El profesor artesano. Jorge Larrosa
Europea de Investigación (ERA) constituyen entornos, suelos o territorios, altamente tóxicos para el oficio. Y también que las formas, como se están redefiniendo tanto las funciones de la escuela como las tareas de los profesores en la así llamada “cultura del aprendizaje y de la emprendeduría”, están desertizando los espacios y los tiempos en los que podría cultivarse algo así como una manera artesana de ejercer el oficio. Añadí que la buena noticia es que en los suelos desertizados, en los bosques arrasados por la deforestación y la contaminación, también pueden crecer cosas y que solo hay que saber buscarlas.
Hablé entonces de ese libro de la antropóloga Anna Tsing que se titula La seta del fin del mundo, o cómo sobrevivir en las ruinas del capitalismo (1), en el que se siguen las huellas de unas setas de origen japonés, los matsutakes, prácticamente desaparecidas de Japón a causa de la urbanización, pero que proliferan actualmente en los antiguos bosques arrasados de Oregón donde son recogidas por trabajadores precarios e inmigrantes sin papeles, la mayoría de origen oriental. Los matsutakes tienen la misteriosa capacidad de arraigar en suelos tóxicos. De hecho, dice Tsing que cuando en 1945 Hiroshima fue destruida por la bomba atómica, “la primera criatura viva que emergió fue un matsutake”.
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