El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
a la tortuga, ni ella a Aquiles. Con la lógica de la sexuación, cuyo esbozo tenemos en el Seminario 18, el espacio entre los sexos se manifiesta ya no como rígida frontera, sino como litoral, insabido espacio que cada uno vadea según su goce.
AUSENTIDO
La producción del S1 (que por el acto analítico reduce el significante a la letra) precede a Aún. Lacan ya sabe que entre S1 y S2 hay un agujero, que nada hay más contingente que el S2 que se engancha a un S1. Que entre S1 y S2 hay au sentido, falla real en la lógica del sentido, y que ese agujero es el lugar donde puede advenir un decir. “El puente tendido hacia lo real imposible nace, pues, de reducir el significante a la letra. Así puede tocar lo real, penetrar en él. Es lo que han hecho las matemáticas y, a partir de ellas, la ciencia” (42). La letra no es diferencial, no muta. La lalengua de cada uno es la letra por fuera de los efectos de sentido; es color, textura, caligrafía de uno solo, relieve singular de la letra en el plano; cada uno delira siempre la misma cosa.
La letra, efecto de discurso, no es sin la imagen, pero este imaginario no es el que comienza en el estadio del espejo, el de los espejismos del yo –ni el del fantasma inconsciente, teatro privado del que se goza– sino el nudo que Lacan prefigura en el Seminario 19, presenta en el 20, despliega en el 21, y de ahí en más. Se esboza un imaginario sin imaginería ni imagen, que, anudado, hizo consistir (43) un cuerpo en la imagen (44). Con el nudo borromeo Lacan se enfrenta “con lo que no se ve en ninguna parte” (45), la opacidad absoluta de lo que llamamos cuerpo. Antes (46) había dicho que el deseo se inscribe a partir de una contingencia corporal. Pero al fin, ¿qué es un cuerpo? El cuerpo-bolsa, el cuerpo-organismo es un agujero en la percepción, agujero cuyo borde Lacan escribe con la triple cuerda y sus nudos. No contiene nada, ni dice nada sin el borde creado por la ex sistencia del Uno que es tres.
Hay el cero y el uno, lo hay, y la sucesión de los naturales, pero entre uno y otro hay un espacio que no se puede recorrer con la lógica binaria del significante. Se verá en Aún con la paradoja de Aquiles y la tortuga. Escribe Miquel Bassols, “digamos entonces que lo femenino como alteridad irreductible a la lógica significante de los géneros y de las identidades sexuales reordena cada vez de nuevo todo su campo, marcando el paso, siempre a contrapié, en su baile de máscaras”. Se refiere a las nuevas identidades cuya serie tiende al infinito, como se prueba, dice, marcando la letra T en Facebook; 54 opciones apuntan al género “personalizado”: transfemenino, transmasculino, transgénero… Siempre puede haber uno más, pero la diferencia masculino/femenino subsiste como irreductible. “Parece que, por muchas variaciones que se intenten, la cosa no puede dejar de jugarse entre ‘ellos’ y ‘ellas’” (47).
HAIUNO
En Occidente existe al menos la literatura que empieza con Rabelais (48); la de Joyce y no sin esta, la de Beckett. Literatura de borde que sabe hacer con los restos; la ilegible, la que fait litiére –es decir, “hace caso omiso”– de la letra ordenada a la gramática, antes bien la deshace, la hace estallar. Literatura correlato de la contemporánea disolución de los lazos antiguos que goza y confiesa el goce. Al año siguiente, el título del Seminario 19 es “… o peor”, donde son convocados Parménides de Elea (49) y los neoplatónicos, y donde Lacan escribe Yad´lUn, traducible como hay de lo uno, o bien, Haiuno. Incluso si la primera traducción parece mal castellano, la elegí para mi libro de 2010, Mujeres; escribí entonces: “¿cómo decir que hay significantes, que de eso hay, que nos llueven, y que algo de eso se escribe (porque se goza) desde antes de que el sujeto acceda a la palabra? ¿No era ese Yad’l’Un, dicho así, sonido, chasquido, casi jaculatoria, pura resonancia/goce en la lengua de Lacan?”
Para la traducción del Seminario 19 se prefirió llamar Haiuno a este Uno “que es la cualidad mínima de cualquier ser” (50) y surge del fondo de lo indeterminado: hay. ¡Pero Lacan dice haber buscado sin éxito un lo hay (51)! Insistí: “hay de eso, de lo Uno” (52). Sin embargo, hoy decido escribir Haiuno (no tan sonoro como Yad’lUn, ni como el ¡Ahijuna! del traductor); es más simple, aunque pierde la cualidad fónica que Lacan le presta. Las diversas traducciones conmueven el campo del saber; “el litoral es impreciso, y cabe a cada uno pagar con su propia libra de carne lo que agujerea el saber” (53). Lacan nos sorprende cuando dice en Aún, del Uno aún no sabemos nada. Porque no ha deslindado todavía con claridad el Haiuno del S1. Los vamos a ver vacilar, confundirse y diferenciarse más de una vez en el Seminario 20.
En el Seminario 19, Lacan cita al matemático René Thom (54) quien se interesa en lo que pasa detrás del muro de la lógica común; hay un campo de la vida, dice, que solo se alcanza mediante el número, el álgebra, las funciones, la topología. Al psicoanálisis tampoco le alcanza este “detrás del muro de la ciencia”, porque “entre el hombre y la mujer hay el amor”. El amor es un decir en el que se juega, contingentemente, lo imposible de la carta de a-muro: para los a-murados a lalengua por la sexuación, no hay relación sexual; al menos hay lo que la suple, el objeto a como plus de goce, el poco gozar que causa el deseo, en el lazo del síntoma y en el decir de amor.
Lacan propone una frase que es un nudo, cuyo sentido engaña: “Te demando rechazar lo que te ofrezco porque no es eso” (c’est pas ça). ¡Ni siquiera hay eso que digo ofrecerte! “Con una pizca de ejercicio” verán que ese nudo (“te demando que me rechaces lo que te ofrezco”) oculta, en la trabazón de los verbos, su imposibilidad. Lo que te pido rechazar no es “lo que te ofrezco”, sino “que te ofrezco”, el hecho mismo del ofrecimiento. Nada en el campo de la palabra será otra cosa que demanda. Al desanudar cada uno de esos verbos anudados con los otros dos, “encontramos el efecto de sentido al que denomino objeto a” (55), a causa del cual no hay relación sexual: un sexo no tiene lo que le falta al otro, ni desea lo que desea el otro, ni goza de lo que el otro goza; el amor tempera esa nada. (En esos días Lacan descubre “algo que le venía justo, el escudo de armas de los Borromeos” (56). Ahí se leerá que el Uno es tres).
EN LA PROXIMIDAD DEL SEMINARIO 20
El psicoanalista Lacan no podrá obviar los lazos antiguos, el testimonio de los que no confiesan el goce pero lo sienten. Lo dicen hasta donde pueden decirlo. Así habla Lacan en Aún: la fe en el Logos encarnado ha producido los más extraordinarios discursos sobre el amor, cuando los discursos del amor confesaban ser los del ser y el Ser eterno era el correlato natural de una captación imaginaria del mundo. De este modo aparece el lugar de las referencias aristotélicas y medievales en Aún. Lacan va de una a las otras; se interesa en los discursos sobre el amor propios de la erótica católica; ni griega, ni judía, ni oriental. Ni cortés, aunque también abunden las metáforas. “Lo que suple la relación sexual es precisamente el amor” (57).
Tal cosa como la doctrina paulina del Verbo de Dios hecho carne, según fue dicho, jamás había existido antes. Dice Lacan en Aún, “Dios es propiamente el lugar donde, si se me permite el juego, se produce el dios, el dior, el decir. Con nada el decir se hace Dios; basta que se diga algo, allí estará Dios. Por eso, al fin los únicos verdaderos ateos que puede haber son los teólogos: ellos hablan de Dios” (58). Enmudecido el odio por los cristianos, el judío Freud se atrevió a encontrarlo en Empédocles de Agrigento. ¿Qué leeremos en lo que nos vienen a contar los analizantes, –sus necedades, apuros, impedimentos, emociones–, sino los efectos de esos decires? Tal vez, dice Lacan, ustedes puedan vivificar un poco “ese sentimiento llamado amor”. Lacan introduce en Aún al “Otro sexo” que es el sexo femenino; hay un goce de ellas del que quizás no sepan, “no todas lo sienten”. Se dicen mujeres y están donde Lacan interroga los discursos sobre el amor; son Antígona, la Dama, Diótima, Sygne de Coûfontaine, Sichel, Lûdmir, Pensée, Madelaine, Medea, Cornelia (la madre de los Gracos), Hadewijch d’Anvers, Teresa de Ávila, y más, sin excluir a San Juan de la Cruz y a Jacques Lacan, estos que sin duda son hombres.
¿Hombres? ¿Mujeres? No necesitan hablar para estar atrapados en un discurso: son hechos de discurso. “Es en un discurso donde los entes hombres y mujeres naturales (si así puede decirse) tienen que hacerse valer en tanto tales” (59). La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer, se trata de lo que le pasa a cada uno. ¿Qué