Eclesiología de la praxis pastoral. Juan Pablo García Maestro

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sorprende, a la luz de la evolución de la Iglesia en siglos posteriores, que en Rom 16,7 una mujer, Junia, reciba el título de «apóstol insigne»14. Con todo lo que este título implicaba en la eclesiología de la época15, ello confirma el papel importante que desempeñaron las mujeres en la primera etapa del cristianismo, por lo menos en las comunidades de espíritu helenista. De todos modos, este hecho no tendría que sorprendernos en un hombre como Pablo, que proclama programáticamente que en Cristo no hay diferencia entre hombre y mujer, como no la hay entre judío y gentil (cf. Gál 3,28)16.

      En resumen, no parece desacertado pensar que, en las comunidades paulinas, las mujeres desempeñan funciones semejantes a la de los varones, al menos inicialmente, aunque posteriormente se produce una evolución hacia una masculinización general, de la que son testigos las cartas pastorales.

      Y ello en un ambiente social y religioso donde ese modo de proceder era insólito (cf. 1 Cor 11,2-6). Porque ni en las religiones, salvo raras excepciones, como el culto a Cibeles o algunos misterios, ni mucho menos en el judaísmo, era normal que las mujeres tuvieran alguna importancia religiosa, tampoco social17.

      Es a toda la comunidad a la que Pablo apela para que solucione los problemas y desórdenes que la azotan (cf. 2 Cor 2,6). Según él, es la comunidad la que debe elegir, de entre sus miembros, las personas que le parezcan más adecuadas para resolver los litigios que surgen entre los cristianos, a fin de que no tengan necesidad de acudir a los tribunales paganos (cf. 1 Cor 6, 5). Es la comunidad también la que es interpelada ante los desórdenes en la celebración de la eucaristía (cf. 1 Cor 11,17-22) o en la vida de sus miembros (cf. 1 Cor 5,1-13).

      En todo caso, queda claro que las comunidades paulinas son comunidades en las que todos sus miembros son activos. Por ello tienen una auténtica iniciativa, tanto a la hora de resolver los conflictos de la comunidad como al escoger a los delegados que acompañen a Pablo cuando lleve la colecta a Jerusalén, como signo de comunión con la Iglesia madre (cf. 2 Cor 8,19.23). También la tienen cuando hay que elegir a los cargos de la comunidad. Pues, como hemos visto a propósito de la recomendación de la familia de Esteban en 1 Cor 16,15s, que realiza una misión particular en la comunidad, Pablo no impone sin más su autoridad, sino que pide con sencillez la colaboración por parte de la comunidad.

      Por otro lado, las comunidades paulinas se distinguen también por su ideal de comunión entre sí y con las demás comunidades cristianas. El amor mutuo es el principio fundamental y dinamizador de las relaciones y actividades de los miembros de la Iglesia (cf. Rom 13,8-10; Gál 5,13c-14). Es propio de los cristianos acogerse mutuamente (cf. Rom 15,7), practicar la hospitalidad (cf. Rom 12,13) y recibir, cuando ello sea factible, a toda la comunidad en la propia casa (cf. Rom 16,5; Flm 2), celebrando a menudo el culto en ella (cf. 1 Cor 11,20-34).

      Pero esa misma riqueza de dones encierra también sus peligros en una comunidad del tipo paulino, en la que los ministerios jerárquicos apenas están desarrollados. Eso explica la reacción de los discípulos de Pablo, años después de la muerte del Apóstol, que escribieron las cartas pastorales para hacer frente a unas situaciones concretas que amenazaban con destruir la comunidad. El peligro principal era el desorden y la desunión de la comunidad. Por eso Pablo tiene un interés especial en subrayar dos cosas que son fundamentales para que una comunidad de este tipo sea capaz de discernir cuáles son los dones auténticamente cristianos y cómo se han de relacionar entre sí los miembros de la comunidad con sus diversos carismas.

      1) En primer lugar, Pablo acentúa que es uno y el mismo Espíritu –el Espíritu de Jesús– la fuente y el motor de los carismas (cf. 1 Cor 12,4-11). Basándose en ello, Pablo insiste en la importancia de la unidad y previene contra la seria amenaza que representa para la comunidad el que las diversas tendencias puedan llegar a dividirla o a formar partidos dentro de ella (cf. 1 Cor 1,10-13; también 3,1-4,2). La razón es obvia: Cristo no puede estar dividido. Y su vida, muerte y resurrección son el criterio último y definitivo y el punto de orientación fundamental de toda vida que quiera preciarse de cristiana.

      2) El segundo criterio para discernir los carismas de los miembros de la comunidad es que se tenga en cuenta que han sido dados para la edificación de la comunidad (cf. 1 Cor 12,7; 14,2). Es verdad que todo cristiano se caracteriza, en principio, por la libertad (cf. 1 Cor 10,32a), que le ha sido otorgada en Cristo como don. Pero dicha libertad tiene su límite en el momento en que perjudica al hermano (cf. 1 Cor 10,23b) o desune a la comunidad (cf. 1 Cor 3,1-4).

      Hasta qué punto la dirección de la Iglesia, en los inicios, no fue patriarcal y monolítica queda aún más claro cuando se lee la explicación que da Pablo del denominado «Concilio de Jerusalén» en Gál 2,1-10. En este texto se ve cómo también las columnas de Jerusalén respetaron el carisma de Pablo. Por ello no se obligó a los paganos convertidos al cristianismo a cumplir determinadas costumbres religiosas judías (como las leyes de pureza cultual). Lo único que se les pide es que sean solidarios con los pobres de la Iglesia madre de Jerusalén (cf. Gál 2,10).

      Pero a algunos de los miembros de la Iglesia de Jerusalén esta «tolerancia eclesial» no acabó de convencerles del todo. Esto último se puede ver en el incidente de Antioquía (cf. Gál 2,11ss). Pablo reprende a Pedro, con gran libertad de espíritu y con una dureza sorprendente, que, por culpa de las presiones que ha recibido por parte de algunos cristianos recién llegados de Jerusalén, no ha sido consecuente con lo que se había convenido en Jerusalén (cf. Gál 2,1-10). Como tampoco ha sido coherente con la propia conducta que él mismo había observado hasta entonces en Antioquía, ya que, siendo judío, vivía a lo pagano (cf. Gál 2,14). En este conflicto llama la atención que, mientras Pedro y la mayoría, probablemente por razones pastorales, prefirieron ser más conciliadores con las tendencias conservadoras de la Iglesia de Jerusalén, Pablo defendió la postura innovadora más radical18.

      4. La eclesiología en el evangelio de Marcos

      Si algo queda claro leyendo el primer evangelio que se escribió, el de Marcos19, es que el proyecto de Jesús consistió en llamar a todos los hombres y mujeres a la conversión, proclamando la Buena Noticia de que el reinado de Dios, con la aparición y actuación de Jesús, estaba ya a las puertas (cf. 1,14-15). Por esto había que creer en esta Buena Noticia y vivir de acuerdo con los valores del Reino que Jesús predicaba y encarnaba. Pero, ¿qué valores predicaba Jesús?

      a) Predicación de Jesús y conflicto

      Jesús anunciaba unos valores alternativos en una sociedad marcada radicalmente por la injusticia. Por eso, aparentemente, fracasó y tenía que fracasar según la lógica humana. De hecho, ni siquiera los propios discípulos consiguieron acabar de entender su proyecto (cf. 8,17-21; 8,31-33, etc.). Y los poderes religiosos y políticos de su mundo (cf. 3,6; 14,1-2.53) se unieron para acabar con él, tildándolo de blasfemo y embaucador político del pueblo (cf. 14,64; 15,1-3). Lo hicieron, en último término, porque ponía el bien del hombre como criterio decisivo y norma última para conocer qué es lo que Dios quería del ser humano (cf. 3,4, en el contexto de 3,1-6), situándolo incluso por encima de una norma religiosa tan sagrada como el sábado (cf. 2,27).

      Una de las cosas que Marcos tiene interés especial en subrayar es cómo Jesús, a medida que se iba acercando al conflicto final con las autoridades políticas y religiosas de su pueblo, va tomando conciencia, cada vez más claramente, de la oposición que crece en torno a él y de la incomprensión creciente que provoca con su actuación. Primero son los partidarios de Herodes y de los fariseos los que quieren matarle (cf. 3,6). Luego es su propia familia la que le trata de loco y quiere impedir su misión (cf. 3,20-21). Los escribas lo consideran endemoniado (cf. 3,21s). Sus conciudadanos lo rechazan (cf. 6,1-6). Sus propios discípulos no le comprenden (cf. 8,31-33). Uno de ellos le traiciona (cf. 14,11-12), otro le niega con juramento (cf. 14,66-72) y todos lo abandonan (cf. 14,50). Ni siquiera las mujeres –las únicas que han permanecido fieles hasta estar al pie de la cruz (cf. 15,40-41)– acaban de comprender lo que quiso y dijo Jesús en su vida pública (cf. 16,1-8).

      b) La «crisis galilea»

      Según el evangelio de Marcos, parece que


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