Tensiones y transiciones en las relaciones internacionales. Carlos Alejandro Cordero García
allá de la existencia o no de consenso, es importante destacar que la discusión que ha tenido lugar, si bien ha sido estimulante, ha resultado en gran medida trivial en tanto a la búsqueda de una alternativa viable de desarrollo. La reflexión en torno a lo anterior, con la finalidad de aportar al vigente, pero sobre todo urgente debate sobre el desarrollo, constituye el objetivo central del presente trabajo.
Con esa intención, el texto se divide en cuatro apartados. En el primero se revisan una serie de indicadores con la finalidad de ofrecer al lector un esbozo general que sirva para dimensionar el notable avance logrado por el país asiático en el periodo posterior a la reforma y la apertura. En seguida, se aborda la discusión en torno a la existencia o no de un “modelo chino” de desarrollo (Zhongguo mushi) o del multicitado “Consenso de Beijing” (Beijing gonshi), para posteriormente identificar algunos de los aprendizajes que arroja la experiencia de China que pudieran ser relevantes para otras economías en desarrollo. Entre tanto, en el tercer apartado se lleva a cabo un primer acercamiento a la ecología política, cuya perspectiva puede ofrecer un encuadre distinto para reflexionar con respecto al estudio del caso chino, en lo particular, y el desarrollo, en lo general. Finalmente, se exponen las conclusiones del trabajo.
CHINA TRAS LAS REFORMAS: UN ESBOZO DEL ÉXITO
A fines de la década de los setenta del siglo pasado, el régimen comunista encabezado por Deng Xiaoping dio un vuelco radical a la estrategia de desarrollo económico de China. En este sentido, el sustento ideológico que durante la etapa maoísta (1949–1976) había conducido al país a la búsqueda de la autarquía, al establecimiento de una economía centralmente planificada y un mercado controlado, a la construcción de un sector público extenso y la eliminación del sector privado y al aislamiento internacional en términos de comercio e inversión, comenzó a debilitarse ante un contexto, interno y externo que demandaban un mayor crecimiento económico (MacFarquhar & Schoenhals, 2014).
Es decir, la segunda generación de líderes comunistas enfrentó un contexto doméstico e internacional complicado que urgía la necesidad de importantes cambios. Por un lado, en el ámbito interno, la muerte de Mao Zedong en 1976 trajo consigo la intensificación de la lucha entre grupos rivales por el control del PCC, lo que puso en entredicho no solo la estabilidad del régimen sino la de un país entero que se encontraba dividido y sufría aún los estragos de las políticas maoístas más radicales, pero, sobre todo, de la Revolución Cultural (1966–1976) (Anguiano, 2001; Zweig, 2010). Por otro lado, el escenario internacional se había trasformado. En el marco de la llamada fase de tripolaridad de la Guerra Fría en Asia Pacífico (1971–1989), la Unión Soviética, otrora importante aliado de China, se había convertido en su principal enemigo, al tiempo que otras economías rivales en la región —Japón, Corea del Sur y Taiwán— experimentaban tasas de crecimiento muy por encima de las alcanzadas por China, lo que suponía una seria amenaza para la continuidad de los comunistas (Yahuda, 2011). En consecuencia, una nueva estrategia de desarrollo económico se convirtió en la condición sine qua non para avanzar en el proyecto de nación que, desde tiempos del propio Mao Zedong, consistía en la construcción de un país socialista, próspero y poderoso (White, 1993). La reforma y la apertura eran pues impostergables.
Más de seis lustros han pasado desde entonces y los resultados del cambio de viraje han sido asombrosos. Cifras del Banco Mundial, por ejemplo, muestran que el producto interno bruto (PIB) de China creció de $148 mil millones de dólares (MMDD) en 1978 a $10.3 billones de dólares en 2014; posicionando al país como la segunda economía del orbe, solo detrás de los $17.3 billones alcanzados por Estados Unidos en ese año. (5) Entre tanto, de 1990 a 2014, la tasa de crecimiento promedio del PIB per cápita fue de 8.7% y, en términos absolutos, el ingreso per cápita alcanzó $13 mil dólares en 2014 (13.5 veces más que el ingreso registrado en 1990). De acuerdo con Hu Angang, Yang Yilong y Wei Xing, durante el punto álgido del crecimiento económico estadunidense, el PIB per cápita aumentó a más del doble en una generación; mientras que, en el caso de China, ese incremento ocurrió en tan sólo ocho años (2014, p.23).
Para dimensionar lo anterior, sirva decir que en el mismo periodo (1978 y 2014) el PIB de México pasó de $138 MMDD a $1.2 billones, según datos del mismo organismo internacional, y el ingreso per cápita se incrementó en 2.8 veces de 1990 y 2014, pasando de $6 mil a $17 mil dólares anuales. En Brasil, por otra parte, el PIB fue de $200 MMDD en 1978 a $2.4 billones en 2014; mientras que el ingreso per cápita casi se triplicó entre 1990 y 2014: de $6 mil a $15 mil dólares anuales.
Los datos de inversión extranjera directa (IED) y del comercio internacional, por su parte, dan prueba de la exitosa “estrategia de salida” que ha hecho de China, uno de los principales beneficiados de la economía global (Zweig, 2010). De acuerdo con cifras de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), (6) el flujo de capitales procedentes del exterior en el país, inexistente en 1978, llegó a $128 MMDD en 2013 (lo que representa 10.4% del total de la IED en el mundo ese año), (7) colocando al gigante asiático como el principal receptor de IED en el mundo, por encima de Hong Kong (8.4%) y Estados Unidos (7.5%). De igual manera, la inversión china en el mundo ha aumentado significativamente. En 2014, por ejemplo, China aportó 8.5% del total de la inversión en el mundo, siendo el tercer principal inversionista a nivel mundial: Estados Unidos fue el primero (24.8%) y Hong Kong el segundo (10.5%). (8)
En cuanto al intercambio de bienes y servicios, China es hoy “el principal socio comercial de la mitad de los países del mundo” (Chen & Goodman, 2011, p.18). Datos de la UNCTAD revelan que el total de comercio de bienes y servicios de la RPC —el total de las exportaciones sumado al total de las importaciones— se ha incrementado de $42 MMDD en 1982 a $4.5 billones en 2013. (9) Este sustancial crecimiento de la inversión y el comercio ha contribuido al mejoramiento de la competitividad internacional de ese país. De ahí que, en 2015, China ocupó la posición número 29 entre 144 países considerados en el índice de competitividad global del Foro Económico Mundial. (10) Un avance notable si se tiene en cuenta que en 2001 se ubicaba en la posición 47 (Foro Económico Mundial, 2002). Para finalizar, el índice de globalización de KOF (11) refuerza el argumento en torno a la exitosa integración de China en la economía global, pues entre 1978 y 2016, el indicador de la RPC subió casi 40 unidades: de 21.94 a 60.73 puntos.
Para continuar con la comparación, en términos de IED captada, según datos de UNCTAD, México obtuvo 1.8% del total de los flujos en 2013, lo que se traduce en un aproximado de $22 MMDD. Brasil, por su parte, recibió 5% en el mismo año ($62 MMDD). La suma alcanzada por ambas economías, otrora principales receptores de IED entre los países en desarrollo, es de $84 MMDD, lo que representa 65% de la IED que llegó a China en 2013. Aún más, la inversión que México y Brasil realizaron en el exterior en 2013 no representó ni 1% del total anual mundial (los recursos chinos, como se dijo antes, fueron 8.5%).
En cuanto al comercio internacional, tanto México como Brasil han agrandado su volumen total. No obstante, sus números se mantienen bastante alejados de las cifras alcanzadas por China. Por ejemplo, en México el comercio total creció 16.28 veces entre 1980 y 2013, yendo de $50 MMDD a $814 MMDD. En Brasil, el aumento fue de $49 MMDD a $607 MMDD, lo que refleja un aumento de 12.3 veces en ese periodo. Entre tanto, el comercio chino se incrementó en 107 veces en el mismo número de años, tal como se vio anteriormente.
Aún más, el panorama no mejora para los países latinoamericanos en términos de competitividad y globalización con respecto al país asiático. Antes se señaló que China escaló 18 escaños entre 2001 y 2015 en cuanto a su nivel de competitividad global, llegando al lugar 47; al mismo tiempo, México y Brasil experimentaron importantes retrocesos. México fue de la posición 51 a la 61, mientras que Brasil fue desplazado del puesto 30 al 57 en el mismo periodo. (12) Por último, México ocupa actualmente la posición 71 en el ranking de KOF respecto al índice de globalización; Brasil el lugar 75. No obstante, entre 1978 y 2016, el puntaje de México y Brasil aumentó en aproximadamente 20 unidades; el de China lo hizo en 40 unidades.
Ahora bien, además de los indicadores económicos que comúnmente se destacan en la literatura cuando se habla del éxito de China, el resultado de las reformas puede verse también en indicadores de corte más social, como los presentados por el Programa