Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas

Masculinidades, familias y comunidades afectivas - María del Rocío Enríquez Rosas


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afectivo prometido no haya logrado hacer, de ese gran amor, la ilusión forjada en el tiempo del cortejo, debido a las burlas reiteradas de las que fue objeto por parte de esos malos amores pasados, y aunque no se culpe a la actual pareja, espera encontrar en ella a esa mujer comprensiva. Esto sirve de capital sentimental para la memoria amorosa y para asegurarse de no repetir los errores del pasado, por lo que a este nuevo amor se le mandata realizar una serie de responsabilidades que permitan la recuperación de sí mismo y para estar, nuevamente, en condiciones de ser un sujeto apto para el amor. Así, espera reparar la credibilidad que él mismo necesita de su Yo engañado, elevar su autoestima para volver a amar. Por y para ello, lo que en realidad se demanda de la nueva amada es que sea una especialista cuyo perfil profesional amoroso le permita llevar a cabo una terapia integral de reparación de la subjetividad y de la práctica mixta de las emociones y los sentimientos de un pobre corazón “masculino” que se ha quedado con tan poquita fe. Esta responsabilidad profesional terapéutica, asignada a las mujeres para la recuperación de la autoestima masculina, tiene un basamento religioso, fundado en la fe, lo cual demerita y desvalora el capital cultural profesional poseído, ya que para realizar los trabajos psicológicos emocionales necesarios para terminar con la desconfianza, la frialdad, la burla, la desilusión, los sueños y objetivarlos en nuevas esperanzas para amar y perdonar, se ubica a la pareja en el terreno de la fe, de la acción moral y asistencialista para la reparación compasiva de la frialdad de un amor engañado.

      El amor y desamor masculinos transaccionan a las mujeres entre el grupo juramentado, o toma este puñal y llévatela, porque toda mujer bonita será traidora

      Como se ha planteado, el modo de transitar de los hombres por la práctica mixta amorosa les comprende complejidades y contradicciones, contenidas y simbolizadas en las canciones del bolero. Parte de esa experiencia tiene que ver con las formas como la hegemonía de los mandatos de género y los atributos masculinos que los significan signan las prácticas del grupo juramentado, definen actitudes, comportamientos y acciones misóginas por parte de ellos para mantener a las mujeres en la dominación y el orden patriarcales, siendo el cautiverio de la fascinación amorosa uno de los ubis en los que el encierro amoroso cumple la sentencia jurídica de la juramentación sentimental masculina: hasta que la muerte los separe, a ellos en vida y a ellas en la muerte. En este tercer apartado se analiza y reflexiona en torno a la conceptualización y práctica sexista que los hombres tienen y ponen en juego sobre su experiencia afectiva del amor y desamor. Las siguientes canciones elegidas pueden ilustrar lo anterior: Usted, (23) de Gabriel Ruiz y José Antonio González Zorrilla, (24) Nobleza, (25) de Nicolás Jiménez, (26) Llévatela, (27) de Armando Manzanero, Amor gitano, (28) de Lucho Barrios, (29) Seguiré mi viaje, (30) de Álvaro Carrillo.

      La secuencia de estas canciones nos permite conocer cómo una parte de la práctica de la experiencia mixta de las emociones y los sentimientos de los hombres, transita de las canciones del amor verdadero a esa concepción y convención cultural hegemónica de género que prescribe que, como parte de la naturaleza de las mujeres, muchas de sus relaciones de pareja con los hombres están cimentadas en la traición y el engaño, debido a los beneficios que obtienen de ello. Pese a esto, y aun a sabiendas de lo que va a ocurrir, los hombres, por su condición de género y situación vital, se involucran sentimentalmente, como parte del aprendizaje del reto, de que a mí no me va a pasar y si me pasa ya veremos de a cómo nos toca.

      Como plantea Heller (2004), la implicación sentimental es una forma de función social reguladora en su relación con el mundo y con los procesos de su apropiación, lo cual comprende una evaluación de sí mismo, en tanto protagonista de ello. De esta forma, amar y desamar constituyen, tanto para los hombres como para las mujeres, guías para la performancia como intervienen en estos procesos, en marcos de desigualdad de todo orden, las simbolizaciones misóginas que se articulan con la práctica mixta de las emociones y sentimientos.

      La delegación de las responsabilidades en las mujeres por los desaciertos, fallas, errores y desconocimientos que los hombres han tenido en sus relaciones amorosas se justifican en cantos por el proceder de que usted sea la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos, de haber llenado de dulces inquietudes y amargos desencantos mi propuesta de amor, la cual me sitúa como esclavo de los ojos y el juguete del amor, al jugar con los sentimientos que, en la implicación de las relaciones amorosas, es el capital más preciado en la oferta del amor, por lo que su desprecio, desespera, enloquece y hasta la vida pudiera darse por poseer a esa mujer. Si bien desde la cultura patriarcal del grupo juramentado es posible que los hombres, debido a los aconteceres de la traición femenina, a veces nos doblamos, se espera y exige que no nos quebremos, debido al cúmulo de consecuencias socioculturales de género que ello implica para el grupo juramentado, ya que ser esclavo es para quien vive en la opresión genérica del mundo femenino y le sitúa sentimentalmente en el cautiverio del amor.

      Como se planteó, por condición de género la creatividad es de los hombres, el don de mando, la gobernabilidad sobre las personas, la producción y trasformación del mundo, por ello, sus emociones y sentimientos se enmarcan en estos principios políticos de género. Esto comprende que aquellos sean considerados como responsables principales de producir, crear y trasformar el mundo, por lo que su implicación afectiva tiene como punto central garantizar la materialización de estos mandatos. Desde este ubi patriarcal, las expresiones amorosas, su sentido y representación de los hombres, les brinda el derecho de ser atendidos y correspondidos, principalmente por las mujeres, en proporción al esfuerzo realizado para lograr tales cometidos. De ahí que vivir en emoción sea parte de la experiencia amorosa de los hombres como crean y trasforman el mundo.

      Si esto no sucede, y en las distracciones que comprende para los hombres implicarse en un verdadero enamoramiento, estos poseen las facultades sociopolíticas para culpabilizarlas por esos momentos de fragilidad que implican el amor y que los pone en una situación de vulnerabilidad. Si, como plantea Le Breton (1999), las emociones y los sentimientos se incluyen de forma dialéctica, nacen de la relación con un objeto y de la definición que hacen los sujetos de su participación con ese objeto, esta participación es evaluada a partir del repertorio cultural, la mezcla de relaciones generadas y los valores que se definen en torno a ellas, los hombres aprenden a decantar sus responsabilidades menores (como puede ser la atención a las otras) en las mujeres con las que mantienen algún vínculo emocional y sentimental. Ello implica que la situación de vulnerabilidad que los comprende tiene en las declaratorias de amor, como son no jugar con las penas ni con los sentimientos que resultan desesperanzadores por vencer el miedo de besarla a usted, sean significadas de forma positiva, comprensiva y compasiva.

      Esta designación de la culpabilidad contra las mujeres como responsables de merecer el desamor masculino, tiene que ver con lo que señala Amorós (2005), en el sentido de que los hombres, como parte de la conformación y constitución de su condición genérica, viven ritualidades de desmadramiento con los que se garantiza la obligatoriedad de la ruptura con el mundo femenino, en su doble acepción: por una parte, desvincularse de todo lo que define, comprende, significa y simboliza el mundo de las mujeres y lo femenino, por haber nacido de una mujer; y por otra, negarle su condición de humana y sujeto social, susceptible de ser comparada con el paradigma Hombre.

      El mito explicativo de que el proceso del amor, las emociones y los sentimientos que lo intersectan, sus implicaciones socioculturales y psicológicas para las personas que los experimentan, necesariamente pasan por algunas etapas que, para acceder a él y merecérselo, tiene que vivirse dosificado (de lo bueno poco), con dolor (prueba fehaciente de haberlo ganado y de la sinceridad de sentirlo realmente) y en la traición (comportamiento amoroso, concebido como natural y esencialista), que se mandata y desea vivan aquellas mujeres cuya práctica de su sexualidad corresponde a un proceder y reputación dudosas, y aquellos hombres cuyas condiciones socioeconómicas y estéticas de prestigio les proporciona una incontinencia natural de conquista múltiple y trato misógino por las mujeres.

      Por ello, para los hombres, la experiencia del amor y desamor comprende poner en práctica atributos de género, como son la hombría y la virilidad que les permite asumir las debilidades, traiciones, desencantos, infidelidades, tristezas, como fortalezas de madurez caballeresca. Así, quien perdona a un amor traicionero, sobre todo cuando se valora que para merecer el amor verdadero el dolor significa su sinceridad, no es una cobardía, por lo que la realidad


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