria que seguía a lo largo de la calle.
El estéreo reventaba en el interior, Mariana tamborileaba con sus manos sobre el volante; miraba por el retrovisor para cambiar al carril derecho. Le intrigó el rostro de un hombre que se encontraba detrás en un carro gris; podía asegurar que era alguien conocido. Cambió de carril. Justo en el semáforo ambos quedaron emparejados y pudo verlo a su izquierda, ninguna característica importante: camisa blanca, peinado perfecto, rasgos sajones, sin embargo no parecía extranjero o foráneo: un socio de papá, eso es. Siguió la carrera desbocada.
Recorrió de manera apresurada el bulevar esquivando los carros azules, rojos, negros; todos sucumbían ante el imponente pick-up; mientras conducía pensaba en la letra de la canción, repetía las frases: I wanna fuck you like an animal, I wanna feel you in the inside… Todos los del salón ya han de estar allí, Marco Aurelio va a estar odiándome, shit. El anuncio iluminado en colores blanco y rojo le indicó que había llegado: Nuevo Restaurant Mandarín. Al bajar notó que todos los autos de sus amigos ya se encontraban en el lugar, goddamed y yo con esta fuking rodilla de shit. Las palabras del médico hicieron un eco borroso: «evite en estos días el trabajo sobre su rodilla». Es mi semana de preparativos, el viernes es la graduación, my prom, no voy a andar con tenis de enfermera o algo así ¿right? se dijo, luego calzó un par de tacones y cojeando un poco se encaminó hacia la puerta del restaurante.
Marianita… tu falda, ¡so cute!, una de sus amigas le chuleó el atuendo. Thanks, Rebe. Se dirigió rápidamente hacia donde estaba su novio, se lanzó sobre sus hombros y dándole un beso en la mejilla le dijo: Sorry, el doctor no me dejaba escapar…, ¿ya ordenaron algo?
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Cuando llegó a casa todo acababa de suceder; afortunadamente no le tocó ver el cuerpo de su hermano flotando en la piscina. ¿Qué pasa?, preguntó a un par de tipos botudos que se encontraban en la entrada. Con la cojera más marcada se coló al interior de la casa, lo primero que vio fue a su madre llorando. Mamá ¿qué pasó? Miró hacia la puerta de cristal corrediza que daba al jardín, desde el interior de la sala podía observarse el movimiento en el exterior. Caminó lentamente hacia esa salida, algunos paramédicos se encontraban rodeando un pequeño cuerpo cubierto con una sábana junto a la piscina. Mariana se llevó la mano izquierda hacia la boca arqueando la espalda, tembló; los ojos se le inundaron de lágrimas: Quique.
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No se hicieron esperar las coronas y arreglos florales en el recinto velatorio; llegaron todo tipo de condolencias. Ese sábado por la mañana los periódicos mostraban esquelas dedicadas al pequeño Ho Enrique Wong, hijo del empresario Ho Wong.
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Mariana se acomodó en un sillón amplio que se encontraba alejado del montón de gente, junto a ella sólo sentía la respiración de Marco Aurelio mezclada con un ligero zumbido del aire acondicionado. Una gran corona de rosas fue acomodada a un lado del féretro, el listón exhibía en letras doradas «Familia Beltrán». Marco miró de reojo la corona recién llegada, se inquietó.
Los brazos de ella se sentían más fríos que de costumbre, él los frotaba una y otra vez, buscando arrancar de ellos un poco de calor. ¿Café, niña?, se acercó y ofreció Carmelita, una de las sirvientas de la familia, Gracias, no. Marco estaba un poco ansioso y movía el pie derecho de arriba hacia abajo, no podía mantener las manos en un sitio.
Mariana en un gesto de quien ha recobrado la memoria le dijo, eeh, ¿qué onda? ¿apareció tu papá? Los movimientos se concentraron en una negativa No morra, nada, pero mira, llegó una corona de mi familia, chance y ya. Se le dibujó una sonrisa, aun así se le veía nervioso. Deja hago una llamada a la casa, quiero saber si mi mamá sabe algo de esto.
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Ellos estaban juntos desde la primaria, iban en la Franklyn. Aprender inglés y el estatus de ir al «otro lado» a estudiar en escuela privada, fueron motivos suficientes para que sus madres decidieran mandarlos allí. Claro que en ese tiempo no eran los íntimos; además era esa etapa en la que todo mundo, odia a todo mundo. Fue hasta la preparatoria, ya del lado mexicano, cuando se conocieron mejor e hicieron novios.
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La madre de Mariana, Doña Eloisa Olivares, que era la hija única de una familia fresa con tradición en la ciudad, no dudó en casarse con Ho Wong, hijo de un empresario poseedor de varias empacadoras de verdura.
Como una de tantas familias en la frontera producto de esas fusiones culturales, la de Mariana Lucía Wong Olivares era una donde sus padres tuvieron una historia de amor interesante. Su madre había aprendido algunas de las costumbres orientales, pero siendo justos, su padre era el que había recibido gran parte de las enseñanzas mexicanas.
Ho Wong era hijo de chinos bien chinos, pues su padre y madre, habían nacido allá. Ambos llegaron a la ciudad siendo muy jóvenes, y como todos, traían la esperanza de una mejor vida. Fueron recibidos por unos parientes, que con algunos años de ventaja, ya se habían adentrado en los negocios con algunos restaurantes en la zona centro de la ciudad.
Don Ho abuelo, era muy inteligente y no tardó en librarse del estigma de ser chino con restaurante de comida china; se hizo propietario de una pequeña empacadora de lechuga. Muchas historias contaban que tal adquisición provenía de un ajuste de cuentas, muy al estilo chino, pues Don Ho abuelo no siempre estuvo en los negocios blancos. Mariana conocía de oídas algunas anécdotas sobre su abuelo, que más bien le parecían leyendas urbanas; ella sólo pudo conocer de aquel señor la imagen de un viejo refunfuñón, que nunca le dio abrazos, besos o muestras de cariño.
Cuando el padre de Mariana tenía veintidós años conoció a Doña Eloisa. Los dos asisiteron con sus padres a una cena que organizaba el Club Rotario a todos los empresarios de la ciudad. Situados en mesas extremas se encontraban los abuelos Wong y Olivares, llevando consigo a sus jóvenes primogénitos. Ho hijo no dudó en sacar a bailar a esa chica que lucía en aquel tiempo un vestido verde muy ajustado en la cintura. Juntos bailaron y sonrieron lo suficiente para quedar en una cita próxima.
Los padres de Doña Eloisa se mostraron sorprendidos con la inquietud hacia Ho hijo, pobre chinito y esta Ely que lo hace que se ilusione. La sorpresa mayor fue cuando recibieron en la sala de su hogar los ojos alargados de aquel joven pidiendo la mano de su hija. Casi la desheredan, ¿pero qué caso tenía tal acción, si lo que al chinito parecía sobrarle era dinero? Pues si lo quiere la Ely, pues ¿qué hacemos?, se ve que la trata bien y pues, también con nosotros ha hecho sus puntos. Eso sí, hay que hablar con ella que no vayan a salir con rarencias orientales, tienen que casarse en la Máter Dolorosa, normalito, como se debe.
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