El periplo del Ángel. LΩbΩ Fantasma

El periplo del Ángel - LΩbΩ Fantasma


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por ahora sólo me centraré en mi «caída» y mi periplo.

      Como he dicho, mi cometido era custodiar y vigilar cada paso de la persona que me asignaron. Podía inspirarla y alentarla con mi esencia y luz cuando sus días fuesen más oscuros, pero se me prohibió terminantemente intervenir en su vida o influenciarla para que tomase una decisión u otra; debía respetar su don único como persona humana, don y regalo supremo de Dios: el libre albedrío.

      CAPÍTULO I

      MI MISIÓN

      Vi a mi protegida por primera vez mucho antes de que renaciera como humana. Conversaba con nuestra madre y creadora –sí, Dios es una mujer cuando toma apariencia humana. ¿De verdad os creéis esa patraña de que es un hombre con barbas?, por favor… pensad un poco en el significado de: «Y Dios hizo al humano a su imagen y semejanza»–, y vi que era muy guapa, una belleza como pocas habían existido; antes de morir en su anterior vida su nombre fue Inanna, y fue comúnmente conocida como La Reina Serpiente. Hizo muchos estragos en nombre de un perverso conquistador tan maligno como Lucifer, pero gracias a un alma caritativa pudo encontrar su segunda oportunidad para redimirse ante los ojos de Dios. De esta alma caritativa aún no sabemos nada, sólo sabemos que Arsenio Aurah, el nefilim e hijo bastardo de Modiahk Inserez, desapareció en el Infierno tras sacrificar su alma a cambio de salvar la de su amada Inanna.

      Poco antes de que Inanna se reencarnara, Dios se acercó a mí y me habló sobre su historia y que yo iba a ser su custodio. Aunque en un principio me mostré ligeramente reticente de tener que custodiarla al haber escuchado su dantesca y fatídica historia como La Reina Serpiente, finalmente cedí y acepté ser su ángel vigía.

      Nació con otro nombre, sin recordar absolutamente nada de lo que hizo o vivió como Inanna. Su nuevo nombre era Julie, y conservaba la esencia de su belleza aunque su aspecto físico fuese muy distinto al que tenía en su vida anterior. Julie nació en el seno de una familia pobre y humilde, en la Bélgica del año mil ochocientos noventa y seis. Su padre era un alcohólico que la maltrataba desde muy pequeña tanto física como psicológicamente, abusó sexualmente de ella repetidas veces –e incluso llegó a violarla cuando fue un poco más mayor–. Su madre era una psicópata y una sociópata por ser una mujer frustrada, no tenía remordimiento o sentimiento de culpa alguno por el desaliento que cada día le daba a Julie, dejándole claro que no fue una hija deseada y que como nadie la quería, nunca llegaría a ser nada en la vida.

      Recuerdo todas esas noches en las que la arropé con mis alas mientras le susurraba palabras de ánimo sin que ella lo supiera jamás. Pero bien sabe Dios que yo estaba cumpliendo con mi cometido lo mejor que sabía y podía.

      Julie creció y dejó de ser una niñita indefensa para convertirse en una mujercita adolescente y luchadora. A escondidas de sus padres, y con la ayuda de un compañero de estudios, aprendió a pelear y defenderse ella sola. Participó en varias reyertas y luchó valerosamente contra adversarios a los que jamás hubiera vencido sin mis palabras de aliento. Pareció ser feliz durante un buen tiempo, su determinación crecía, pero en poco tiempo la vida volvió a darle un revés. Era una niña muy buena, jamás haría daño a nadie, pero sus padres sacaban lo peor de ella. Un día se defendió de los golpes de su progenitor y salió victoriosa. En represalia él la drogó y la violó mientras aún era consciente de lo que ocurría, incluso estando aturdida. Por primera vez vi la semilla del caos anidando en lo más profundo de su corazón, el mismo desorden y ansia de destrucción que surgió en el interior de su alma, poco antes de ser llamada La Reina Serpiente en su vida anterior. Fui a intervenir por primera vez, pero una voz muy cálida y familiar me detuvo.

      —Sé lo que estás pensando y no es buena idea… —advirtió la voz de Dios desde mi espalda.

      —¿Por qué? —pregunté triste, pero con decisión al girarme para mirarle directamente a los ojos.

      —Dímelo tú…

      —No. Te pregunto ¿por qué me tengo que limitar sólo a observarla con lo fácil que resultaría calmar su agonía?

      —¿Y cómo calmarías su agonía?

      —Eliminando los dos factores que le impiden ser feliz y avanzar en su vida.

      —¿Los matarías?

      —¿Acaso no es lo correcto madre?

      —¿Es correcto matar a sus padres para que ella por fin consiga su tan anhelada felicidad?

      Titubeé durante unos segundos antes de responder. Su sonrisa maternal y su faz impertérrita al hablarme me hicieron dudar.

      —Si tanto quieres a tus hijos, ¿por qué permites que sufran de esta manera a veces? —pregunté dolido.

      —¿Recuerdas cuál era el regalo que les otorgué a los humanos?

      —El libre albedrío. El mismo regalo que provocó la caída de muchos de mis hermanos y el nacimiento de los nefilim.

      —¿Es reproche lo que distingo en tus palabras?

      —Admítelo madre, tus métodos no son perfectos, por lo cual no son siempre los correctos y adecuados.

      —¿También cuestionas mis decisiones? ¿Por qué?

      —Dímelo tú… —repliqué con una sonrisa mordaz, y su semblante se tornó bastante serio.

      —¿Crees que mis decisiones han generado guerras y sufrimiento porque a unos les di libre albedrío y a otros no? ¿Crees que cometí un gravísimo error al darles todos los placeres a los humanos y a vosotros os los negué?

      Ahora era mi semblante el que parecía frío e impasible.

      —No exactamente, pero sí —finalicé.

      —Está bien. Te dejaré con esta reflexión mientras custodias a Julie: ¿Qué crees que hubiera ocurrido si les hubiera otorgado el libre albedrío y los placeres de la carne a los ángeles?

      Pasó el tiempo para Julie, y aunque el rencor y el odio habitaban en lo más profundo de su corazón, ella seguía luchando por ser buena chica. A veces me gustaba entrar en su mente para ver qué se le pasaba por la cabeza, cada vez que sentía el mal apoderándose por completo de ella. Escuchaba cómo rogaba y rezaba por ser buena chica, notaba que nos imploraba a los ángeles y a Dios, que la colmáramos de paciencia y sabiduría, para encontrar la luz dentro de la más tormentosa de las oscuridades. Su alma gritaba por dentro con agonía desesperanzadora, pues en el fondo sentía que su cometido en la vida, realmente era aplastar el cráneo de cualquier persona que se interpusiera en su camino. Pero cuando esos oscuros deseos asomaban al interior de su alma, como una sombra oculta tras el alféizar de una ventana acechando con ojos ávidos de sangre fresca, Julie cerraba los ojos y se concentraba en cosas que le hacían sentir feliz. Sonreía melancólica y se decía a sí misma: «Tranquila, todo esto pasará pronto y comenzarás a ser feliz».

      De repente, un sentimiento de congoja atenazó mi alma, y una pregunta acudió a mi mente mientras el miedo me recorría la espina dorsal, para alcanzar la médula espinal y una vez allí explotar apoderándose de todo mi cuerpo: ¿Y si nunca conseguía la felicidad en su vida? ¿Y si su vida sólo iba a estar cargada de penas, pesares y desdicha? Aquello me llevó a pensar en la pregunta que nuestra creadora me formuló para que reflexionara. Y la única respuesta que se me ocurrió, fue que todos los ángeles hubiésemos mostrado nuestra verdadera cara y nos hubiéramos dado cuenta que el Paraíso, tan lleno de luz, rezuma el mismo olor a mierda que el Infierno. Pero… ¿realmente era así? ¿Realmente todos los ángeles somos un demonio infernal en potencia, solo que nuestra madre lo impide guiándonos y aconsejándonos a través de la senda de la luz?

      CAPÍTULO II

      AMOR IMPÍO

      El tiempo siguió su curso y comprobé triste que la vida de Julie no mejoraba un ápice. Había cumplido los diecisiete años y ya se había dejado llevar por la ira en tres


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