El misterio en lo cotidiano. Xavier Quinzà Lleó
de julio
Amar significa ser fiel, guardar tu palabra, mantener una relación sin volverte atrás o alejarte de ella; y amar significa también respetar plenamente al otro sin violar su libertad, bendiciéndole y ayudándole a crecer según su propio modo de ser. Cuando hacemos esas cosas, a veces nos sentimos fríos, pero el amor, como sabemos, no es cuestión de sentimientos, sino de fidelidad. (Desde México y recién llegado. ¡Hay tantas semillas del Verbo por doquier! ¡Qué pena que nuestros ojos no siempre estén despiertos!)
23 de julio
Vivimos en la certeza interior de que el mundo está lleno de la presencia de Dios, partimos de esa experiencia central: el mundo está lleno de la presencia «activa» de Dios. Esta pasión por un Dios mundano nos hace descubrir un Dios que es el corazón del mundo. Un Dios que nos sumerge en la realidad y nos mueve desde su incandescencia, nos abraza en su misma intimidad. Dios, Roca y Norte, Principio unificador de todo, que convierte en posibilidad lo que parece una amenaza. Dios Amor, fuente de libertad.
26 de julio
Hay cosas que son de pensar o de decir. Hay cosas que tenemos que razonar o describir. Incluso necesitamos acceder a ellas a base de explorarlas y diseccionarlas... Pero hay un misterio que siempre está ahí. Es una Presencia que no podemos pensar o decir, sino que solo podemos ir hacia ella, atravesar la puerta desconocida: entrar. O, en todo caso, que debemos dejarnos empapar de su luz, de su calor, como si estuviéramos tomando el sol.
27 de julio
Lo fascinante del misterio de Dios es que su presencia está siempre ahí. Delante de nuestros ojos asombrados, al otro lado, en ese horizonte que nos abarca y nos incita, aunque siempre nos rehúye. Pero que está siempre en y con nosotros... (Desde un cierto sentimiento de orfandad por la noticia de la partida de mi tía Maruja al corazón del Padre.)
31 de julio
Los creyentes viejos, o vivimos de otra manera la novedad del anuncio del Señor, o lo envejecemos, lo hacemos inservible para los que nos sucedan. Debemos renovar la experiencia del Dios de Jesús, dejar que su favor flexibilice nuestro corazón y nos convierta de huesos secos en un verdadero ejército, que, puesto en pie, salude al nuevo día y se apreste para el combate de la fe, que es la que ha vencido al mundo antes, ahora y en todos los tiempos.
4 de agosto
El viaje hacia el interior es el viaje más desconocido y extraordinario. Hay etapas que nos ayudan a ir profundizando y explorando el corazón. El interior es una metáfora de lo que somos, de lo que hemos vivido, de los múltiples caminos que nos habitan. Por eso es siempre un ejercicio de extrañamiento, el itinerario de un exilio. Los pequeños del Evangelio son los que han hecho la experiencia de la periferia, los que han sido expulsados del centro, los que no encuentran su lugar en una cultura de la satisfacción y del mercantilismo del deseo. El místico ha sido frecuentemente un marginal, no porque se separe del mundo ni de los otros, sino porque su corazón es el campo de un destierro y le habita una conciencia aguda de inadecuación.
5 de agosto
Luz que viene, luz que nos engendra, que nos hace bailar, que nos llama más allá... Luz que nos impulsa a pensar, a ser creativos, que nos invita a participar. Luz que nos vincula a otros, nos hace vivir de muchos otros, que se deshacen alumbrando el camino... Luz que va pasando de unos a otros, hasta llegar al límite, al salto. ¿Cómo está tu foco? ¿Quieres ser luz?
11 de agosto
Nuestra existencia comienza con el esfuerzo de situarnos en la perspectiva del otro. Sin ello, la alteridad del mundo y de los demás produce extrañeza, y en nuestra nostalgia solo hay la proyección de las propias ausencias, pero no de la Presencia que se da en el otro y a través del otro. El otro, por el mero hecho de ser otro, me abre de un modo que me «altera». Por esta alteración provocada por el otro, el igual y diferente a mí, aprendo a abrirme a un Dios mayor. Y esta es una de las grandes tareas de nuestro tiempo a la que la espiritualidad ignaciana nos impulsa.
14 de agosto
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Somos, dijo, un mar de fueguitos. El mundo es eso, reveló, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos, fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena de chispas el aire. Algunos fuegos, fuegos bobos, ni alumbran ni queman. Pero otros arden la vida con tantas ganas que no puedes mirarlos sin parpadear, ¡y quien se acerca se enciende!
18 de agosto
La desesperada búsqueda de uno mismo a través del espejo solo puede llevarnos a la casa de la nostalgia: proyecciones repetidas de lo que creemos ser. Pero en ningún caso podemos concebirnos solos, porque igual que hemos recibido el ser, también queremos transmitirlo, sobrepasarnos. ¿No será este anhelo un signo posible de otra voz en nosotros, de otro rostro, de otra luz, de la llamada de otro amor, del Otro?
24 de agosto
Dios nos transforma dándose a nosotros primero, no al revés. Es importante caer en la cuenta de esta sencilla verdad: no es que Dios nos ame y se comunique con nosotros cuando nos transformamos, sino al contrario. La Biblia nos recuerda que Dios nos cambia porque nos ama, porque nos comunica su amor.
26 de agosto
Tener identidad es tener un lugar definido entre otras personas que son las que nos dan «un lugar para ser...». Buscamos ese lugar para ser, esa identidad reconocida solo porque la recibimos, nos la otorgan desde los otros lugares, desde las otras identidades: nuestros padres, nuestros amigos, nuestros amores. Somos de ese lugar limitado y concreto. Lugar único e irrepetible que nos ofrece la garantía de «ser persona», y solo en esa forma que somos, no en otra. Ahí está la raíz de nuestra biografía.
31 de agosto
«No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz [...]. Pero no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz. Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. [...] Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu» (Tomás de Kempis).
8 de septiembre
La pasión del amor, el insaciable deseo de comunión, de contacto, nos lleva a derribar todas las separaciones y a alterar todas las repeticiones. Esperamos recibir del otro no la herida, la humillación y la muerte, sino más bien el cuidado, el reconocimiento y la vida. La vida la buscamos no en la separación, sino en la comunicación e identificación con los otros, en la apertura a sus innumerables formas de ser y en la alteración constante de nuestra propia identidad. Entonces la vida ya no consiste en sobrevivir, sino en convivir, ya no desea mantenerse a sí misma contra y a costa de los otros, sino más bien entre y gracias a ellos.