El vínculo que nos une. Hugo Egido Pérez
EL VÍNCULO
QUE NOS UNE
UNA NOVELA PARA BUSCADORES DEL SENTIDO DE LA VIDA
HUGO EGIDO
Título original: El vínculo que nos une
Primera edición: Febrero 2020
© 2020 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autor: Hugo Egido
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Maquetación de cubierta: Sergio Santos
Maquetación: Lucía Alfonsín Otero
ISBN: 978-84-18263-06-4
Impreso en España
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A Paul Naschy, que amaba el cine fantástico.
A Sergio Molina, que lo amaba a él.
A la memoria de Chris Tarlton.
A mi familia.
A los enfermos de Alzheimer y a sus familias.
Algunas cuestiones previas
Siguiendo la estela de pensamiento del sociólogo Zygmunt Bauman en el marco de sus teorías sobre la modernidad tardía y su definición de la modernidad líquida, lo que antes era duradero… religión, empleo, familia, ideologías, pasa a ser efímero. En esta novela he querido reflexionar sobre los arquetipos de éxito social y los modelos a seguir que la propia modernidad tardía crea. Modelos basados en la superficialidad en las relaciones y los sentimientos, en la caducidad de las creencias. Un paradigma alimentado por el consumo masivo, el materialismo, el egocentrismo, que cuenta con un canal de divulgación infinito en las redes sociales y la atomización del individuo. Un ser humano que se siente aplastado por el devenir, por la rapidez con la que se materializan y evaporan las noticias, por la evanescencia de los compromisos y los lazos de solidaridad que construimos. Todos somos clientes y potenciales consumidores de la nada. Y esa «nada» es la que nos sirve en muchos casos como referente de éxito social.
Frente a este páramo, frente a esta desolación, existe una oportunidad: «entender el sentido profundo de lo que hacemos, confiriendo sentido a nuestra propia vida». Siguiendo el pensamiento de Viktor Frankl, los lectores de esta novela acompañarán en un viaje de búsqueda a su protagonista, Paula Blanco, en su deseo de entender que los sentimientos puede que nos hagan vulnerables pero sin duda nos hacen más humanos. Siempre podemos elegir con qué actitud afrontamos el devenir de nuestra propia vida. Las circunstancias no podemos elegirlas, pero sí la actitud con la que las afrontamos.
1. Paula conoce a Tom
Lo primero en lo que reparó al entrar en el bar del hotel fue en el bello efecto que producía la luz al filtrarse a través de los imponentes ventanales. Generaba en el espacio un halo de irrealidad que le gustó. Un solícito maître atrajo su atención hacia la sala. Con una indicación de su mano le ofreció pasar a la zona de restauración situada junto a los ventanales que regalaban al comensal una impresionante vista de Tokio.
–No, gracias –aclaró en un perfecto inglés–; prefiero pasar a la zona de bar.
–¡Cómo no! –y con otro gesto de su mano el maître volvió a indicar al cliente dónde estaba el bar.
Al llegar pudo distinguir el familiar hilo musical que ya lo había acompañado en noches precedentes. Al acercarse un poco más a la inmensa barra, observó como el camarero que lo había atendido la noche anterior lo saludaba con un leve gesto de cabeza.
–Buenas noches, señor Newman –dijo con un inglés matizado con aromas orientales.
–Buenas noches, Akihiko.
El camarero mostró en su rostro relajado una amplia sonrisa cómplice; estaba claro que le había gustado que su cliente también recordase su nombre. Además de esa primera e íntima revelación, y en el transcurso de una noche sin mucho trabajo, solitaria, Akihiko había compartido con su cliente el significado de su nombre, «príncipe resplandeciente».
–¿Lo de siempre? –preguntó.
–Sí, por favor.
Newman estaba observando la forma mecánica y eficiente de proceder en la elaboración de su gin-tonic con cierto sabor cítrico del eficiente Akihiko cuando levantó ligeramente la vista para fijarse en el resto de ocupantes de la barra del bar. A su derecha, un cincuentón calvo y con evidentes problemas de sobrepeso. Más allá, una atractiva chica de treinta o treinta y cinco años con acento ruso. Ese tipo de personas, pensó Newman, que no tienen ningún pudor en compartir una conversación telefónica privada con el resto de la audiencia de la sala. Muy probablemente porque están tan centradas en lo suyo que el resto del mundo les importa un bledo.
Akihiko depositó de forma imperceptible el gin-tonic frente a Newman, listo para tomar, junto a un platito repleto de distintas bolitas de chocolate, cada una de ellas con un número que informaba sobre el nivel de pureza e intensidad del cacao. «El cacao marida bien con el sabor cítrico del gin-tonic», pensó Newman.
Newman estaba absorto en ese tipo de reflexiones, por lo que no reparó en que a su izquierda se sentaba una mujer. Al verla se sobresaltó. Hacía muchos años que eso no le ocurría. En su dilatada vida de playboy, con miles de encuentros casuales durante sus viajes de trabajo a diferentes partes del mundo, Newman había aprendido distintas técnicas de seducción que desplegaba con precisión quirúrgica. Ya no tenía que emplear más energía de la precisa. Hasta ese punto había llegado su magisterio. Pero ese estado de certidumbre tenía una contrapartida desagradable. Newman había perdido el apetito, el hambre que la propia esencia del juego de la seducción despierta en cualquier ser humano y donde no siempre la balanza se inclina a favor de uno. Hacía años que esto ya no le ocurría a Newman en sus noches de «cacería», como le gustaba llamarlas. Todo resultaba hasta cierto punto predecible. Siempre terminaba llevándose a la cama a la mujer que se proponía. Sin dudas, sin vértigos o sobresaltos. Eso en sí mismo le había provocado cierta apatía. ¿Por qué seguía haciéndolo? Era algo que todavía no tenía claro. Eso cambió en una décima de segundo en el momento en que sus ojos se posaron sobre las felinas líneas de la extraña mujer que se había materializado junto a él. Bella, enigmática, salvaje.
Paula cruzó su mirada con aquel atractivo hombre que la observaba con una extraña mezcla de asombro y deseo. Todo en él resultaba familiar, salvo su mirada. Parecía limpia, curiosa, como la de un niño que observa algo con la inocencia de la primera vez.
–Hola, soy Tom –dijo Newman con un hilillo de voz.
–Hola Tom. Ese gin-tonic tiene muy buena pinta. ¿Me lo recomiendas?
–Sí. Akihiko es un gran barman; prepara uno de los mejores gin-tonics que he probado nunca, y te aseguro que he probado muchos.
–Pues tendré que probarlo yo entonces. Póngame un gin-tonic como el de Tom, por favor –ordenó ella con una sonrisa pícara que cambiaba la expresión de su cara y le hacía parecer algo más joven.
–¡Estás en deuda conmigo! –le soltó de repente Newman a la bella mujer.
–Bueno, primero déjame que lo pruebe, ¿no crees? Puede que mi nivel de exigencia con los gin-tonics sea un poco más elevado de lo que