Camino al colapso. Julián Zícari

Camino al colapso - Julián Zícari


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judiciales por todo el país, con el fin de que alguna de ellas prosperara y que, finalmente, fuera la Corte Suprema de Justicia –con mayoría menemista– la terminara por permitir. A su vez, Menem, ante las opciones de pasar en el plano económico hacia una gran y segunda reforma del Estado, que radicalizara las reformas neoliberales iniciales, o dar lugar a un perfil exportador de desarrollo, y que implicaba salir de la convertibilidad (en las que frente a ambas opciones tendría que reformular sus bases de poder), prefirió un tercer enfoque, al mantener los esquemas económicos vigentes, sostener el status quo y la convertibilidad, y aplicar lo que comenzó a llamarse el “piloto automático”, sin hacer modificaciones de peso sobre cómo funcionaba la situación económica hasta entonces. En suma, estas fracturas, enfrentamientos y rivalidades entre las tres figuras claves del gobierno (Duhalde, Menem y Cavallo), sobre quienes se había estructurado el menemismo, hacían menguar la chance de encontrar un heredero único de este hacia el futuro. Ahora el gobierno había perdido a un aliado por derecha tras desprenderse de Cavallo y se enfrentaba también al ala más tradicionalmente populista con el lanzamiento de la competencia duhaldista. Con lo cual, el horizonte del orden político posmenemista parecía menos claro y no unificado, y ofrecía un importante espacio para nuevas apuestas.

      No obstante el cambio de contexto político y los quiebres en el oficialismo, los partidos de oposición parecían igualmente encerrados en su propio laberinto, sin encontrar un rumbo claro sobre el cual posicionarse. Con respecto al Frepaso, porque una vez que quedó atrás la elección presidencial, su frente interno pasó por articular dos desafíos: por un lado, el del liderazgo del partido –por el tipo de tensiones que implicaba la convivencia entre Álvarez y Bordón–, y, por otro, el tipo de perfil político que se demarcaría hacia el futuro. El primer tema acentuó sus conflictos cuando comenzó a diagramarse la candidatura frepasista para la elección de jefe de gobierno porteño que se realizaría a mediados de 1996. Allí, Álvarez había propuesto una interna entre el socialista Norberto La Porta y el frepasista Aníbal Ibarra para definir al candidato del espacio. En cambio, Bordón consideraba que al no competir Álvarez en dicha interna –a pesar de verlo sin dudas como la mejor opción electoral en ella–, prefirió bregar por incorporar al espacio a Gustavo Béliz –exministro de Menem– para que encabece la boleta. La pelea entre ambas figuras comenzó a escalar hasta que finalmente en febrero de 1996 Bordón abandonó el partido y luego renunció a su banca como senador, se fue a vivir a los Estados Unidos, para terminar poco tiempo después por volverse a afiliar al PJ9. Con lo que, tras diecisiete meses de sociedad política entre Álvarez y Bordón, la precaria alianza política que habían conformado terminó por naufragar. De ese modo, el Frepaso mostraba que no había logrado articular mecanismos de resolución de los conflictos ni tampoco estructuras partidarias lo suficientemente sólidas para no depender únicamente de los criterios individuales de sus líderes, reposando el grueso del destino político del espacio en las pocas figuras que lo conducían. Así, e irónicamente, las principales críticas que se realizaban desde el Frepaso al gobierno de Menem eran las mismas marcas que terminaban por caracterizar al partido: personalismos como conducta de organización, falta de mecanismos colegiados de resolución de disputas, carencia de transparencia institucional, ausencia de programas elaborados, inexistencia de consultas con las bases, limitadas reglas para decidir, nulos debates partidarios y debilidad de la democracia interna10; por lo que el partido, al estructurarse fuertemente detrás del carisma y de la voluntad arbitraria de sus líderes tuvo una muy baja calidad institucional11. Estas falencias, que poco tiempo atrás también habían sido uno de los motivos que permitieron fácilmente la ruptura con Solanas con otro portazo, se volvían a repetir una vez más y ponían de manifiesto el tipo de estrategia por la que se optaba al construir al Frepaso. Puesto que este, para crecer de forma tan meteórica como lo hizo, se había estructurado más como un espacio de opinión que como un partido político institucionalizado, en el cual hacía converger su agenda con el discurso periodístico, y en el cual utilizaba a los medios de comunicación como tribuna de difusión y de posicionamiento, sin los mecanismos con los que se habían caracterizado otros partidos, como los actos de masas, la militancia, una ideología que confrontara contra otras, los intereses organizados o los congresos internos, todos elementos identificados despectivamente como parte de “la vieja política” (Corral, 2011). En cambio, el Frepaso optaba por tener liderazgos sin muchos condicionamientos, que fueran flexibles y libres, y con la suficiente capacidad para adaptarse a los volátiles climas de lo que llamaban la “opinión pública” o “la gente”. Principalmente, el Frepaso dependió del olfato político y del carisma que pudiera mostrar Álvarez, quien contaba con la notable habilidad para instalar temas, leer muy bien las situaciones y climas políticos y se desenvolvía cómodamente en los estudios de televisión, aplicando metáforas vívidas allí y dando encabezados sencillos pero contundentes a la prensa. Además, su buen manejo de los tiempos le otorgaba cierta audacia en sus denuncias, mezclando a las mismas con inteligentes reflexiones, lo que le permitía ser, paradójicamente, una figura cada vez menos amenazante para el status quo y para el orden económico, pero crecientemente comprometida con enmendar ciertas situaciones; aunque a veces, parecía más cómodo en su rol de líder de opinión y de “fiscal del poder” que el de un líder con vocación de poder12. Es por estas características que cuando Bordón abandonó el espacio, el partido tampoco se quebró y terminó de afianzar una vez más a la figura de Álvarez como conductor partidario y con la suficiente informalidad para dirigirlo sin contrapesos. Es decir, por el tipo de liderazgo que ofrecía la figura de Álvarez el partido buscaba compensar su flaqueza institucional pero al costo de volverse fuertemente dependiente de la voluntad individual y la capacidad arbitraria de decisión de aquel. Así, los buenos resultados alcanzados hasta entonces habían maquillado este déficit presentándolo como una virtud13. Por su parte, los frepasistas carecían de un claro modelo político al cual emular dentro del contexto de nuevas izquierdas latinoamericanas, como también de objetivos ideológicos claros más allá de sus denuncias de corrupción y de hablar de representar al ambiguo espacio que se denominaba “progresista”. En este sentido, los frepasistas, si bien compartían muchos cuadros y ciertas cercanías con la central sindical CTA, tenían mucha distancia con esta institución, lo que impedía que el Frepaso buscara convertirse en un partido laborista, de clase o gremial como podría ser el contemporáneo Partido dos Trabalhadores (PT) en Brasil14. Del mismo modo, su débil estructura institucional y la falta de penetración territorial y municipal (excepto en Rosario, donde gobernaban los socialistas desde 1989), le dificultaba a los frepasistas ensayar una estrategia como las que habían optado por ese entonces el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en México o el Frente Amplio en Uruguay, a partir de primero hacerse de la capital del país para luego disputar desde allí la presidencia, sino que la poca voluntad mostrada por el partido para gobernar la Capital Federal –su distrito electoral más propicio–, lo alejaban de estos ejemplos. En definitiva, más bien, desde el Frepaso parecían más dispuestos a emular el modelo chileno de los partidos de la Concertación, para buscar alianzas políticas con varios partidos políticos y espacios hasta edificar una coalición lo suficientemente amplia y viable como para hacerse del gobierno. Aunque igualmente, y de hecho, el Modejuso, Fredejuso, el Frente Grande y ahora el Frepaso eran todas estructuras polisectoriales y polipartidarias en esta dirección de amplia vocación coalicional y que optaba por construir un heterogéneo y transversal grupo de fuerzas, aunque todavía insuficiente para poder dar un salto todavía mayor.

      Con vistas al radicalismo, el partido luego de la nueva merma electoral de 1995 intentó refrescar algo sus figuras dirigentes y ensayó algunos cambios: Rodolfo Terragno conquistó la presidencia partidaria para el periodo 1995-1997 como una suerte de reivindicación por haber sido uno de los más duros oponentes dentro de la UCR al Pacto de Olivos y por haber intentado construir una coalición antimenemista para los comicios de 1995. En consecuencia, desde la UCR se intentaría redefinir sus estrategias y perfil opositor hacia adelante. Con todo, cabe aclarar que a pesar de contar con cierto contexto político a favor, los partidos de la oposición –tanto el Frepaso como el radicalismo– tenían problemas para encontrar la forma de capitalizar el desgaste en el cual estaba cayendo el gobierno de Menem. El radicalismo, porque a pesar de sus esbozos de renovación estaba demasiado cómodo con el lugar político que el bipartidismo articulado junto al PJ le ofrecía. El Frepaso,


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