La dominación y lo cotidiano. Martha Rosler

La dominación y lo cotidiano - Martha Rosler


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nombre.

      Un nombre propio tiene varias capas de significado, la menos importante de las cuales es el significado literal de las palabras y las partículas que lo componen.

      ¿CUÁL ES LA FUNCIÓN PÚBLICA DE UN NOMBRE PROPIO?

      El nombre te identifica ante las autoridades civiles de toda índole, pero el nombre es una identificación «flexible», no absoluta, a diferencia de un número, por ejemplo, que es una identificación «rígida». Ahora bien, los nombres se complementan fácilmente con números y con características identificativas aún más absolutas, como las huellas dactilares y las huellas vocales.

      El «significado» público de tu nombre propio es que funciona como tu identidad virtual, y el nombre suele bastar como identificación para la mayoría de los cometidos humanos de la vida cotidiana, a diferencia de lo que sucede en el caso de trámites administrativos o burocráticos de otra índole.

      ¿Cuál es la función privada de un nombre propio?

      El nombre también sirve para que uno se identifique consigo mismo, a partir del primer momento en el que su identidad empieza a forjarse. Consideramos los nombres propios parte del «yo». Además de indicárselo a los demás, tener un nombre te indica a ti que eres un individuo. Asimismo, sus sonidos familiares te vinculan a una comunidad lingüística.

      Los publicistas han llevado la teoría del nombre concebido como el aura de la cosa hasta el paroxismo y han llegado a invertir millones en desentrañar el nombre mágico que sostendrá la «imagen» que han inventado para envolver los productos que comercializan. La realidad del producto en sí queda relegada a una idea en segundo plano frente al poder del nombre y sus adornos.

      Los anunciantes consideran el nombre parte del «alma» de los artículos comerciales.

      Y nosotros hemos aprendido a contemplar los nombres propios como parte del alma de las personas.

      «Washington» es un nombre sólido y formal, paternal incluso.

      «Samantha» es romántico.

      «Ramona» exuda un patetismo exótico.

      «Jasón», «Josué» y «Jonathan» son íntimos y nostálgicos, héroes de antaño de la Edad de Oro.

      «Bret» y «Bart» tienen una firmeza anglosajona al estilo del Oeste.

      Iris, Alba, Aurora, Rosa, Esmeralda, Begoña, Coral, Mar, Rocío, Valle, Abril, Juno sitúan a las mujeres en el mundo natural, con las rocas, las piedras y los árboles. Las mujeres son parte de la naturaleza. Así lo demuestran sus nombres, ¿no es cierto?

      Nuestra cultura permea para implantar y determinar esos significados en el seno de una persona como un método de convertir a la persona en el «hombre» deseado y en la «mujer» deseada. Y lo mejor de todo es que te cubre como una segunda piel. Y crece contigo.

      CÓMO CREAR UN NOMBRE DE MUJER

      Busca un hombre, ya sea real o ficticio, un religioso, un personaje de una novela o alguien por el estilo, y retoca su nombre para que suene «femenino». Feminízalo. Añádele una a, ine, ina, ette, etta, eta, ita, itha, elle, ella, ela, ille, illa, ila, inde, inda, ie, ye o ia.

      O toma el apodo de un hombre y procede de idéntico modo.

      Rodolfa, Rodolfina, Rodolfeta, Rodolfita, Rodolfela, Rodolfila, Rodolfinda, Rodolfina, Rodolfia.

      Adolfa, Adolfina, Adolfita, Adolfeta, Adolfela, Adolfila, Delfina, Dolfita.

      Rodolfo significa «lobo famoso». Se nos ha olvidado, pero no olvidemos que Rodolfa o Rodolfina son un diminutivo de Rodolfo.

      Willie Mae, Tina, Tiny, Fifi, Lulubelle, Lexie, Loula, Tansy, Sissie, Angelica, Fritzie, Winnie, Tildy, Chrissie, Chatty: aprenderéis a ser femeninas, subordinadas y pequeñas o, de lo contrario, experimentaréis una alienación de parte de vuestro «yo».

      Un nombre, el marcador personal aparentemente más benigno y menos imperativo, se conjuga con una formación social más potente para comunicar a las niñas lo que son y lo que deben ser. Constanza, Prudencia, Paciencia, Misericordia, Armonía, Piedad, Caridad, Dulce, Esperanza, Felicidad.

      Hay una moda adscrita a los nombres femeninos que trasciende el bautizar a las niñas. Es la moda de olvidar y recordar los nombres de mujeres particulares. La larga sequía de la memoria y del relato de mujeres fuertes y poderosas es una larga sequía que regresa una y otra vez, una y otra vez. Si escarbamos, descubrimos que solo somos capaces de recordar a unas cuantas de ellas. Y entre aquellas a quienes podemos denominar artistas, averiguamos que sus firmas han quedado sepultadas bajo nombres de hombres. Así, el nombre de Judith Leyster quedó borrado por el de su maestro, Frans Hals, y el de Constance-Marie Charpentier por el de Jacques-Louis David; descubrimos que se pintó sobre sus lienzos o bien que sus obras se descartaron y se abandonaron en sótanos. Sophonisba Anguissola, Rosalba Carriera, Katerina van Hemessen, Angelica Kauffman. Incluso Georgia O’Keeffe. Imogen Cunningham, Willa Cather. Joan Mitchell, Grace Hartigan, Helen Frankenthler. Gritamos para intentar abrir las puertas de la memoria, para resquebrajarlas. Sojourner Truth, Mother Jones, Carrie Chapman Catt, Victoria Woodhull, Tennesee Claflin, Elizabeth Blackwell, Harriet Tubman, Elizabeth Candy Stanton, Elizabeth Gurley Flynn, Emma Goldman, Alexandra Kollontai.

      Las mujeres satisfacen esta necesidad. Sus producciones y sus obras recuerdan a los hombres que las suyas son más y mejores, del mismo modo que las mujeres se presentan como una amenaza en tanto que mano de obra barata, pero capaz.

      Los nombres de las mujeres son como las placas amarillas que los nazis obligaban a llevar a los judíos.

      Los nombres de las mujeres son un cúmulo cosificado de predisposiciones culturales a la dominación masculina.

      Angelica, Harriette, Fifine, Alphonsina, Ambrosia, Conradina, Cyrilla, Lysandra, Michaeline.

      AQUILES. Griego, «sin labios». Probablemente en honor a un héroe de guerra; posteriormente nombre de cuatro santos.

      AQUILA, AQUILEA. Femenino de Aquiles. En honor al protagonista de la Ilíada y cuatro santos.

      ADÁN. Hebreo, posiblemente «del polvo rojo». Nombre bíblico y de santo.

      ADAMINA, ADIE. Femenino de Adán. En honor al Adán bíblico y el san Adán irlandés del siglo VII.

      ADOLFO. Alemán, «lobo noble», es decir: héroe noble. Nombre de la antigua nobleza teutónica; también es nombre de santo.

      ADOLFA, ADOLFINA, ADOLFITA, DOLFINA. Femenino de Adolfo. En honor a reyes alemanes y a un santo.

      ADRIÁN/ADRIANO. Latino, «procedente de Hadria»; clan Adriano de Roma. Nombre de santo.

      ADRIANA, ADRIANE, ADRIA, HADRIA, ADRENA, ADRIEL, ADRIELLE, ADRINI. Femenino de Adrián. En honor a san Adrián.

      ALAN. Celta, «hombre apuesto que vive en armonía».

      ALANA. Femenino de Alan.

      ALARICO, ULRICO. Teutónico, «el controlador de todo». Visigodo.

      ALARICE, ULRICA, ALARICA, ALRICA, ELRICA, ODELIA, ODETTE, ODILA, ODELLA, ODELINDA, ODA. Femenino de Alarico, Ulrico.

      ALBERTO. Alto alemán antiguo, «el que brilla por su nobleza». El nombre favorito para varón entre la nobleza. Otras formas de escribirlo son Albrecht, Adelbrecht, Edelberto y Adalberto.

      ALBERTA, ALBERTINA, ALBERTINE, TINA, ELBERTA, ELBERTINA, BERTINE, BERTIE, ALBERTHA, ALLIE, BETTIE, BET. Femenino de Alberto. En honor a reyes.

      ALEJANDRO. Griego, «defensor del hombre». En honor a Alejandro Magno y Alejo de Roma.

      ALEJANDRA, ALEXANDRA, ALEJANDRÍA, ALEJANDRINA, ALEXANDRINA, ALEXANDINE, ALLESANDRA, ALEXIA, ALEXA, ALEJA, ALEXINE, ALESSA, ALEXINA, ZANDRA, SANDRA, SAUNDRA, SANDY, ZANDY, LEXINE, LEXIE, ALEX, SASHA. Femenino de Alejandro y sus diminutivos. En honor a Alejandro Magno y Alejo de Roma.

      ALFREDO. Anglosajón, «elfo parte del consejo»; «consejo de sabios». El «nombre élfico» más importante de la mitología nórdica.


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