Pensadores de la nueva izquierda. Roger Scruton
generación de posguerra que pudiera escuchar esa frase sin esbozar una amarga sonrisa.
Esto no quiere decir que la historiografía de Thompson sea simplemente propaganda. Nada más lejos de la realidad. También él, como Hobsbawm, poseía una excelente mente investigadora, atenta a los hechos empíricos y una magistral habilidad para relacionarlos. Defendía con elocuencia y vigorosamente que la obligación de todo historiador es rechazar sus pulcras teorías si entraban en conflicto con los hechos. Y denunció enérgicamente la charlatanería floreciente de la Nueva Izquierda, cuyo ejemplo más grotesco era Althusser (ver capítulo 6). Fue en parte por esta razón por lo que Perry Anderson le expulsó de la New Left Review y le arrojó al frío, donde se rumoreaba que los simples “empiristas” sobrevivían con los pocos restos de información que quedaban, sin el beneficio de esas grandes teorías que en ese momento estaban tomando el poder. Todo el que lea The Poverty of Theory debe sentir agradecimiento hacia este pensador de izquierdas que se decidió a pensar dentro de los límites marcados por el sentido común y la honestidad intelectual.
Pero al mismo tiempo hay un autoengaño simplificador que recorre las páginas del volumen donde apareció este ensayo. Y este autoengaño no aparece en ningún lugar tan claramente como en las lamentaciones por los trabajadores, que revelan la fuente auténtica del vínculo “institucional y cultural” que los une:
«En la conducta de los estibadores de los muelles Victoria y Albert, que amenazaban con no prestar servicio a los barcos que no estuvieran decorados en honor del relevo a Mafeking —los mismos estibadores con el apoyo de los cuales Tom Mann había tratado de fundar una internacional proletaria— ya podemos ver las abrumadoras derrotas que vendrían»[17].
Por decirlo de otra manera, los trabajadores, que deberían mostrar su verdadera naturaleza uniéndose a la causal del “internacionalismo obrero”, se vieron traicionados por el patriotismo desfasado de la ideología burguesa. Pero, me pregunto, ¿les hubiera salvado un poquito más de nasha?
También se manifiesta el autoengaño de Thompson en la carta abierta que escribió a Kolakowski, en la que reprende por su apostasía a ese veterano comunista, que había creído en el credo marxista y había sido testigo de cómo se había aplicado en Europa del Este:
«Mis sentimientos tienen incluso un tono más personal. Siento, cuando ojeo tus páginas en Encounter, un sentimiento de dolor personal o traición. Mis sentimientos no son asunto tuyo: debes hacer lo que piensas que es lo correcto. Pero explican por qué escribo no un artículo o polémica, sino esta carta abierta»[18].
Solo alguien que ha hecho una apuesta demasiado arriesgada y se ha identificado con una doctrina sin contar con suficientes garantías para creer en ella, podía adoptar ese tono herido. En esta carta, así como también en los artículos que escribió más tarde sobre el desarme[19], podemos advertir la necesidad que subyacía en los escritos de Thompson: la necesidad de creer en el socialismo, como la filosofía del proletariado, y en el proletariado mismo, como el cándido paciente y el agente heroico de la historia moderna.
Esta necesidad de creer ha adquirido diversas formas. Quizá ninguna sea más destacable que la negativa a considerar las pruebas que escritores como Kolakowski presentan: la prueba de que la tiranía comunista derivaba su naturaleza precisamente de la misma postura sentimentalizante sobre los trabajadores y de una idéntica y simplificadora denigración del “capitalismo”, y de todo lo que parecía implicar, que fueron la inspiración de Thompson. Thompson creía en el poder de las ideas, pero no supo ver las consecuencias que tenían las ideas que le eran más queridas.
La falta de actitud crítica de Thompson en relación con sus propias prédicas era una misma cosa con su postura hacia el marxismo. Porque en última instancia fue el marxismo el que hizo posible reinventar el pasado. En la historia marxista los seres humanos aparecen como “fuerzas”, “clases” e “ismos”. Las instituciones legales, morales y espirituales aparecen de una forma marginal o se analizan únicamente cuando pueden ser interpretadas en función de las abstracciones que encarnan. Esas categorías muertas, que se imponen sobre la materia viva de la historia, reducen todo a fórmulas y estereotipos. Thompson describe un pasado que está cubierto por la trama de sus propias emociones.
La marginalización marxista de las instituciones, del derecho y de la vida moral no fue algo exclusivo de la Nueva Izquierda inglesa. La escuela de los Annales, que prefería las estadísticas sociales a las grandes narrativas, la teoría de la dominación de Foucault, la explicación de la praxis revolucionaria de Gramsci, y la crítica de la Escuela de Frankfurt a la “instrumentalización” del mundo social, todas degradaban las instituciones y en su lugar colocaban mecanismos artificiales. Solo en una parte del mundo han existido recientemente pensadores de izquierdas que han visto el funcionamiento y la reforma del derecho como el objeto principal de la política y este lugar es Estados Unidos. Gracias a su Constitución y a la larga tradición de pensamiento que ha inspirado, la izquierda americana ha optado habitualmente por el análisis legal y constitucional y por intercalar en él reflexiones sobre la justicia en la que está ausente el resentimiento de clase, propio de la izquierda europea. Por esta razón, a pesar de que defienden siempre una mayor intervención del estado en la vida de las personas, los americanos de izquierdas no se llaman a sí mismos socialistas, sino liberales, como si fuera la libertad, y no la igualdad, el fundamento de sus promesas. En el siguiente capítulo analizaré lo que esto ha significado en los últimos años.
[1] Czeslaw Milosz, El pensamiento cautivo (Barcelona, Tusquets, 1985).
[2] Eric HOBSBAWM, Sobre la historia (Barcelona, Crítica, 1998), p. 46.
[3] Gerald A. COHEN, La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa (Madrid, Siglo XXI, 1986).
[4] Eric J. HOBSBAWM, Industria e imperio: una historia económica de Gran Bretaña desde 1750 (Barcelona, Ariel, 1977), p. 79.
[5] Ibid., p. 86.
[6] Peter H. LINDERT y Jeffrey G. WILLIAMSON, ‘English Workers’ Living Standard During the Industrial Revolution: A New Look’, Economic History Review 36 (1983): 1—25.
[7] E. HOBSBAWM, Industria e Imperio, o. c., p. 88.
[8] Eric HOBSBAWM y Terence RANGER (Eds.) La invención de la tradición (Barcelona, Crítica, 2002).
[9] Aunque, claro está, en la época de Shakespeare la conciencia nacional se refería a Inglaterra; todavía no se había formulado claramente una identidad “británica”. Linda COLLEY, Britons: Forging the Nation 1707—1837, London, 1992.
[10] Sir Edward Coke, Institutes of the Lawes of England, 1628—1644; A. V. DICEY, Introduction to the Study of the Law of the Constitution, 1889. MAITLAND, F. W. The Constitutional History of England: A Course of Lectures Delivered, Cambridge University Press, 1908.
[11] Anne HOLLANDER, Sex and Suits, New York, Knopf, 1994.
[12] E. Hobsbawm, Historia del siglo XX (Barcelona, Crítica, 1995), pp. 62-91.
[13] En otras palabras, de la Edad Media. Cfr. Alan MACFARNALE, La cultura del capitalismo (México, Fondo de Cultura Económica, 1993). Ver también, del mismo autor, The Origins of English Individualism, London, 1978.