Los afectos religiosos. Jonathan Edwards

Los afectos religiosos - Jonathan  Edwards


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“El temor de Jehová es aborrecer el mal” (Proverbios 8:13). De acuerdo con esto, las Escrituras hacen un llamado a los creyentes a que demuestren así su sinceridad: “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmos 97:10).

      Deseo. Las Escrituras a menudo mencionan un deseo santo, expresado en hambre y sed por Dios y por la santidad, como parte importante de la religión verdadera. “Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma” (Isaías 26:8). “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Salmos63:1).“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

      Gozo. Las Escrituras hablan del gozo como una gran parte de la religión verdadera. “Alegraos, justos, en Jehová” (Salmos 97:12). “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! (Filipenses 4:4). “El fruto del Espíritu es amor, gozo,” etc. (Gálatas 5:22).

      Tristeza. Tristeza espiritual, contrición, y quebrantamiento de corazón, conforman una gran parte de la religión verdadera, según las Escrituras. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo5:4).“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17). “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).

      Gratitud. Otra emoción espiritual que las Escrituras suelen mencionar es la gratitud, especialmente aquella expresada en la alabanza a Dios. Esta emoción aparece con tanta frecuencia, particularmente en los salmos, que no necesito citar versículos específicos.

      Misericordia. Frecuentemente las Escrituras hablan de la compasión o la misericordia como parte esencial de la verdadera religión. Jesús enseñó que la misericordia es una de las demandas más importantes de la ley de Dios: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”. (Mateo 23:23). De igual manera, Pablo enfatizó esta virtud: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia” (Colosenses 3:12).

      Celo. Las Escrituras dicen que el celo espiritual es parte esencial de la verdadera religión. Cristo tenía en mente lograr en los suyos esta actitud cuando murió por nosotros: “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).

      He mencionado tan solo unos pocos textos de muchos que establecen que la religión verdadera se centra de manera definitiva en nuestras emociones. Si alguno deseara disputar esto, se vería obligado a descartar la Biblia y buscarse alguna otra norma según la cual evaluar la naturaleza de la verdadera religión.

      El amor es el principal de las emociones. Cuando alguien le preguntó a Jesús cuál era el primer mandamiento, su respuesta fue: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primer y gran mandamiento. El segundo es similar: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40)

      El apóstol Pablo enseñó lo mismos: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio” (1 Timoteo 1:5). En 1 Corintios 13, Pablo habla del amor como lo más grande que hay en el cristianismo, su alma y esencia, sin el cual el conocimiento, los dones, y las actividades más fenomenales no tienen valor alguno.

      Comprobado queda, pues, que nuestras emociones son el eje de la religión auténtica. El amor no es tan solo una de las emociones, sino la mayor de ellas, y, por decirlo así, la fuente de las demás. Es del amor que surge el odio, odio por las cosas que son contrarias a aquello que amamos. De un amor vigoroso y afectuoso hacia Dios nacerán las otras emociones espirituales: odio por el pecado, temor de desagradar a Dios, gratitud a Dios por su bondad, gozo en Dios cuando experimentamos su presencia, tristeza al sentir su ausencia, esperanza de un futuro disfrute de Dios, y celo por la gloria de Dios. De la misma manera, amor por nuestro prójimo producirá en nosotros todo lo demás que debemos sentir hacia él.

      La religión de los santos más sobresalientes de las Escrituras fue una religión de emociones santas. Enfocaré en particular a tres grandes santos, y al Maestro mismo, para demostrar la verdad de lo que digo.

      Primero, consideremos al rey David, ese hombre según el corazón de Dios quien nos ha dejado en los Salmos un vivo retrato de su religión. Esas canciones santas no son ni más ni menos que el derramamiento de emoción devota y santa. En ellas vemos un humilde y ferviente amor por Dios, admiración de sus gloriosas perfecciones y maravillosas obras, y deseos y añoranzas del alma hacia él. Vemos deleite y alegría en Dios, una dulce gratitud por su gran bondad, y un santo regocijo en su favor, suficiencia, y fidelidad. Vemos amor por, y deleite en, el pueblo de Dios, gran deleite en la Palabra de Dios y sus ordenanzas, tristeza por el pecado propio de David y el de los demás, y ferviente celo por Dios, en contra de sus enemigos.

      Estas expresiones de emoción santa en los Salmos tienen especial relevancia para nosotros. Los Salmos no solo expresan la religión de un santo como lo fue el rey David, sino que también fueron inspirados por el Espíritu Santo para ser cantados en la adoración pública de los creyentes, tanto en esos días como en los de ahora.

      En seguida, consideremos al apóstol Pablo. De acuerdo con lo que las Escrituras dicen de él, parece haber sido un hombre de una vida emocional altamente desarrollada, especialmente en lo que al amor se refiere. Sus cartas dejan ver esto claramente. Un ardiente amor por Cristo parece encenderlo y consumirlo. Se contempla a sí mismo como sobrecogido por esta santa emoción, impulsado por ella a seguir adelante en su ministerio a o por ella a seguir adelante en su ministerio a través de todas las dificultades y sufrimientos (2 Corintios 5:14-15). También sus cartas están llenas de un desbordante amor por los cristianos. Los llama sus muy amados (2Corintios12:19, Filipenses 4:1, 2 Timoteo 1:2), y habla de su tierno y afectuoso cuidado por ellos (1Tesalonicenses2:7-8).Con frecuencia habla de sus añoranzas y deseos afectivos hacia ellos (Romanos1:11, Filipenses1:8, 1Tesalonicenses2:8; 2Timoteo1:4). A menudo, Pablo expresa la emoción del gozo. Habla de regocijarse con gran gozo (Filipenses 4:10, Filemón 7), de gozarse mucho más (2 Corintios 7:13), y de regocijarse siempre (2 Corintios 6:10). También al respecto hablan: 2 Corintios 1:12, 7:7,9,16; Filipenses 1:4, 2:1-2, 3:3; Colosenses 1:24; 1 Tesalonicenses 3:9. Pablo habla de su esperanza (Filipenses 1:20), de su celo piadoso (2 Corintios11:2-3),y de sus lágrimas de tristeza(Hechos20:19,31, y 2 Corintios 2:4). Escribe del grande y continuo dolor en su corazón debido a la incredulidad de los judíos (Romanos 9:2). En cuanto a su celo espiritual, no es necesario mencionarlo, ya que es obvio a través de su vida entera como apóstol de Cristo.

      Si alguno puede considerar estos relatos escriturales de Pablo, sin ver que la religión de Pablo era una religión de emociones, debe ser que tiene la extraña capacidad de cerrar sus ojos a la luz que le brilla en toda la cara.

      El apóstol Juan era un hombre cortado de la misma tela. Sus escritos ponen en claro que era una persona de una vida emocional profunda. Se dirige a los cristianos a quienes escribe de una manera realmente tierna y conmovedora. Sus cartas no respiran sino el amor más ferviente, como si él estuviera hecho de afecto dulce y santo. La única manera de comprobar esto que digo sería citar la totalidad de sus escritos.

      Mayor que todos estos, Jesucristo mismo tenía un corazón asombrosamente tierno y afectuoso, a la vez que expresaba su justicia fuertemente con emociones santas. Tenía el más fuerte amor por Dios y por los hombres, el ardor y el vigor más grandes que hayan existido. Este amor


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