El paquete. Sebastián Velásquez

El paquete - Sebastián Velásquez


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media, ni blanca ni morena, medio curtida como era lo normal, rolliza, buenas curvas, bordeando los treinta. Podía ser más joven pero se veía trajinada, llevaba un deterioro acelerado. Adolescente debió de ser una belleza y la verdad es que todavía aguantaba de todo. Pero pasado ese segundo de emoción, con más cabeza fría, entendí que la cosa iba por otro lado.

      Siento una voz que me dice agúzate, que te están velando, sentí el ritmo. Esa mujer no me miraba con coquetería sino con disimulo, ayudada de sus gafas oscuras. Se hizo claro que me estaba evaluando y me empecé a preocupar. Así eran los aeropuertos, las tensiones flotaban en el aire. Su mirada recorría sobre mí los mismos pasos que yo andaba sobre ella. Estaba atenta pero lucía serena, bien entrenada pero no para un ojo como el mío. En algún trabajo andaba, vigilando o esperando o llevando o recogiendo.

      Siento una voz que me dice agáchate, que te están tirando. Era como yo, no había duda, y ese descubrimiento nos rebotó en la cara. Ella se alejó y se sentó en otro lugar, dándome la espalda. Entonces de nuevo me sentí mal, ni sé por qué, en ese día que prometía de todo, y volví a recordar a mi mamá.

      La puerta metálica seguía sin abrirse y la pequeña borrachera se fue, dejándome un guayabo de mediodía, el segundo del día, como un sonido bestial. De nuevo tenía dolor de cabeza, sed, y ahora sí sentí un poco de miedo, la verdad.

      ÉRAMOS CUATRO. ELLOS TRES. YO UNO. Atravesamos pasadizos cerrados. La iluminación era intensa. Artificial. Llegamos a una sala pequeña. De ladrillo. Sin ventanas. No había espejos. Yo estaba tenso. Conocía estos procesos. Nunca se sabía el final. Comenzaron por pedirme el paquete. Uno se fue con él. Luego pidieron que me desvistiera. Accedí. Despacio. Tenía mi dignidad. Pasaron a indagarme. Lo básico. El protocolo.

      Nombre completo. Eduardo Antonio. Apellidos. Rovira Bermúdez. Fecha de nacimiento. 1936. Lugar. Caldas, Antioquia. Cédula número 32345678. Lugar de expedición: Envigado. Ocupación. Comerciante. Dirección. Barrio Belén Caicedo. Carrera 76. Número 23 con 57. Nombre del padre. Joaquín Antonio del Socorro Rovira Menéndez. Fallecido. Nombre de la madre. María Carolina de Jesús Bermúdez Restrepo. Fallecida. Estado civil. Casado. Hijos. Dos. El estómago se me revolvió.

      ¿Conque comerciante, chino? Preguntó uno. Examinaba mi piel. Buscaba señas visibles. Tatuajes. Lunares. Cicatrices. Era un tipo menudo. Muy blanco. Tenía el pelo liso. Oscuro. Un bigote mal formado. Su acento era incuestionable. Era bogotano. Ya respondí. Dije. Trabajo independiente. Hace veintitrés años. Compro y vendo repuestos. Usados. Nuevos. Es lo mío. Dije. Todo tipo de automotores. Menos carrocería pesada.

      ¿Deshuesaderos? Irrumpió el otro. Era pelirrojo. Pecoso. Grande. Revisaba un computador. Nunca. Respondí. Alcé la voz. No los frecuento. No compro robado. Con sangre se aprende. Fácil viene fácil se va. Concluí enfático.

      ¿Y los recaudos, chino? Continuó el bozudo. Ya sentado en su silla. Soy ciudadano de bien. Continué. Pago impuestos. Mi negocio es transparente. Tengo auditorías. Pueden verificar. Encontrarán polvo. Son carpetas viejas en un zarzo.

      ¿Y esa chamba en el hombro? Interrumpió el pecoso. Abría la boca con esfuerzo. Tenía un acento extraño. Podía ser llanero. Fue hace mucho. Dije. Veinte. Treinta años. Una emboscada. Continué. En Urabá. No sanó bien la herida. Tocó operar.

      ¿El ejército, chino? Preguntó el primero. Sí. Respondí. Batallón Gran Colombia. Cuatro años y siete meses. Recorrí el país. Arauca. Eje Cafetero. Magdalena Medio. Hasta que pedí la baja.

      ¿Por qué? Regresó el pelirrojo. Pesado. Me aburrí. Respondí. Era la hora. Necesitaba salir. Rehacer mi vida. Comenzar de nuevo. Abrí un taller de mecánica. Pero no funcionó. Entonces cambié de negocio. Los repuestos. Nuevos. Usados. Siempre legal.

      ¿Y ahora? Siguió el pecoso. Voy a Cartagena. Respondí. A visitar amistades. A ver qué se mueve. Hay mucho repuesto de Venezuela. Continué. La cosa no anda fácil. Nada fácil.

      Se hizo un silencio hondo. Hasta el tiempo se desapareció. Ellos se miraron. Me miraron. El pecoso leía en la pantalla. El otro analizaba mis huellas dactilares. Sentí debilitarme. Tuve un vacío en el estómago. Podía anticipar la siguiente pregunta.

      ¿Quién es Sandra Mora? Rompió el silencio. Es mi exesposa. Respondí. Sudaba frío. No tuve nada qué ver. Ya he testificado. Enfaticé. Fue el tiempo del batallón. Un día regresé a casa. Por sorpresa. Tras un operativo exitoso. Y la encontré agitada. Nerviosa. Como en los chistes. Yo siempre he tenido ojo. Intuición. Miré bajo la cama. Busqué en el baño. Abrí el clóset. Salí al balcón. Subí al zarzo. No encontré nada. Pero tuve una revelación. Tampoco encontré la razón del matrimonio. No la quería. Meses después nos separamos. Meses después el hijo salió moreno. La sospecha se ratificaba. Todo se explicaba. Sinvergüenza. Malagradecida. Pero nada tuve que ver. Fue un accidente. Ella murió al año. Ya no estábamos juntos. Yo estaba de servicio.

      El pecoso callaba. Concentrado. La pantalla iluminaba su cara. El otro me indicaba más posturas. Parecía divertirse. Yo tenía frío. Quería vestirme. Era humillante. La puerta se abrió. El primer sujeto apareció. Era bajo. Moreno. Tenía frenillos en los dientes. Cargaba el paquete en sus manos. Intacto.

      ¿Y esto? Preguntó. Directo. Sus dientes brillaban. Su voz era una mezcla de acentos. Podía ser de cualquier parte. Frioleras. Respondí. Panelitas de Urrao. Papeles. Bobadas. Es un regalo para una amiga. A palo seco no puedo llegar.

      Me devolvieron el paquete. Tomé aire. Me dieron agua. Bebí largo. Me pidieron que me vistiera. Tenía entumidas las piernas. Me enderecé con dificultad. Subí mis calzoncillos. Mis pantalones. Abroché los zapatos. La camisa. Me ofrecieron disculpas. La demora. Los inconvenientes. Y que me apurara. Que alcanzaría el avión.

      Tiene un homónimo. Remató el de frenillos. No me miraba. Eduardo Antonio Rovira Espinal. Siguió. Lo buscamos por homicidio en primer grado, tráfico de drogas, armas e influencias. Su boca relucía. Tiene otro homónimo. Siguió. Eduardo Rovira Carvajal. Lo buscamos por estafa, fraude procesal, deserción y evasión de impuestos.

      Me recomendaron tener cuidado en el futuro. Me dejaron sin dinero. Para los frescos. Dijo el pecoso.

      SEGUNDO

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