Colección de Julio Verne. Julio Verne
qué era lo que yo sabía acerca del naufragio de La Pérousse.
-Lo que sabe todo el mundo, capitán -le respondí.
-¿Y podría decirme qué es lo que sabe todo el mundo? -me preguntó con un tono un tanto irónico.
-Con mucho gusto.
Y le conté lo que los últimos trabajos de Dumont d’Urville habían dado a conocer, y que muy sucintamente resumido es lo que sigue. La Pérousse y su segundo, el capitán de Langle, fueron enviados por Luis XIV, en 1785, en un viaje de circunnavegación a bordo de las corbetas Boussole y Astrolabe, que nunca más reaparecerían.
En 1791, el gobierno francés, inquieto por la suerte de las dos corbetas armó dos grandes navíos, Récherche y Esperance, que zarparon de Brest el 28 de septiembre, bajo el mando de Bruni d’Entrecasteaux. Dos meses después, se supo por la declaración de un tal Bowen, capitán del Albermale, que se habían visto restos de los buques naufragados en la costas de la Nueva Georgia. Pero ignorando D’Entrecasteaux tal comunicación, bastante incierta, por otra parte, se dirigió hacia las islas del Almirantazgo, designadas en un informe del capitán Hunter como escenario del naufragio de La Pérousse.
Vanas fueron sus búsquedas. La Esperance y la Récherche pasaron incluso ante Vanikoro sin detenerse. Fue un viaje muy desgraciado, pues costó la vida a D’Entrecasteaux, a dos de sus oficiales y a varios marineros de su tripulación.
Sería un viejo navegante del Pacífico, el capitán Dillon, el primero que encontrara huellas indiscutibles de los náufragos. El 15 de mayo de 1824, al pasar con su navío, el Saint Patrick, cerca de la isla de Tikopia, una de las Nuevas Hébridas, un indígena que se había acercado en piragua le vendió la empuñadura de plata de una espada en la que aparecían unos caracteres grabados con buril. El indígena afirmó que seis años antes, durante una estancia en Vanikoro, había visto a dos europeos, pertenecientes a las tripulaciones de unos barcos que habían naufragado hacía largos años en los arrecifes de la isla.
Dillon adivinó que se trataba de los barcos de La Pérousse, cuya desaparición había conmovido al mundo entero. Quiso ir a Vanikoro, donde, según el indígena, había numerosos restos del naufragio, pero los vientos y las corrientes se lo impidieron. Dillon regresó a Calcuta, donde consiguió interesar en su descubrimiento a la Sociedad Asiática y a la Compañía de Indias, que pusieron a su disposicion un navío, al que él dio el nombre de Récherche, con el que se hizo a la mar el 23 de enero de 1827, acompañado por un agente francés.
La nueva Récherche, tras haber tocado en distintos puntos del Pacífico, fondeó ante Vanikoro el 7 de julio de 1827, en la misma rada de Vanu en la que se hallaba el Nautílus en ese momento.
Allí pudo recoger numerosos restos del naufragio, utensilios de hierro, áncoras, estrobos de poleas, cañones, un obús del dieciocho, restos de instrumentos de astronomía, un trozo del coronamiento y una campana de bronce con la inscripción: «Bazin me hizo», marca de la fundición del arsenal de Brest hacia 1785. La duda ya no era posible.
Estuvo Dillon completando sus investigaciones en el lugar del naufragio hasta el mes de octubre. Luego, zarpó de Vanikoro, se dirigió hacia Nueva Zelanda y llegó a Calcuta el 7 de abril de 1828. Viajó después a Francia, donde fue acogido con mucha simpatía por Carlos X.
Pero mientras tanto, ignorante Dumont d’Urville de los hallazgos de Dillon, había partido para buscar en otro lugar el escenario de naufragio. Y, en efecto, se había sabido por un bafienero que unas medallas y una cruz de San Luis se hallaban entre las manos de los salvajes de la Luisiada y de la Nueva Caledonia.
Dumont d’Urville se había hecho, pues, a la mar, al mando del Astrolabe, y dos meses después que Dillon abandonara Vanikoro fondeaba ante Hobart Town. Fue allí donde se enteró de los hallazgos de Dillon y donde supo, además, que un tal James Hobbs, segundo del Union, de Calcuta, había desembarcado en una isla, situada a 8º 18’ de latitud Sur y 156º 30’de longitud Este, y visto a los indígenas de la misma servirse de unas barras de hierro y de telas rojas.
Bastante perplejo y dudando de si dar crédito a estos relatos, comunicados por periódicos poco dignos de confianza, Dumont d’Urvifie se decidió, sin embargo, a seguir los pasos de Dillon.
El 10 de febrero de 1828, Dumont d’Urville se presentó en Tikopia, donde tomó por guía e intérprete a un desertor establecido en esa isla, y de allí se dirigió a Vanikoro, cuyas costas avistó el 12 de febrero. Estuvo bordeando sus arrecifes hasta el 14, y tan sólo el 20 pudo fondear al otro lado de la barrera, en la rada de Vanu. El día 23, varios de sus oficiales dieron la vuelta a la isla y volvieron con algunos restos de escasa importancia. Los indígenas, ateniéndose a una actitud negativa y evasiva, rehusaban conducirles al lugar del naufragio. Esa sospechosa conducta les indujo a creer que los indígenas habían maltratado a los náufragos y que temían que Dumont d’Urville hubiese llegado para vengar a La Pérousse y a sus infortunados compañeros. Sin embargo, unos días más tarde, el 26, estimulados por algunos regalos y comprendiendo que no tenían que temer ninguna represalia, condujeron al lugarteniente de Dumont, Jasquinot, al lugar del naufragio.
Allí, a tres o cuatro brazas de agua y entre los arrecifes de Pacú y de Vanu yacían áncoras, cañones y piezas de hierro fundido y de plomo, incrustados en las concreciones calcáreas. El Astrolabe envió al lugar su chalupa y su ballenera. No sin gran trabajo, sus tripulaciones consiguieron retirar un áncora que pesaba mil ochocientas libras, un cañón del ocho de fundicion, una pieza de plomo y dos cañoncitos de cobre.
El interrogatorio a que sometió Dumont d’Urville a los indígenas le reveló que La Pérousse, tras la pérdida de sus dos barcos en los arrecifes de la isla, había construido uno más pequeño, que se perdería a su vez. ¿Dónde? Se ignoraba.
El capitán del Astrolabe hizo erigir bajo un manglar un cenotaflo a la memoria del célebre navegante y de sus compañeros. Era una simple pirámide cuadrangular asentada sobre un basamento de corales, de la que excluyó todo objeto metálico que pudiera excitar la codicia de los indígenas.
Dumont d’Urville quiso partir inmediatamente, pero hallándose sus hombres y él mismo minados por las fiebres que habían contraído en aquellas costas malsanas, no pudo aparejar hasta el 17 de marzo.
Mientras tanto, temeroso el gobierno francés de que Dumont d’Urville no se hubiese enterado de los hallazgos de Dillon, había enviado a Vanikoro a la corbeta Bayonnaise, al mando de Legoarant de Tromelin, desde la costa occidental de América donde se hallaba. Legoarant fondeó ante Vanikoro algunos meses después de la partida del Astrolabe. No halló ningún documento nuevo, pero pudo comprobar que los salvajes habían respetado el mausoleo de La Pérousse.
Tal es, en sustancia, el relato que expuse al capitán Nemo.
-Así que se ignora todavía dónde fue a acabar el tercer navío, construido por los náufragos en la isla de Vanikoro, ¿no es así?
-En efecto.
Por toda respuesta, el capitán Nemo me indicó que le siguiera al gran salón.
El Nautilus se sumergió algunos metros por debajo de las olas. Se corrieron los paneles metálicos para dar visibilidad a los cristales.
Yo me precipité a ellos, y bajo las concreciones de coral, revestidas de fungias, de sifoneas, de alcionarios y de cariofíleas, y a través de miriadas de peces hermosísimos, de girelas, de glifisidontos, de ponféridos, de diácopodos y de holocentros, reconocí algunos restos que las dragas no habían podido arrancar; tales como abrazaderas de hierro, áncoras, cañones, obuses, una pieza del cabrestante, una roda, objetos todos procedentes de los navíos naufragados y tapizados ahora de flores vivas.
Mientras contemplaba yo así aquellos restos desolados, el capitán Nemo me decía con una voz grave:
-El comandante La Pérousse partió el 7 de diciembre de 1785 con sus navíos Boussole y Astrolabe. Fondeó primero en Botany Bay, visitó luego el archipiélago de la Amistad, la Nueva Caledonia, se dirigió hacia Santa Cruz y arribó a Namuka, una de las islas del archipiélago Hapai. Llegó más tarde a los arrecifes desconocidos de Vanikoro. El Boussole,