90 millas hasta el paraíso. Vladímir Eranosián
varón yo te comprendo – Fidel se rascó la barba.
Y yo, siendo comunista, te recomiendo que pienses muy bien acerca de tu actual situación – expresó su opinión Raúl – No te exhorto a que mientas y te pongas a justificar tu conducta. Ten en cuenta, simplemente, que sus juristas van a engancharse a cualquier hilo posible, para denigrarte, desacreditar ante millones de norteamericanos la imagen de los comunistas, y como resultado, humillar a Cuba. El valor de cada palabra, pronunciada por ti en los EE.UU., crecerá de manera increíble. Nadie te obliga a confesar que habías sido infiel a tu cónyuge.Pueden aprovechar tu honradez, como instrumento contra tu patria. No les concedas a nuestros enemigos una información adicional. No les entregues personalmente un triunfo complementario.
– Hay una historia en la Sagrada Escritura – recordó a propósito el Castro mayor– Cuando José, queriendo aleccionar, y luego perdonar a los hermanos ruines, aprovechó un engaño pequeño. ¿No se necesitó el engaño, si este no se utiliza en aras de la bondad?
Este argumento debería ser el último que aprovecharía el hermano menor. Acaso
Fidel se ha olvidado de que todos estos cuarenta años de ataques contra Cuba, los yanquis llamaban a los cubanos “herejes”, y atraían a su lado el nombre de Dios. Los Conquistadores también aniquilaban a los indios bajo las banderas Santas. Fidel no pudo olvidar esto. Poseyendo tal memoria, probablemente cree que Dios está a favor de Cuba…
La conversación no finalizó así. Fidel le pidió a Juan Miguel que saliera por un rato, este tenía varias preguntas confidenciales a su hermano.
– ¿Qué está emitiendo la hostil radio enemiga, a la cual no pudiste silenciar completamente? – se interesó Fidel.
– Están demasiado cerca… Siguen el ruidoso escándalo histérico en torno al niño – informó Raúl. – Están transmitiendo también que has adquirido en Francia un yate tipo “flybridge” con un bar, una barbacoa y una bañera de mármol.
– Sería mejor dar a conocer que en este se hayan instalado giroscópicos estabilizadores de balanceo y un sistema que mantiene inmóvil el yate, sin usar el ancla. Ahora nuestros buzos podrán filmar para el pueblo los buques hundidos y la fauna del mar del Caribe, sin dañar con el ancla echada los arrecifes de coral.
– Siguen comentando que tú, a la manera de Gorbi, el cual devoró una pizza italiana para hacer publicidad, permitiste que te fotografiaran por dinero en zapatillas deportivas españolas.
– ¿Los niños recibieron las zapatillas?
– La primera partida de calzado ya la distribuyeron en dos escuelas de Sancti Spíritus y en un orfanato en Agramonte.
– Ellos prometían dar muchas zapatillas, y a Gorbachov, seguramente, le habían prometido mucha, mucha pizza…
– Creo que no le engañaron… para que él engañara a su pueblo. Además, Gorbi lo pedía, no para el pueblo, sino para sí, y eso significa que él no pedía tanto.
– El líder de tal pueblo de ninguna manera debía pedirlo… – expresó pensativamente Fidel – Sea como sea, yo no comprendo quién les dio el derecho de llamar a su vil radio con el nombre de nuestro héroe nacional, José Martí. Siléncialos.
– Están demasiado cerca…
– ¿Qué opinas sobre este muchachito de Cárdenas?
– Es que tú sabes mi opinión. Hasta el fin confiaba solamente en dos personas, en el hermano, que es cinco años mayor que yo, y en el Che. Ahora, solo en mi hermano.
– Quiero charlar cara a cara con este muchacho. Vete a hacer tus asuntos – ordenó Fidel y pidió que llamaran a su despacho al señor González…
– Eres incorregible – así se expresó Raúl, yéndose del despacho – Aún sigues creyendo en la gente…
Al volver Juan Miguel al despacho del Comandante, este comprendió que el líder cubano quería hablar francamente con él.
– Cuéntame sobre tu Elizabeth y Elián – pidió Fidel.
Juan Miguel le narró su historia. Quedo muy sorprendido. Era increíble que, a pesar de estar tan atareado, el líder del país hubiera escuchado todo hasta el final, apenas de vez en cuando interrumpiendo al narrador y exigiendo de este pormenores para concentrarse en los detalles…
Municipio Varadero, Cuba
Días antes de la tragedia
Lázaro Muñero, gamberro menudo, que soñaba con ser un gran contrabandista, al fin se decidió a infiltrarse en la habitación de un entrado en años burgués de Fráncfort. Vino a descansar con su nieta veinteañera. El cómplice del efractor, Julio César, ayudante del barman del hotel “Siboney”, prometió entretener al alemán un rato, deteniéndole en la barra del bar.
Lázaro entró sin ninguna dificultad en la habitación. Le han servido para esto los hábitos de cómo usar la ganzúa, adquiridos en los años de su juventud. Entonces, realizó su primer hurto con fractura, extrayendo del despacho del director de la escuela los medios recolectados por los alumnos para comprar medicamentos destinados a los niños de Chernóbil.
En aquella época el gobierno de Cuba aprobó una decisión sin precedente: sanar gratuitamente a los niños irradiados ucranianos. Si a Lázaro lo hubieran pillado en aquel momento, el asunto habría adquirido más bien un carácter político que penal. Pero la sospecha recayó en otro alumno, cuyos parientes denigraban a Castro, aún en los años de la dictadura de Fulgencio Batista, y ahora residían en Florida. Al muchachito inocente lo expulsaron de la escuela, lo que Lázaro acompañó con una sonrisita, jactándose ante una nueva amiguita: “¡Lo torpe que son!”
“¡Qué hermosura!” – por un instante, Lázaro quedó maravillado del lujo de la habitación del hotel y, mirando nerviosamente en torno suyo, se puso a buscar dinero y objetos de valor que pondría en su sombrero de paja. Después de revisar las mesitas de noche, él descubrió un frasco de agua de colonia “Carolina Herrera”, que ya estaba casi vacío. Se perfumó con mucha abundancia y se dirigió al tremó. En la caja había varios billetes arrugados de diez pesos. No era tan grande el botín… ¡Pero en la otomana azul, al lado de la cama, él tropezó con una videocámara! El ladronzuelo la empaquetó cuidadosamente en el sombrero.
Al ver en el sillón junto a la mesita de noche una chaqueta de lino, examinó con mucho esmero los bolsillos y extrajo un portamonedas con tarjetas bancarias. “¡Fritzes de mierda! ¿Qué hay de malo en el dinero en efectivo?” – Lázaro se puso rabioso. No era posible poder utilizar una tarjeta de crédito en Cárdenas, así como en cualquier otra ciudad. No porque el dueño al enterarse de la pérdida, inmediatamente la bloqueará. Simplemente, en Cuba usaban las tarjetas exclusivamente los extranjeros, mientras que Lázaro solo soñaba con ser uno de ellos.
Sí, tenía planeado recibir la ciudadanía estadounidense, y sin duda alguna así logrará alcanzar su meta, en cuanto gane un gran dineral en el contrabando. En su mente, en ese período, no había una distinción clara entre los términos “contrabandista” y “americano”. El dinero, todo lo solucionan los deseosos billetes de cien dólares, desde los cuales contempla con altivez el inmortalizado Franklin.
“¡Por fin hay algo de valor!” – se alegró Lázaro, habiendo tropezado contra una jarra de cristal. En el fondo de esta había un brazalete muy pesado, decorado con un capullo de pétalos de oro de una orquídea. Automáticamente lo metió en el calcetín, enrollándolo al tobillo, y se precipitó al cuarto de baño. Hace tiempo soñaba con un cepillo de dientes “Oral-B” con un motorcito. ¡Quién sabe, puede ser que el alemán use justamente uno de estos! “¡Tendré suerte alguna vez!” La puerta del baño resultó estar cerrada.
Al cabo de un segundo esta se abrió y ante Lázaro apareció en toda su belleza la pelirroja Magda von Trippe, nieta del entrado en años Miljelen Calan.
Poseyendo una cantidad de “atributos”, Magda no era famosa por su belleza. La ropa interior de color turquesa,