El ecosistema del silencio fértil. Eduardo Meana Laporte
oraciones hasta de la Misa. Y se repiten consejos a los hijos, como formando parte de una inercia ciega que ha tomado posesión de su libertad, el lenguaje despliega su tejido, sus formas… y las personas deben entrar en su lógica, en su cosmovisión. Lenguajes que se meten en vidas ajenas, o que exhiben en demasía lo íntimo, o lenguajes obscenos, o de horizonte sólo materialista, o que dan por sentado que en el mundo “el hombre es lobo para el hombre” y todo se trata de competir y vencerse y supervivir el más despiadado; o lenguajes románticos que se generalizan como único modo de expresar sentimientos… así, subiéndose a formas de hablar que otros diseñan y exportan en sus productos culturales -canciones, series, reality shows, modas de celebridades, ideas de ideólogos, etc.- es posible transcurrir repitiendo palabras ajenas, vivir entretejido en un idioma que no nace de la propia identidad y del propio corazón sapiencial, sino que es parte de una superestructura cultural, comercial, ideológica.
Y así, se puede vivir como formando parte -siempre conectados, siempre con auriculares, casi como sonámbulos, o pendientes de la televisión y sus figuras y sus chismes- de una matrix.
Otras veces, este palabrerío superabundante y que acomete a toda hora desde diversos frentes, genera la sensación de pérdida de valor la palabra; esa desvalorización que acompaña a toda devaluación de algo sobre-expandido: pues tanto se multiplica el palabreo, tanto se abusa de declaraciones, frasecitas, opiniones, “posteos”, etc., y es tal el chismorreo y el barullo, que de a poco cada palabra, cada expresarse pierde su valor, como moneda sobre emitida.
Así lo vemos por ejemplo en la sobreexposición y el sobre habitar en las redes sociales: hay quien gasta su tiempo en comentar cada foto, en escribir acerca de cada nimiedad del acontecer y comentarlo, derramándose en un expresarse acerca de las opiniones… de sí mismo -un opinar que es reactivo ante lo de los demás. Aconteceres nimios y opiniones que, al día o mes siguiente, ya fueron superados por la marea del día a día: fragmentos de intervenciones que se pierden al instante, devorados en redes que enredan, una calidad perdida a cambio de cantidad, pues a veces la búsqueda es la demagógica: la de cantidad de aprobaciones logradas.
A veces, parece que este tipo de personas está sintiéndose casi en la obligación de comentar cada suceso, como un nuevo tipo humano de comentador universal, que opina sobre todo, aprueba o condena todo como juez universal instantáneo, frente a frases o fotos, generando además la ola absorbente de una dinámica imparable, abrumadora: la de tener que atender esta catarata de espacios, la de vivir desde el personaje que postea, o desde el personaje de las imágenes, o desde esos avatares que ‘somos’; identidades digitales actuando y haciendo y pretendiendo más y diverso de lo que teologalmente somos ante Dios.
Y paradójicamente, esta espesura donde se promulga una superabundancia de fórmulas de vida y de felicidad es crecientemente un ámbito donde abundan cloacas de odios, de ‘odiadores’, de conspiraciones, y de noticias falsas.
Y pienso: Qué distinto es el legado de quien se ahorrase esa fragmentación, de quien se retirase prudentemente de estos espacios contaminados… y escribiese un libro, uno solo, sólido y testimonial, creíble y perdurable, pensado y propio, conteniendo su semilla de aporte de vida y sabiduría para el mundo, o al menos para sus hijos y nietos…
Como decía una vieja canción italiana, traducida a varios idiomas: “Parole, parole, parole…”. Esa canción ironizaba acerca de un presunto amador, que se iba en discursos. Así es la palabrería; pero ¿acaso no es lo que a veces te enmaraña la cotidianidad, amigo que lees? ¿Cuántas veces te reclama una red de palabras, mensajes, avisos, anuncios, que percibes que te sacan de tu eje, te quitan tiempo vital, y te ubican fuera de lo que importa y te concierne de verdad?
¿Quién será capaz de reaccionar?
¿Quién reconocerá la nostalgia de un logos, de una palabra con sentido, y desconectará todo el palabreo y la vocinglería que aturde?
¿Quién reconocerá la Palabra, entre tanta falsificación?
¿Quién buscará y atesorará esa moneda de oro, si la fábrica de palabrerío impunemente genera tanta inflación?
¿Quién podrá creer que es Testigo y Voz, aquel que vive enredado en su discurso y enredando con palabras que no salvan?
Y tú… ¿Te atreves a recuperar-te?
“La vida es un cuento de ruido y de furia, narrado por un protagonista loco”, decía uno de los personajes de Shakespeare.
Sin llegar a eso… ¿cuánto de tu vida es ‘relato’? Sólo el silencio verifica nuestros discursos, slogans, lemas.
Cuando hemos perdido el rumbo del silencio, también perdemos la Palabra. Y la reemplazamos por muchas ‘palabritas’. Y nos alienamos en el discurso, relato que es ruido, furia, locura o puro cuento. O a veces, bellas frases, proyectos, evocación del pasado, uniformidad ‘bajada de arriba’ disfrazada de comunión real.
Alienación, pero convincente, marketineramente disfrazada de comunicación real y necesaria, de socialización, actividad intensa, productiva, comunitaria. Tan, tan lejana de la escucha, del arrepentimiento, del difícil discernimiento que lleva a la conversión; y tan alejada del real encuentro entre personas.
La alienación deforma: Algunos, como patéticos ‘guasones’ contemporáneos, exhibiéndose en fotos autocomplacientes adonde el alma dolorida de la vida no tiene espesor, siempre autosatisfechos, exitosos y sonrientes, aunque se les ve desde lejos el maquillaje de la felicidad sin inviernos exterior e impostada.
Otros como fieras bien trajeadas y formas impecables, pero con garras que asoman bajo sus muñecas y ojos duros que no pueden disimular sus carreras aspiracionales; y la codicia impiadosa o el gusto por el poder les afila el alma reseca.
Están en las antípodas del silencio de sí mismos, en el otro extremo de la galaxia del silencio de Belén, y lloran sus almas. Aturdidos en un mundo que nos puede seducir, los maquillajes y las garras son una forma de alejarnos de nuestro propio silencio de despojos, intemperie, sinceridad responsable ante Dios, humanidad humilde.
La parábola del fariseo y el publicano es buen ejemplo de lo que significa el palabrerío delante de Dios. El fariseo se perdía en su ‘blablablá’ ante Dios, ego-centrado, racionalizando seguro de su posición. El publicano repetía ‘Ten misericordia de mí’, pocas palabras, las esenciales, el corazón en la mano.
Nuestra propuesta es reaccionar frente a eso, que retrata a esta etapa de nuestra sociedad, incomunica a las familias y hace sufrir mucho a las personas. La época de la palabrería en las redes es la época de más gente solitaria, más gente sin pareja estable, más gente enferma de tristeza a solas. La persona palabrera termina sufriendo la trampa de su imposibilidad de llegar a la Palabra Con Sentido, que llamamos ‘Logos’. Y esa Palabra con sentido, sólo nace en el silencio, sólo se alumbra cuando desalojamos de nuestra vida el ruido, lo que nos invade, las músicas de fondo, la atención permanente a lo que los otros nos dictan; esa Palabra que se gesta en nosotros revelándonos quiénes somos y qué haremos, revelándonos cuál es nuestro camino y nuestra fecundidad, nacerá solo en el silencio del corazón.
En esta época, se abusa de esta frase: “Fulano rompió el silencio…” Y a continuación, la declaración escandalosa, largamente esperada, de alguien que vivió algo. El chisme por fin se realimenta. El pobre silencio parece un chicle globo, con tiempo limitadísimo de vida, que no pudo aguantar más sin estallar. El morbo por la intimidad indebidamente compartida se realimenta de su estiércol ante infidencias desparramadas por los ventiladores de medios amarillentos y redes. Y la única frase que tienen es esa: “Rompió el silencio”.
Te propongo otra: “Recuperemos el Silencio”.
Y, como en un bosque, como en el jardín original, nos sobrevendrá la sorpresa de la vida limpia y sagrada manándonos.
volver al Humus
“Volver al humus:
Fértiloscuro.
Latenciaoscura.
Latencianoche.
Crecerdenoche.