Famulus. Romina Paredes
4
A veces me cuesta respirar cuando estoy fuera del agua.
Apenas llegamos al velatorio quise regresar a casa. Mi mamá rompió en llanto al ver a la madre de Libre. Cada gemido era como un estruendo en sintonía con el latir de mi sien. Traté de ocultar esa inusitada rabia al contemplar la escena y fingí una sonrisa apretando los labios.
Después de dar el pésame me senté en una esquina alejada. Me di cuenta de que la única adolescente vestida de negro era yo. Todos iban de blanco y, gracias a ese detalle, noté que el ataúd también era blanco. La cara me ardía. Apoyé los codos en mis muslos y miré al piso.
Pecho y Mariposa se sentaron a mi lado. Ambas tenían la cara irritada por el llanto.
—¿Y? ¿Ya viste el ataúd? —preguntó Pecho.
—No, todavía. ¿Vamos?
—¡No! No hay forma, chicas. La imagen no se nos va a borrar de la cabeza. Aparte, eso que está allí no es ella —dijo Mariposa frotándose los párpados.
Al ver su cuerpo aguanté la respiración. Llevaba puestas todas las medallas que ganó durante sus quince años de vida. Una corona de rosas y un camisón blanco dejaban traslucir una ropa de baño Speedo. Sus manos, entrelazadas, reposaban sobre su vientre. Su cara estaba abultada y su piel lucía sombras verdosas. Distinguí la ausencia del brillo de su cabello y del rojo natural de sus labios. Por un momento pensé que estaba en la piscina, viéndola a través de mis lentes de natación empañados, porque veía todo opaco. Pero la quietud de su cuerpo me confirmó que ambas estábamos en la superficie.
La entrenadora, desde la puerta del velatorio, se aseguraba de despedir a todos los miembros del club: «Tú, ¿por qué no viniste hoy?». «Eh… ¿me escuchaste? Por si acaso, lunes entrenamiento a las ocho de la mañana, como siempre».
Ya era de noche cuando subimos al taxi. Mi mamá dijo que los resultados de la necropsia demorarían por lo menos una semana, mientras se retocaba el maquillaje.
—No es por ser malhablada, hijita, pero para mí que le dieron alguna sustancia para incrementar su rendimiento y esto afectó su sistema nervioso. Es más, una de las mamás me contó que a Libre le hacían transfusiones de sangre antes de las competencias. Esa familia es demasiado competitiva.
5
Las incesantes lágrimas de los asistentes, un ecosistema de agua salada. Poco a poco el llanto se entrecorta. El aire desplaza al agua. Los pechos cobran vida en una sinfonía de paz. El mío, inerte.
En el entierro observé a la entrenadora todo el tiempo. Nunca había visto otra emoción en ella aparte de la furia. Su rostro estaba tenso, como es habitual, pero ahora las gotas de agua no descendían por las venas hinchadas de su frente, sino de sus ojos.
La semana siguiente dio un discurso a los nadadores del club.
—Bueno, como ustedes saben, es una lástima lo sucedido con Libre. Ella no estaba cumpliendo con el programa...
—Cállate, imbécil —pensé, pero mi voz se adelantó.
Todos voltearon. La entrenadora apretó los dientes. Me ignoró y prosiguió. Al final de la reunión nos dijo a Pecho, Mariposa y a mí que haríamos un programa especial porque, como no teníamos rivales en el país, era mejor entrenar para el campeonato continental.
Esos tres meses me parecieron una eternidad. Durante los entrenamientos no lograba superar las punzadas en el bazo. Mis brazadas no tenían agarre. A veces sentía que algo me jalaba hacia el fondo de la piscina y, por momentos, me hundía. Mientras que los demás nadadores continuaban generando esas ondas que dan vida a la piscina, la gravedad de mi ritmo cardiaco bajo el agua me paralizaba. Me detenía temblando. Los gritos de la entrenadora retumbaban en mis oídos tapados. Apoyada en el andarivel intentaba recuperar el aire, temiendo que el ruido de mi corazón me atrape de nuevo.
Ya no disfrutaba del aislamiento que encontraba en la piscina. La soledad que me oxigenaba y potenciaba mis brazos y piernas cuando recordaba que llegar a la meta solo dependía de mí.
6
—Ya no quiero nadar, mamá. Ya no me gusta.
—Ah caray… No quiere nadar porque ya no le gusta —dijo con voz burlona, mientras me ayudaba con una tarea. ¿Acaso crees que en la vida siempre vas a hacer lo que te gusta? Tienes todos los privilegios para ser una campeona. Yo no pude seguir con mi carrera de atleta porque mi familia no tenía plata. Tú tienes todo para lograrlo ¿Lo vas desperdiciar? ¡De ninguna manera!
—¿Y por qué tengo que pagar por tus frustraciones? Eso es lo que tú quieres, mamá. Yo quiero…
Mi mamá cerró de golpe el libro.
—Tú, mocosa, no sabes lo que quieres. Vas a seguir yendo a esa piscina así tenga que arrastrarte.
Nos quedamos en silencio, evitando la mirada de la otra.
—Además, esta es tu única oportunidad de estudiar en una universidad privada.
—Deja de repetir lo que no tengo, lo que me falta.
—Vives en un mundo de fantasía. No sabes cómo es la vida.
—¡No lo sé porque paro metida en una piscina!
Mi madre abrió el libro y marcó algunos párrafos con lápiz.
—Si dejo de nadar puedo estudiar en una universidad nacional.
Rio con displicencia. Suspiró y sentenció:
—No, hijita. Esa competencia no la ganarías. No eres inteligente.
Esa noche volví a soñar que nadaba en el estanque. Esta vez intenté salir, pero un techo de vidrio me lo impedía.
Durante los meses de entrenamiento me uní más a mis compañeras de posta. Me sentía cómoda con sus familias. En la sobremesa de un almuerzo sabatino, la madre de Pecho comentó que ya había salido el informe de la necropsia. Nos dijo la causa de muerte y el término me sonó familiar.
—La tasa de mortalidad de esa enfermedad es muy baja. Es una lástima —dijo la madre de Pecho mientras giraba la base de su copa de vino.
—Esa no es la causa de su muerte. Yo la vi. Libre murió ahogada.
La familia cruzó miradas tensas al oír lo que dije y la madre posó su mano en mi antebrazo. Ella me sonreía amorosa, pero su caricia ocultaba una lástima creciente.
7
Pecho y Mariposa quedaron fuera del campeonato continental y presentaron su renuncia al club. En su último día de entrenamiento, como despedida, todo el equipo jugó waterpolo. Sin los gorros de silicona, los cabellos de las chicas parecían medusas.
Yo no participé.
¿Qué hacen medusas, delfines y peces dando vueltas en un estanque artificial, cuando habría que nadar mar adentro?
8
Ya no reconocía mi reflejo en los dos mil metros cúbicos de agua calma. Me sentía polvo que se perdía frente a un desierto.
En las eliminatorias del campeonato continental, clasifiqué en tercer lugar. Fui la única de mi país en la última serie, carril 6.
Durante los primeros cincuenta metros, el agua corría pesada por mi cuerpo. Escuchaba los silbidos de la entrenadora cuando debía acelerar, pero apenas podía mantenerme a flote. Miré a los costados. Solo distinguí la espuma incipiente generada por las demás nadadoras, que se desvanecía junto con la sensación de ganar, tan absoluta y eterna, musicalizada con la pronunciación de mi nombre seguido del himno nacional.
Mi visión se empañó. Mis lágrimas se mezclaron con el cloro de la piscina.
9
Con el tiempo, en mis sueños lograba salir de ese estanque, aunque solo fuese para arrastrarme, con los ojos hundidos, aleteando cada