Yo veo / Tú significas. Lucy R. Lippard
complicaría todo mucho, lo haría todo muy desgraciado. De ti y para ti quiero más que eso.
En otra época estabas...
Aquello no tenía nada que ver con nosotros, con ninguno, a título individual. Eso es lo que no funcionó. Dejaste que se volviese personal y para ti se fastidió. No quiero que pase otra vez. Para el resto de nosotros no fue nada definido, una escapatoria sexual generalizada. Muy muy interesante, pero nada más.
Nunca lo entenderé del todo.
Entretanto: picnics, risitas, contacto corporal, intercambio de ropa y libros, llamadas de teléfono, postales, rimas, canciones, calma, comodidad, comida.
ENTRADA III / A (CON D)
Si las mujeres descubren que el clítoris ha acabado siendo el único sitio desde que existe la tierra, que las turbulencias del placer en lugar de actuar como una especie de turbo sexual de ese aire dilatado que llamamos viento han barrido atrás y adelante sobre su respuesta general, nos veremos dominados por la superficie. Y desde que existe un océano, sus aguas tienen una ética, lo que no sería en sí mismo una regresión si la moviera el paso de los vientos. La mayoría de las olas son resultado del principio de eficacia de nuestra sociedad, incluso la iniciativa y la creatividad de la acción del viento sobre el agua. Hay excepciones, como la iniciativa y la creatividad conectadas a la libido cuando a veces los seísmos submarinos producen maremotos no consigue sobrevivir al proceso de civilización. Las mujeres han de luchar para llegar al mar. Pero las olas que muchas de nosotras conocemos mejor son las olas de viento cuando tratamos de alcanzar el tipo de fuerza capaz de sacarles partido. Se somete el sexo para cruzar medio océano al servicio de la revolución. Es una pauta confusa: todo sucede en una pérdida de conciencia o en un cenagal de sensaciones indistintas, en una mezcla de incontables oleadas diferentes que se entrecruzan, cautas, adelantándose, pasivas, circulando, calculando, a veces avasallándose unas a otras, egoístas y aburridas, a pesar de sus tetas milagrosamente hinchadas, algunas condenadas a no llegar nunca a ninguna costa, otras destinadas a tumbarse en su colchoneta desinflada, preguntándose qué pudo haber ido mal.
Las olas jóvenes, apenas recién modeladas por el viento, tienen una forma empinada y picuda cuando están mar adentro. No todas las mujeres han sido tan humildes y sumisas a lo largo de la historia. Desde lejos en el horizonte se las ve formando rebaños blancos conforme se acercan. Es un absurdo decir que una mujer no siente nada cuando un hombre mueve el pene dentro de su vagina; pedacitos de espuma chorrean de sus frentes y hierven y burbujean sobre la cara que se aproxima, y la ruptura final de la ola se convierte en un proceso largo y deliberado. El orgasmo es cualitativamente diferente cuando la vagina puede ondularse alrededor del pene y no alrededor de un vacío. Pero si una ola, acercándose al área donde rompen, se empina como haciendo acopio de toda su fuerza para el acto final de su vida, si la cresta se forma a todo lo largo del frente que avanza y luego se retuerce hacia delante, si toda la masa de agua se hunde de repente en su seno con un rugido explosivo, entonces puedes dar por seguro que estas olas son visitantes llegadas desde una parte remota del océano, que han viajado mucho antes de su disolución final a tus pies.
Diferenciar entre el placer simple e inevitable de los hombres y las respuestas engañosas de las mujeres no es del todo válido. Lo que es cierto de la ola atlántica que hemos seguido vale también para las olas de viento de todo el mundo. Si para todos los hombres la eyaculación significase un alivio, dada la permanente fabricación de esperma y la consiguiente presión para practicar el coito, entonces podrían copular con cualquiera sin éxtasis ni decepción. Los incidentes en la vida de una ola son muchos. Ese proceso descrito por los expertos en el que el hombre recorre con dedicación las zonas erógenas, se detiene el mismo tiempo en cada pezón, vuelve su atención al clítoris (por lo general de manera demasiado directa), pasa por las fases de estimulación digital y lingual, y luego se abre paso educadamente en la vagina, aguardando quizá hasta que la retracción del clítoris le diga que es bienvenido, resulta laborioso y deshumanizadamente calculado. Cuánto tiempo vivirá, a qué distancia viajará, de qué manera acabará al final, viene todo determinado, en gran medida, por las condiciones que ha encontrado al avanzar por el rostro del mar. La idea de que hay un polvo estadísticamente ideal que siempre termina en satisfacción si se siguen los procedimientos adecuados es deprimente y engañosa. Pues la única cualidad esencial de la ola es que se mueve; todo cuanto retrase o detenga su movimiento la condena a la disolución o la muerte. No hay sustituto para la excitación; ni todo el masaje del mundo asegurará la satisfacción, ya que, al final, es un asunto de descarga psicosexual.
No hay paralelismo posible entre una isla y los grupos de mujeres jóvenes. De pie junto a la base del precipicio, reducida casi siempre a su entorno escolar, y consciente de “ese poderoso desgaste marino” cuya acción carcome sus costas, la adolescente solo tras repetidos ensayos tendrá confianza para seguir investigando. Dudando más de una vez de la protección que le da nuestro escudo rocoso sus fuertes deseos se disipan en fantasías pasivas. En este periodo crítico, en esa parte de la mina donde solamente nueve pies de roca se interponen entre nosotras y el océano, el pesado rodar de las grandes rocas, la incesante trituración de los guijarros y el fiero tronar de las olas, con su crujido y ebullición cuando rebotan, es cuando se espera que una chica comience a relacionarse con hombres.
Escribe uno de los actuales ingenieros que cuando una chica no logra controlar su situación sexual ha de adoptar la adecuada pasividad femenina y proseguir ella misma con su propia represión. En estos días gloriosos de la sociedad permisiva las circunstancias han puesto ante mí la tempestad más espantosa de un modo demasiado vívido como para que pueda olvidarla algún día. Aun así, debemos algunos de los escenarios costeros más hermosos al fenómeno de unas chicas que aceptan estimular a los chicos hasta el orgasmo. Cualquier tarde de sábado, en un pueblo inglés de provincias, uno puede ver el efecto escultural del agua en movimiento. Se excavan cuevas de manera casi literal en el objeto sexual. Irónicamente, es la amenazadora retirada del mar desde su nivel normal lo que condiciona la intensa y polimorfa actividad genital propia de la pubertad masculina. En un determinado momento en el techo de la cueva se abre un agujero.
Ha sido divertido de verdad. Una de esas noches en las que me parece que estamos haciéndolo todo bien. Que tomamos las elecciones adecuadas. Que no somos solo escapistas. Que la libertad no es por completo una ilusión. Que hay esperanza.
Tú siempre crees que hay esperanza.
Sí, pero no siempre la disfruto tanto como la he disfrutado esta noche. No siempre puedo compartirla. Me han gustado todos los que estaban ahí. Me ha gustado cómo hemos pasado volando por encima y por debajo de todo tipo de temas. Me ha gustado de qué manera todos sabían más que yo pero yo también sabía algunas cosas. Ha sido como recostarse en el césped y dejar que el sol penetre tu piel.
Todos borrachos, así ha sido.
No, no ha sido así. Cuando salimos siempre bebemos y no siempre es divertido. Admítelo, también te lo has pasado bien. La comida estaba genial y tú has sido el alma de la fiesta.
Solo cuando he hablado de la muerte. Ahí es cuando me he vuelto el alma de la fiesta.
Mmm... Es cierto que abrió un gran espacio, y, por una vez, nos hemos metido todos juntos ahí.
Me gusta tu lirismo.
Pétalos a la deriva. Un riachuelo lento, con ráfagas de viento festoneando la superficie. En los marcos de las ventanas hay hollín que se cuela en la habitación. Allí y aquí. Aquí y allí. El césped siempre es más verde del otro lado de Central Park. Ten cuidado. Defensa. Solo arrestaron a tres. Dándose las manos. Los otros flotaron. Rosa, violeta, un amarillo muy pálido. Ropa de verano y con gravedad. Dedos entrelazados. Noches en el tejado, las estrellas fundiéndose con las luces de la ciudad. Toda esa gente ahí fuera amándose y matándose los unos a los otros. Sueños que ascienden en espiral y escapan. Arropando a aquellos que velan, como pétalos a la deriva.
¿Quién era?
Uno al que conocí la semana pasada.
¿Dónde?
En el bar.
Menudo peñazo ha sido.
¿El