Jane Eyre. Knowledge house
que evocaba, que eran muchas y maravillosas, y dejando que mi corazón se revolviera con el acto eufórico que, aunque lo turbaba, lo llenaba de vida; y, lo mejor de todo, abriendo los oídos a un cuento sin fin, un cuento creado por mi imaginación y narrado incesantemente, vivificado por todos los incidentes, la vida, el ardor y las sensaciones que deseaba experimentar y que estaban ausentes de mi vida real.
Es inútil decir que los seres humanos deberíamos sentirnos satisfechos de tener tranquilidad; necesitamos acción, y, si no la encontramos, la creamos. Hay millones de personas condenadas a una sentencia más tediosa que la mía, y hay millones que se rebelan en silencio contra su suerte. Nadie sabe cuántas rebeliones, además de las políticas, se fermentan entre las masas de seres que pueblan la tierra. Se supone que las mujeres hemos de ser serenas por lo general, pero nosotras tenemos sentimientos igual que los hombres. Necesitamos ejercitar nuestras facultades y necesitamos espacio para nuestros esfuerzos tanto como ellos. Sufrimos restricciones demasiado severas y un estancamiento demasiado total, exactamente igual que los hombres. Demuestra estrechez de miras por parte de nuestros más afortunados congéneres el decir que deberíamos limitarnos a preparar postres y tejer medias, tocar el piano y bordar bolsos. Es imprudente condenarnos, o reírse de nosotras, si pretenden elevarse por encima de lo que dictan las costumbres para su sexo.
Cuando me encontraba a solas en esas ocasiones, oía alguna vez la risa de Grace Poole, la misma carcajada, el mismo ¡ja, ja! quedo y lento que me había conmovido la primera vez que lo oí. También oía sus cuchicheos excéntricos, más extraños que sus risotadas. Había días en que estaba callada, pero había otros en los que no podía explicarme el significado de los sonidos que emitía. A veces la veía cuando salía de su cuarto con una jofaina, un plato o una bandeja en la mano para bajar a la cocina y volver al poco rato llevando (perdóname, lector romántico, por decir la pura verdad) una jarra de cerveza negra. Sus apariciones siempre conseguían apaciguar la curiosidad que sus rarezas orales suscitaban: seria y de facciones duras, no tenía ningún rasgo que provocara interés. Hice algunos intentos de inducirla a conversar conmigo, pero parecía ser una persona de pocas palabras, pues solía dar fin a estos esfuerzos con una respuesta monosilábica.
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