El ojo del mundo. Guillermo Fernández
otro fuego en algún otro lado.
—¿Da por un hecho que quede Mandela en la presidencia? Yo no sé –dijo tocándose la parte del pecho donde le latía el corazón–. El Apartheid ha sido tan astuto que hasta pueden impulsar a un negro a la presidencia para seguir ocultando su verdadero rostro. ¿Verdad que no sería raro?
—¿Y qué busca el Times? –le dije con el aire de un reportero menor que tiene un orgullo mayor.
—Lo de siempre –dijo como si habláramos de su tía–, una entrevista a Mandela, que llegará a mi hotel a darme algunas declaraciones y también un poco de matices sociales, con lo que debo ir a algunas calles peligrosas. Ese negro es sorprendente, ¿no lo cree?
—Para que haya durado tanto tiempo en prisión, puede ser un sustituto. No me fiaría. ¿Será realmente Mandela? ¿No será alguien que pusieron en su lugar? ¿Podría un régimen como el Apartheid dejarlo tanto tiempo vivo? ¿No sería un régimen de cuento de hadas?
—Ja, ja, ja, qué ocurrente –dijo golpeando con una mano grande y velluda el asiento delantero–. Y usted, ¿de qué periódico es?
—Del New York Chronicle.
—¿Ah sí? –dijo pellizcándose la quijada con los dedos–, nunca había oído hablar de él. Seguro me estoy haciendo viejo –rio con ironía.
—Es un periódico de Lower East Side. Solo se publican de preferencia noticias de Nueva York. Del mundo entero se tiene una página con resúmenes. Los accionistas han decidido enviarme a Sudáfrica por un cambio de política. Me han contado que algunos son extravagantes potentados de abolengo a quienes les interesan las vicisitudes de la ciudad. Son esos millonarios de viejo cuño, altruistas considerados que suelen exultarse por los héroes sin rostro: bomberos, policías, damas de la caridad con grandes capitales en el banco, todo tipo de religiosos humanitarios, científicos que caminan hacia la universidad mientras saludan a los mendigos, empresarios que saben lo que es una empresa –y no los hijos que tratan de dilapidar la herencia en Las Vegas–, toda esa gente que hacen de la ciudad lo que es, lo que no puede dejar de ser, usted sabe…
—Claro, claro –dijo levantando la mano para que se acercara la aeromoza. La mujer se aproximó esbozándole una sonrisa titubeante y el hombre le pidió una copa de bourbon. Yo también le pedí un trago de whisky–. Nunca había escuchado el nombre de ese periódico –siguió diciendo mientras se le quedó viendo a la aeromoza que se retiraba hacia el final del pasillo. Me guiñó el ojo y vi que no lograba reponerse–. Esas son las mujeres que me gustan: cordiales, que saben moverse, que te traen un trago. Ejem… ¿Qué me decía?
—Hablaba de mi periódico –le dije sabiendo que el hombre solo se oía a sí mismo.
—Sí, su periódico. ¿Y sacó cita con Mandela? Creo que no está muy accesible. Yo tendría mucho miedo si fuera Mandela, ¿no le parece? Ah, bueno, a usted le parece que es un simulacro. Puede ser. No lo había pensado. Si es un simulacro y ya Mandela estuviera muerto, entonces mi entrevista sería una farsa. Pero es mejor una farsa que ninguna noticia.
La mirada del periodista me miró con algo de petulancia. Era como si me estuviera diciendo que el New York Times podría dispensar incluso de la verdad si fuera necesario para acceder a la noticia que se exigía de acuerdo con los tiempos.
—No viajo por Mandela –le dije con la voz baja, como si me costara explicarle que había otra noticia que a mí me interesara más.
—¿No me diga que irá a Soweto, que usted es de los que buscan más la acción?
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.