Plan Patagonia. Daniel Sorín
al Señor. Tan fuera de sí estaba que, cuando avanzó la policía, los manifestantes se llevaron el cuerpo ya sin vida del niño, pero no pudieron hacer lo mismo con él.
Prisionero del dolor que le causaba semejante sinrazón, siguió orando sin desmayo. No vio que a su derecha y a su izquierda pasaban las fuerzas represivas, que zumbaban cerca las balas, que tronaban los carros hidrantes, los caballos, las motos y los palos. A las doce de la noche, ya ausente de fuerzas, con una bala en su hombro izquierdo y la cabeza rota por un bastón policial, Juan Bautista Prieto, mojado por sus lágrimas y su propia sangre, se echó sobre el pavimento con la mente en blanco.
El cuarto poder
—¿Qué te parece, Nildo? —le había preguntado el gobernador a su ministro.
—Si hay organicidad hay subversión —le había contestado Aufrand.
Tomás Sanmartino, esperaba ansioso al lado del teléfono. De un momento a otro, lo llamarían del Canal 6; lo iban a entrevistar para el programa especial que en ese mismo momento estaba saliendo al aire y que él podía ver en el televisor de la gerencia de noticias de su radio. Durante los últimos diez minutos se había preguntado si sería Chiche Beraja, Mauro Valle o el doctor Mariano Paz quién le preguntaría sobre los hechos sucedidos y la actual situación en la provincia.
Tenía todo preparado, había escrito una larga ayuda memoria, tan larga que tenía una primera página a modo de índice en la que podía leerse:
Y al final, en letra muy pequeña:
Estaba repasando el apunte cuando sonó el teléfono.
—¿Tomás Sanmartino?
—Él mismo.
Entre la nerviosa emoción que sentía y la confusión que provocaron sus compañeros que se acercaron para oír, no entendió bien lo que le decían del otro lado. Sí escuchó que una voz de mujer le pedía: “espere unos momentos, no corte... ya salimos al aire”.
—Tomás... —oyó sin responder—. Tomás Sanmartino, ¿me escuchás?
Estaba paralizado, sabía que le hablaban a él, pero no podía contestar. ¿Sería el salto definitivo que estaba esperando para su carrera?
—Tomás Sanmartino, en Neuquén, ¿me podés escuchar?
—Perfectamente.
—¿Qué tal, Tomás? Queremos saber cómo está la situación allá en este momento.
Sanmartino trató de reconocer la voz, había bastante ruido en la línea, pero creyó que era Mauro Valle.
—Mauro, aquí...
Entonces levantó la vista y vio el televisor: en la pantalla no hablaba Valle ni Beraja ni Paz. Entonces, se dio cuenta del error.
—Tomás.
—¿Sí?
—Valle está en otro canal... y Dios lo tenga allá, muy lejos de este.
Se escucharon risas.
—Te habla Jorge Amadeo, este es el programa Luz Verde, de Canal 8... Queremos preguntarte: ¿Cómo está la situación en este momento y a cuánto asciende el número de muertos?
Sanmartino se repuso, le echó la culpa al ruido de la línea y, de paso, mintió que lo estaban llamando de todos los canales y radios de Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Aparentemente, dijo, los muertos son dieciocho, pero era un número provisional, porque había varias personas internadas en grave estado.
El problema que tenía Sanmartino era que los comentarios que él tenía anotados para Canal 6 no funcionarían con Amadeo, que tenía un perfil más progresista. De manera que se vio obligado, nuevamente, a lanzarse a la creación y puso al aire el reportaje que le hiciera a Elba antes de la represión. Jorge Amadeo quedó encantado con el reportaje y le pidió que la ubicase para el día siguiente.
—Quedate en línea Tomás, que la producción arregla con vos. Un abrazo.
—Gracias, Jorge.
Silencio.
—¿Sanmartino?
—Sí.
—Te habla Robi Pérez, productor de Jorge. ¿Podés conseguir a Elba y a los dirigentes del Mapu?
—Bueno...
—Saldremos al aire desde Neuquén, están viajando María Laura Sosa y Esteban Festa. Los tres conducirán desde allá y Jorge, desde aquí.
Sanmartino no lo podía creer, lo estaban incluyendo.
—No hay problema —se oyó decir a sí mismo.
—Bien, mañana a las nueve de la mañana llegan en el vuelo de Aerolíneas, ¿podrías mandar a alguien al aeropuerto?
—Yo estaré allí.
—Muchas gracias Tomás.
—Hasta mañana.
Cuando cortó, las manos no dejaban de temblarle.
Los acontecimientos producidos la noche del 30 de abril arrojaron un saldo final de veintiún muertos y veinte heridos graves, que sufrieron desde la amputación de un brazo hasta la pérdida total de la visión. Entre los heridos que lograron salvar su vida de forma milagrosa debe subrayarse el caso de Nicanor Barrios, quien guardaría una bala alojada en su cráneo hasta su muerte, ocurrida de manera accidental tres años después. Además, se produjo una cantidad indeterminada de heridos con diferentes traumatismos de menor consideración.
El país entero se indignó por lo desmedido de la represión. Hay momentos, cuando la inflación sube y la actividad económica baja, que la buena gente sacude su habitual modorra.
Obligado a diferenciarse, el gobierno nacional amenazó con intervenir la provincia si “rápidamente no se deslindaban responsabilidades”.
El periodismo también sobreactuó su molestia. Buscó en su memoria y se acordó de la marginación y de otras muertes. Muertes ignoradas, provocadas aquí y allá por la pobreza extrema que recorría como un fantasma la geografía del país. Muertes ocurridas en oscuros y mugrientos hospitales infestados de plagas y carentes de insumos.
Ofendida se mostró la Iglesia Católica, que exigió el arrepentimiento previo de los victimarios para llegar a una “imprescindible e impostergable reconciliación nacional”. No obstante, su sabia mirada pidió a las víctimas que, como buenos cristianos, supieran perdonar. Al fin de cuentas “Dios mismo, en su infinita ternura, ofreció la otra mejilla”, declaró el obispo Sicurella.
El gobernador Castillo tuvo mala suerte; el día posterior a los hechos fue Primero de Mayo, y siempre un Primero de Mayo es un Primero de Mayo.
Las organizaciones gremiales llamaron a huelga general. La moderada central de Azopardo, que tenía buenos acuerdos con el presidente, acusó de lo sucedido a las autoridades provinciales y declaró un paro general para el viernes 3. Los gremios reunidos en la central más combativa, liderada por Fortunato Lulli, clamaron de odio contra los asesinos —dicho así en forma indiferenciada y general— y también llamaron a un paro con movilización para el mismo día.
La gente pareció escuchar poco a unos y a otros y, acaso porque un Primero de Mayo es siempre un Primero de Mayo, no esperó al viernes 3. Decenas de miles de anónimas personas convergieron en las plazas céntricas de cada ciudad y cada pueblo. En Buenos Aires, la Plaza de Mayo se colmó como en otras épocas;