El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
Lacan, yo estoy acá y ustedes también… otra vez (encore) (1)… Es cierto que el no querer saber nada de Lacan no es el mismo de su audiencia, pero a la vez ese no querer saber nada es el ineludible tropiezo del ser de lenguaje cuyo deseo lo lleve al discurso analítico. Habla el Lacan analizante, el de los infatigables rodeos que siguieron al Seminario de la Ética donde surgía la pregunta: ¿qué es lo real? En aquel Seminario Lacan enlazaba la antigüedad con la modernidad, Aristóteles (384-322 a C) con Jeremy Bentham (1748-1833) para mostrar que la reversión utilitarista había precedido al hallazgo de Freud (1856-1939).
“En el curso de las épocas ha habido un deslizamiento, un deslizamiento que no es progreso sino rodeo, que desde la consideración del ser de Aristóteles condujo al utilitarismo de Bentham, es decir, a la teoría de las ficciones que demuestra el valor de uso del lenguaje, su estatuto de útil”. ¿Cómo se pasa del ser al utilitarismo? Es simple, si se sabe que el pensamiento del ser conduce al individuo aristotélico, entonces numerable y clasificable. ¡Ahí “se había creído poder edificar una ética”! (2), ahí donde en realidad se prepara el terreno para la teoría de las ficciones de Bentham. El utilitarismo se impuso bajo el largo reinado de la reina Victoria. La revolución industrial (con su secuela de espantosa miseria) podía estimar los beneficios que obtenía de la máquina a partir de hacer del trabajador el objeto barato de su costo/beneficio; Marx pudo concebir la plusvalía y mostrar “la risa del capitalista”. Todo lo que quiere el lenguaje del utilitarismo es ficcionar/calcular los beneficios (3); lo que el lenguaje mueve solo quiere gozar. Dice Lacan en Aún: “Ya se sabe para qué sirven las palabras, para que haya el goce que falta”. El discurso de la ciencia, que no le debe nada a los supuestos del alma antigua, no menos ancló en la unidad cerrada del individuo aristotélico, listo para ser manipulado, usado, clasificado, trozado, clonado. Sin embargo, en tiempos de la ciencia Freud descubría en las palabras la verdad mentirosa del inconsciente y en el corazón del lenguaje el grano del ser. Pero como no hay ser sino de dicho, la pregunta de Lacan debe dirigirse a lo real que ex siste.
EN LA ÉTICA
Al inicio de la Ética, en “Nuestro programa”, surge la siguiente pregunta: “¿Por qué la cuestión del placer y del amor, que Freud en su contexto ibseniano (4) puso en el centro de la experiencia ética, no fue llevada por los analistas más lejos, en el sentido de una erótica?”. El alcance se descubre más tarde, en el Seminario 18, donde Lacan inicia su construcción de la lógica de la sexuación (lado hombre/lado mujer) con el uso de cuantificadores (5), para continuar en el 19 y en su escrito “El atolondradicho” (6) y en Aún. En el notable Capítulo V de Aún, “Aristóteles y Freud. La otra satisfacción”, pondrá en la luz transversal de su discurso (que desde la Ética ha conocido las más arduas torsiones) el envés de la Ética a Nicómaco y el envés del utilitarismo.
Mucho antes de 1959 Lacan había introducido sus tres, imaginario, simbólico, real; había partido de la filosofía y de la confianza en la significación del falo, y había inventado su objeto a y las nuevas especies de a (7). En la Ética, la pregunta por lo real situaba el asombroso Das Ding (la Cosa) freudiano (8), función primordial de una pérdida de goce sin la cual no se accede a la palabra. En el campo del lenguaje, las barreras de la ley y de lo bello hacían de defensas contra lo absoluto del goce que quería satisfacerse, realizarse, por ejemplo contrariando las leyes de la ciudad, o desafiando los cánones de la belleza. En la Ética desfila una serie de actos humanos que lo prueban, donde la transgresión abismaba al sujeto en el lugar vacío de sentido del goce inaccesible. ¿Qué, si no, pudo mover a Antígona, a Moisés, a San Pablo, a Lutero? ¿Qué goces los forzaron a la transgresión del Orden imperante que luego emplazaría a cada uno con el rigor de la Ley? Dice Jacques-Alain Miller:
¿Qué significa das Ding, la Cosa? Significa que la satisfacción, la verdadera, la pulsional, la Befriedigung, no se encuentra ni en lo imaginario ni en lo simbólico, está fuera de lo simbolizado y es del orden de lo real. Y esto implica que tanto el orden simbólico como la dimensión imaginaria, toda la arquitectura del gran grafo de Lacan –que está en dos niveles, cada uno de los cuales se desdobla para incluir términos imaginarios– todo este montaje se alza de hecho contra el goce real para contenerlo (9).
LO OPUESTO, LO INVERSO Y LO IDÉNTICO
Lacan propone en la Ética su tesis: en la práctica analítica, que parecía estructurada por lo simbólico, la instancia moral del mandamiento se revela como orden insensata e ineludible del superyó (“debes”) que presentifica el peso de lo real. Das Ding (la Cosa) que solo se manifiesta dando en el blanco por medio de las palabras, es la ley fuera de toda ley, estructura última, punto de fuga frente a cualquier realidad. Lacan encontraba en el Freud más temprano una intuición esencial: el primer Otro, satisfaciente y auxiliar, es a la vez el Otro hostil (10) que al sustraerse cava el agujero de lo imposible de satisfacer. En el “Proyecto”, el Otro hostil obligó a Freud a situar en su aparato psíquico “dos porciones”; una de ellas pasa al campo de la percepción y permite el juicio de realidad, ¿y la otra? la otra escapa a la esfera visual: “Da la impresión de que hay una estructura constante que persiste como una cosa (Das Ding)”. En la primera clase de la Ética, Lacan articula el superyó “en ese mismo lugar”.
El superyó es la ley insensata que impone los objetos quizás irrisorios de los que se goza/padece; algo que es a la vez “lo opuesto, lo inverso y lo idéntico” de das Ding, pues se organiza a partir de esa realidad muda. Si los objetos parecen lo opuesto al invisible “punto de fuga”, y la ley insensata parece lo inverso de la mudez de Das Ding, son lo idéntico a la Cosa en tanto encarnan el puro imperativo de goce que Lacan sitúa con la máxima universal kantiana (sadeana): una trama significante pura y muda dicta un extraño Bien ajeno al bien del individuo: obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda servir a una legislación universal (11).
Lacan inventa su fórmula: “Gute (12) Das Ding”; un Bien se impone vacío de sentido en la máxima kantiana, un bien que desde lo inconsciente “ya hace la Ley” (13). En la Ética se ponen en serie la Ley mosaica, San Pablo, Lutero, Antígona. El amor cortés. El amor al prójimo. “Freud nos dejó ante el problema de una hiancia renovada con respecto a Das Ding, la de los religiosos y los místicos que ya para nada podemos colocar bajo la garantía del Padre” (14). Ellos gozan. Está abierta la vía hacia Aún y hacia “los dos rostros de Dios”; el Dios de los filósofos y mi Dios, Dios vivo de Abraham, Isaac y Jacob. El sujeto nace de una relación indecible con el goce por haber recibido el significante.
UNA TORSION SIGNIFICATIVA
En el Seminario 16, De un Otro al otro, iniciado en noviembre del 68 en un París inquieto, Lacan extrae, de un acontecimiento de discurso debido a Marx, la plusvalía, su “plus de gozar” (15). Como el capitalista, el síntoma ávido usufructúa sus goces. Dice Lacan: la estructura es lo más real; para captar este real “sería esencial tener en el psicoanálisis algunos espíritus formados en la lógica matemática”. La lógica aristotélica quedaba presa de sujeto y predicado y de sustancias reales: “todos los hombres son mortales”, lo cual arrastraba una serie de errores. Al operar sobre funciones y escribir
En el mismo Seminario 16, Lacan se sirve de la apuesta de Pascal (18) (extraña apuesta en la que “faltan las condiciones admisibles para un juego” (19)). Debe formalizar el 1 del trazo (la inscripción significante) y “a”, el efecto de pérdida de goce que aquella supone para el ser que habla. En la apuesta pascaliana (escrita en un papelito muy doblado que el católico y libertino Pascal, próximo a morir, llevaba entre sus ropas) se enfrentaba a la “renuncia a los placeres” exigida para ganar la eternidad. Dialoga con el escéptico (es el mismo Pascal) y le dice que Dios le pide esa nada