El paciente cero eras tú. Juan Carlos Monedero
mirada a la covid-19. «No sabemos», suele ser la respuesta más repetida de los científicos cuando les preguntan al respecto. En realidad, sobre la enfermedad del coronavirus, causada por el virus SARS-CoV-2, sabemos lo justo. Que aún no hay una vacuna, que parece la única solución real. Que muta. Que regresa. No es extraño que los textos sobre este asunto dediquen una parte a desmontar bulos sobre el coronavirus. En tiempos de fake news, tampoco las enfermedades están libres de esta plaga. La ignorancia puede ser terrible. Lo vimos con las ocurrencias iniciales de algunos importantes mandatarios. Porque es tentador buscar soluciones simples a un problema complejo. Concluye el biólogo evolutivo Rob Wallace: «Si la covid-19 registra, digamos, una letalidad del 1 por 100 en el proceso de infección de cuatro mil millones de personas, eso serían cuarenta millones de muertos. Una proporción pequeña de un número grande puede seguir siendo un número grande». En España, hubieran sido casi 500.000 muertos. La gripe mató en 2018 en España a 6000 personas. La covid-19 existe.
Estamos recopilando información inmersos en un confinamiento en el que tenemos la sensación de que no nos alcanza el día. Porque la actualidad nos absorbe. No sabemos qué nos tenemos que perder, y la información es tan abundante que terminamos por estar desinformados. Nadie, ni la gente que vive al día inventando y rebuscando oportunidades en las calles de nuestras ciudades, ni los que ven seis horas de programas de entretenimiento en la televisión, ni siquiera los que andan enfrascados en sus más estrictas cosas, puede estar al margen de lo que está pasando. Dos mil millones de personas vieron en directo el funeral de Lady Di. Con el coronavirus, la mitad de la humanidad, 3900 millones de seres humanos, fueron llamados al confinamiento[3].
Estamos sobreinformados y también mal informados. No es lo mismo comentar un penalti, el desarrollo de un programa del corazón, el tiempo, un cotilleo, que un chisme que ha nacido desinformado o malintencionado. La información hay que ordenarla para que signifique algo. Correr para ser el primero en contar lo obvio o lo repetido dice poco de nuestro compromiso intelectual. Los medios de comunicación pretenden viralizar sus noticias como señal de éxito y posibilidad de negocio. Viralizar es expandirse un virus. Para terminar de ordeñar las palabras, cuanto más virulenta es una noticia, más se viraliza. No es extraño que los programas televisivos más vistos tengan que ver con el sexo y sus probabilidades, con la muerte y sus acercamientos.
Lo más honesto es decir, con los epidemiólogos, que no sabemos nada o muy poco. Quizá sólo sepamos una cosa: hay una fuerza que tiene más capacidad de dirigir nuestras sociedades que la amenaza de catástrofes. ¿Qué fuerza es esa? ¿Es nueva? ¿La conocemos? Cada vez que hay un incendio nos acordamos de los bomberos. Pero en el invierno, las protestas de los bomberos y de los trabajadores forestales son una constante. ¿Acaso reaccionamos? Esa fuerza es el dinero. Un viejo conocido. La fuerza que explica por qué las políticas de austeridad frenaron todas las recomendaciones de proteger a la ciudadanía de la más que probable siguiente pandemia[4]. Poderoso caballero.
[1] [https://telos.fundaciontelefonica.com/micromotivaciones-en-tiempos-de-viralidad/]
[2] [https://www.eldiario.es/theguardian/estimulo-economico-Trump-beneficia-megamillonarios_0_1017348681.html].
[3] [https://www.euronews.com/2020/04/02/coronavirus-in-europe-spain-s-death-toll-hits-10-000-after-record-950-new-deaths-in-24-hou].
[4] [https://www.eldiario.es/theguardian/gestion-coronavirus-politicas-cientificas-generacion_0_1015248658.html].
Intentar dibujar las constelaciones con ayuda de Maquiavelo
La Historia no se repite, pero rima; el futuro no está escrito, pero hay tendencias. Lo que define lo que vaya a pasar es ese lugar donde se cruzan fortuna –esto es, las condiciones objetivas, las estructuras–, virtud –esto es, los actores políticos y sociales en conflicto, la agencia– y necesidad –es decir, la conciencia de la ciudadanía, las ideas hegemónicas–. Lo contó Maquiavelo en El príncipe, lo simplificaron Marx y Engels diciendo que la lucha de clases es el motor de la Historia, y lo resume el saber popular proclamando que «hombre prevenido vale por dos», que «al abad sin ciencia ni conciencia no le salva la inocencia» y que «llegaron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos».
Los psicólogos sociales llaman «descuento hiperbólico» a la renuncia a un bien mayor porque el beneficio tiene que esperar. La naturaleza humana tiende a preferir una menor recompensa si es inmediata (preferimos tener cien euros ahora a mil euros en seis meses, una bajada de impuestos ahora a pagar en sanidad privada seis veces más en un año). Las instituciones son mecanismos para evitar ese error. Las instituciones son un acuerdo a medio y largo plazo donde todos nos beneficiamos. La alternativa es el mercado y la desregulación. Esto sí lo sabíamos, pero no ha servido de mucho. Es muy difícil entender que no entendemos porque pensamos mal. Y no es una cuestión de inteligencia: es que tenemos unos marcos donde, al final, concluimos que quien es buena gente lo es porque no es muy listo, no por justamente todo lo contrario.
Se trata en estos pasajes de intentar trazar el dibujo de las constelaciones, de unir las estrellas en un hilo de sentido, de dibujar el firmamento antes de que cayera sobre nuestras cabezas por culpa de un mal invisible. Se trata, apenas, del intento de deambular por el cielo juntando las piezas, colocando las teselas en la pared para ver si aparece el mosaico y su dibujo. Buscar el sentido que une las realidades para intentar organizar el desconcierto que ha traído el coronavirus. Buscar después, debajo de la maleza, los surcos por donde discurre el cauce social. Porque el camino inmediato está ahí escrito.
Carta de un sanitario del servicio de urgencias de la ciudad de Madrid (España)
Ayer, cuando llegué a casa, eché cuenta del tiempo que llevamos luchando contra esta pandemia.
Algo más de 2 meses que nuestra manera de vivir y trabajar ha cambiado totalmente.
En el recuerdo quedan decenas de avisos que, a día de hoy, cuesta mucho razonar o comprender.
Decenas de situaciones complicadas, rabia, lágrimas, dolor…
En este tiempo, las sensaciones buenas que recuerdo de esta «etapa» son los aplausos de los primeros días, las sonrisas y bromas de mis compañeros. Sí, incluso detrás de una mascarilla reconocemos las sonrisas y muecas.
También hay situaciones y recuerdos amargos que no voy a olvidar nunca.
Ir a domicilios a atender disneas, que habían evolucionado en nada de tiempo… y en vez de poder resolverlas como hacíamos casi siempre… te encontrabas fallecidos, y el médico sólo podía certificar su muerte. Pacientes agonizando en sus camas y sin ninguna posibilidad de salir adelante.
Entrar en un portal para atender una disnea en un cuarto piso (los primeros días de confinamiento) y darte cuenta de que entre el bajo y el segundo piso… había un olor que reconoces rápidamente, es el olor a muerte y descomposición de un cadáver.
Atender un intento autolítico (los intentos de suicidio en estos días se han disparado) de un profesional que estaba luchando contra el virus y decía no poder más, un profesional con muchos años de experiencia (intensivista) que no podía superar lo que estaba viendo, viviendo.
Síndromes