Cara a cara con Satanás. Teresa Porqueras Matas
sobre el que se basa la totalidad de este libro, solo el padre José Antonio Fortea se ha atrevido a manifestar con franqueza y normalidad abordando importantes cuestiones de interés. Las demás declaraciones obtenidas, muy a mi pesar, están envueltas en el miedo y en el secretismo que infunden estos temas. Conseguí contactar con dos exorcistas de la Iglesia católica que actualmente desarrollan su labor en secreto y que no desean bajo ningún concepto que su actividad salga a la luz; también he podido hablar con algunos ayudantes seglares que colaboran mano a mano en la práctica de los exorcismos.
Mi perseverancia y la ayuda de la providencia han hecho posible que pudiera asistir en persona a la realización de un verdadero exorcismo de la Iglesia católica. Pero, ante todo, valoro la maravillosa oportunidad que me ha sido concedida de poder dialogar en profundidad con una persona que actualmente está poseída. Averiguar cómo vive, qué piensa y cómo lo digiere y afronta su entorno cercano me ha proporcionado una interesante perspectiva para llegar a comprender en su complejidad cómo es el día a día de estas personas y de sus familias.
Con todo, en Cara a cara con Satanás el lector se adentrará en la apasionante vida del exorcista de la Archidiócesis de Barcelona, fray Juan José Gallego Salvadores. Quien avance en su lectura podrá conocer casos y vivencias únicas de personas de toda índole y condición venidas desde todos los rincones de España. Debo resaltar que, para preservar el anonimato que procede en estos casos, he obviado dar demasiadas referencias sobre la identidad o procedencia de los afectados, vidas de personas tan normales y corrientes que nadie sospecharía que en la intimidad de sus vidas viven un auténtico infierno.
Te invito a ti, lector, a adentrarte conmigo en el inquietante mundo de los exorcismos y de las posesiones demoníacas a través de la apasionante vida de uno de los exorcistas que más me han impresionado por su humildad y sencillez: fray Juan José Gallego, exorcista de la Archidiócesis de Barcelona. Espero que lo que leas a continuación abra tu mente, te rompa los esquemas, porque lo que vas a leer supera con creces la ficción.
Teresa Porqueras Matas
Lleida, julio de 2016
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él
Apocalipsis 12:9
1. La proposición
Hace días que presentía que algo bueno iba a pasar. Ayer me reuní con mis editoras en una clásica cafetería de Lleida y como quien no quiere la cosa me expusieron ilusionadas una labor que de primeras me entusiasmó: escribir sobre la vida de un exorcista. Alexandra y Anabel intuían mi buena relación con el padre Juan José Gallego, exorcista oficial de la archidiócesis de Barcelona, y estaban perfectamente informadas por la prensa de que hacía unos meses habíamos realizado con nuestra productora un reportaje para emitirse en la televisión catalana sobre la figura de este singular sacerdote.
Recuerdo perfectamente el día que por primera vez acudí al Convento de Santa Catalina, Virgen y Mártir de la ciudad condal para conocer, por fin, a este carismático exorcista, fray Juan José Gallego Salvadores. Era el mes de febrero, un día fresco, claro y soleado. Por un momento sentí que se auguraban cosas buenas, como si los dioses nos fueran propicios.
Nuestra cita ya había sido acordada con casi tres semanas de antelación, por lo que estuve muchos días algo inquieta e impaciente ante ese primer y crucial encuentro. Con tiempo y sin prisa, estuve estudiando y revisando concienzudamente todas las preguntas que debíamos realizarle, las mías y las que me aportó Sebastià D’Arbó, el director de nuestro programa de televisión, Misteris amb Sebastià D’Arbó. Teníamos que grabar una entrevista que, una vez editada, no debía superar los quince minutos de emisión con el sugerente título de Les possessions diabòliques existeixen (Las posesiones diabólicas existen).
Llegamos con tiempo de sobras a Barcelona para realizar la interviú, así que con el cámara decidimos parar para desayunar y, de paso, aprovechar el tiempo para ultimar algunas de las tomas previstas. A eso de las diez menos diez de la mañana, volvimos al coche para recoger la cámara de vídeo, los focos y los trípodes, a fin de emprender camino hacia el convento; unos escasos 50 metros nos separaban de nuestro destino. El trayecto desde donde estaba aparcado el automóvil hasta el número diez de la calle Bailén se me hizo realmente largo e interminable. Miraba algo quejumbrosa mi reloj de pulsera, pues quería llegar puntual a la hora acordada, y parecía como si las manecillas del reloj, a sabiendas de mi emoción, se negasen a avanzar.
Con estricta puntualidad germana llamé al timbre a las diez en punto de la mañana y aguardé. Pasados unos quince segundos una voz distorsionada por el telefonillo nos contestó y nos animó a esperar pacientes. Después de una breve pausa, la noble puerta de color azul plúmbeo abrió tímidamente una de sus hojas y apareció el exorcista ataviado con el tradicional hábito blanco crudo de dominico, compuesto de una túnica y un escapulario con capucha. Mi primera impresión fue muy positiva. Hoy reconozco que se me hacía cuesta arriba tratar de disimular mi alborozo al tener ante mí a alguien tan sumamente especial. Entretanto me recreaba en su atuendo, rematado por una humilde correa o cíngulo que recorría su cintura. Por unos instantes, sentí que mi admiración se tornaba en devoción. Era tal y como lo recordaba de las múltiples entrevistas que había estado revisando durante días en diversos vídeos de Internet. Su apariencia era corpulenta y su presencia verdaderamente imponía; tenía el gesto de aquel que persevera y no ceja en su empeño. De piel blanquecina y pelo corto cano, irradiaba campechanía y afabilidad. Nos saludamos cordialmente y sin más dilación penetramos en las entrañas del Convento de Santa Catalina, una majestuosa y vetusta construcción del año 1889, acorde con quien acabábamos de conocer. Al tiempo que intentaba vislumbrar su mirada agazapada detrás de unas discretas gafas, en mis adentros me sentía victoriosa de poder contemplar ante mí la figura de quien diariamente osa enfrentarse al maligno.
Él nos guiaba por el intrincado edificio. Subimos unos peldaños y giramos a la derecha. Nuestros pasos se encaminaron por un largo pasillo que nos llevó hasta un cuarto, el despacho del exorcista. Era una habitación sin grandes pretensiones, más bien pequeña, sin luz natural, con dos de sus paredes forradas de estanterías sencillas de metal y a rebosar de libros. En las dos restantes paredes blancas colgaban varios cuadros enmarcados con títulos y méritos del sacerdote. Observé atenta una foto del hermano del exorcista que posaba con Juan Pablo II. Al lado de ésta, una instantánea con los dos hermanos Gallego junto al mismo Papa. Ambas imágenes se encontraban colgadas de la pared en lugares privilegiados, al alcance de la vista del sacerdote. Un poco más arriba, pendía una cruz de grandes dimensiones con un Cristo que portaba un rosario de madera en su cuello y poco más; en aquella estancia reinaba la simplicidad. En particular, de todo lo que vi, atrajo poderosamente mi interés el título otorgado por el Arzobispado de la ciudad condal y firmado por el cardenal arzobispo de Barcelona, Don Lluís Martínez Sistach, en el año 2007, y por el cual se le otorgaba oficialmente la licencia para realizar exorcismos, al mismo tiempo que se hacía constar que era un título de revisión trienal.
En medio de la habitación se disponía un sencilla mesa de despacho de madera atiborrada de papeles y repleta de incontables libros de carácter religioso amontonados sin un aparente orden, unos calendarios, un bote con lapiceros, una cruz, una jarra grande de cristal llena de agua bendita y varias fotografías más del Papa Juan Pablo II, por el que parece tener gran devoción.
Entre las decenas de libros de diferentes autores que pude contemplar apilados en la mesa del exorcista, uno de ellos llamó mi atención. De tapas gruesas y duras, y de un color rojo chillón, no podía ser ningún otro. Se trataba del Nuevo Ritual Romano del Exorcismo.
El padre Gallego quiso sentarse expresamente en su silla de despacho y yo tomé asiento enfrente de él. Así, de esta manera, es como se sitúan todos los que acuden a solicitarle ayuda. El cámara, por su parte, se instaló a mi espalda, perfectamente posicionado para enfocar todo lo que allí iba a producirse.
Ansiosos, nos preparamos para dar inicio a la entrevista, no sin antes ceder a la curiosidad del exorcista, que nos realizó varias preguntas de rigor sobre quién éramos, dónde vivíamos, para quién trabajábamos y cuál era el fin de