Reinventa las reglas. Meg-John Barker
a otros a las otras posiciones: adoptando el rol salvador animamos a otros a ocupar la posición de víctima, y viceversa. Además, una vez se ha formado el triángulo, tendemos a movernos por las tres esquinas, sentimos cómo se nos empuja incómodamente hacia todas las posiciones e intentamos escapar a una esquina diferente.
Por ejemplo, cuando intentamos salvar a una persona, le enviamos el claro mensaje de que no creemos que sea capaz de hacerlo por sí misma, lo cual daña más su confianza. Le negamos la oportunidad de cometer errores y aprender de ellos. De esa forma nos movemos del rol salvador al de perseguidor, y podríamos desplazarnos hasta el rol de víctima al ver a esa persona cada vez en mayores dificultades si nos negamos a creer que tengamos alguna responsabilidad en ello.
Podemos habernos comprometido tanto con nuestro rol de salvador o sanador que nos enfademos con nuestra pareja cuando no muestre señales de mejora, dando la impresión de que solo la aceptamos si está feliz y agradecida por nuestra ayuda. De esa manera, adoptamos el rol de perseguidor en lugar del de salvador. Y si siente rencor y se enfada, podemos comenzar a sentirnos víctimas.
Por otro lado, podría ocurrir que la otra persona sí comience a sentirse más feliz y autónoma, y que nos cueste aceptarlo porque nos hemos acostumbrado a nuestro rol de salvador. Luego pasamos al rol de perseguidor cuando comenzamos a comportarnos de formas que, sutilmente, siguen haciendo que dependa de nuestra ayuda, o al de víctima, si se resiste a nuestros intentos.
Puede ser que le ofrezcamos mucho a la otra persona y nos demos cuenta más adelante de que, en realidad, no somos capaces de dar tanto, o que incluso desea que le demos más. Así pasamos al rol de perseguidor al decepcionarla: ella sentirá rencor y, por nuestra parte, sentiremos culpa. Para evitar esa culpa, quizá la responsabilicemos de la relación desigual y adoptemos el rol de víctima.
El triángulo dramático subraya la necesidad de valorarnos y valorar a otras personas por igual, como vimos en el capítulo 2. Esa valoración mutua nos puede ayudar a salir del triángulo, igual que podemos cambiar la dureza y la fragilidad por firmeza y bondad. Cuando valoramos a cada persona de la misma manera, la salvación se convierte en cuidado, la persecución se convierte en apoyo y la victimización se convierte en vulnerabilidad honesta:26 nadie domina o desempodera a nadie, ni apacigua o intenta agradar. Hacia el final del libro hablaremos más sobre cómo llevar a cabo esos cambios.
Una alternativa a la idea de que el amor todo lo puede es pensar que colocar toda esa presión en el amor romántico puede ser bastante perjudicial, y puede estancarnos en patrones dolorosos. En la última sección de este capítulo examinaremos algunas aproximaciones diferentes al amor que podrían ayudarnos a evitar ese tipo de dinámicas, o a darnos cuenta de ellas y cambiarlas cuando sintamos que nos hemos atascado.
¿más allá de las reglas? aceptar la incertidumbre
Pensemos sobre estos tres cambios de las reglas culturales del amor que podrían ser útiles si estamos intentando hacer las cosas de otra manera para cambiar nuestros patrones relacionales:
• De rápido a lento
• De ideal a real
• De uno a muchos
¿Amor rápido o lento?
En este capítulo hemos reflexionado sobre las palabras que se emplean en el amor y las historias de amor. Otro lenguaje fundamental del amor es la metáfora. Las metáforas parecen ser una parte rutinaria y ubicua del lenguaje, pero son vitales para dar voz y moldear nuestra experiencia.27 Piensa en las metáforas de las que disponemos para el amor: es algo que nos arrastra, nos desestabiliza como un terremoto, nos lleva a cometer locuras y a arder de pasión al sentir el magnetismo o la química que nos atrae. Las metáforas del amor describen una fuerza incontrolable que nos golpea, nos arrastra o nos lleva a un estado volátil y explosivo.
¿Que supone que describamos y experimentemos el amor de esa manera? Bueno, por una parte, nos libra de toda responsabilidad sobre nuestros actos. Si el amor nos abruma, o nos consume con sus llamas, no hay mucho que podamos hacer más que rendirnos a ello. En el peor de los casos, entenderlo de esa manera puede servir para justificar conductas de acoso «romántico» de las que hablamos anteriormente e infidelidades no consensuadas (ver capítulo 6). De acuerdo con nuestra tendencia a ver el mundo como opuestos binarios,28 el amor romántico se coloca metafóricamente del lado de las emociones ardientes más que de la fría racionalidad. Pero, en realidad, siempre estamos inevitablemente pensando y sintiendo a la vez: pasión y razón son inseparables.29 ¿Qué ocurriría si cambiáramos nuestras metáforas sobre el amor por algo más consciente que nos permita conectar con nuestras emociones y pensamiento? En lugar de ver el amor como un terremoto o un fuego que nos consume, podríamos verlo como una ola y decidir si dejamos que nos arrastre o si surfeamos sobre ella. Podríamos ver el amor como una invitación que podemos rechazar, aceptar o meditar un poco antes de tomar una decisión.
Esto está relacionado con el trabajo de Bjarne M. Holmes sobre el pensamiento mágico del amor tal como se percibe en las comedias románticas. Bjarne descubrió que la gente estaba más satisfecha con sus relaciones si percibía el amor como algo que se cultiva en lugar de como algo que nos atrapa —o no—de forma misteriosa. Aquí tenemos una metáfora más lenta: el cultivo de la tierra, que requiere atención año tras año para producir una cosecha. La terapeuta Harriet Lerner también sugiere que podríamos ir más despacio y aproximarnos a la tarea de encontrar pareja de una forma más consciente, y señala que «poca gente valora una pareja potencial con la misma objetividad y claridad que aplicamos para elegir un electrodoméstico o un coche».30
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