Los afectos religiosos. Jonathan Edwards

Los afectos religiosos - Jonathan  Edwards


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que durante sus días en la tierra, Jesús tuvo una vida emocional poderosa y profunda. Leemos de su gran celo por Dios: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Leemos de su tristeza por el pecado de los hombres: “entristecido por la dureza de sus corazones” (Marcos 3:5).

      Al considerar el pecado y la miseria de la gente impía de Jerusalén, irrumpió en lágrimas: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!” (Lucas 19:41-42). Con frecuencia leemos de la compasión de Jesús.(VéaseMateo9:36,14:14,15:32,18:34,Marcos6:34;Lucas 7:13.)¡Cómo se enterneció su corazón ante la muerte de Lázaro! ¡Cuán afectuosas sus palabras de despedida a sus discípulos la noche antes de ser crucificado! De todos los discursos pronunciados por labios humanos, las palabras más afectuosas, y las que más afectan, son las que dijo Cristo en los capítulos 13-16 del evangelio de Juan.

      Indudablemente tiene que existir religión verdadera en el cielo. La religión del cielo, por cierto, es absolutamente pura y perfecta. Según el cuadro que las Escrituras nos pintan del cielo, su religión consiste mayormente de amor y gozo, expresado en las alabanzas más fervientes y exaltadas. La religión de los santos en el cielo es la religión de los santos terrenales perfeccionada. La gracia que vemos en la tierra es el amanecer de la gloria venidera. Textos como

      1 Corintios 13 nos lo comprueban. Así pues, si la religión del cielo es una religión de emoción, toda religión verdadera tendrá que ser una religión de emoción.

      La manera de llegar a conocer la verdadera naturaleza de algo es empeñarnos en seguir su rastro hasta tanto logremos descubrirlo en su estado puro. Por lo tanto, si hemos de descubrir qué es la religión verdadera, es necesario que alcemos nuestras mentes al cielo. Todos los que verdaderamente son espirituales no son de este mundo. Son extranjeros aquí, perteneciendo más bien al cielo. Son nacidos de arriba, y el cielo es su país de origen. La naturaleza que reciben de su nacimiento celestial es también celestial. La vida de la religión verdadera en el corazón de un creyente es una semilla de la religión del cielo. Conformándonos a ella, Dios nos prepara para el cielo. Por lo tanto, si la religión del cielo es una de emoción, la nuestra aquí en la tierra también ha de serlo.

      Vemos la importancia de las emociones espirituales en los deberes que Dios ha establecido como expresiones de culto.

      La Oración. Al orar declaramos las perfecciones de Dios, su majestad, santidad, bondad, y absoluta suficiencia, y nuestro propio estado vacío e indigno, junto con nuestras necesidades y deseos. Pero ¿Por qué? No para informar a Dios de estas cosas, pues él ya las sabe, y de seguro no para cambiar sus propósitos y persuadirle que nos bendiga. No, declaramos estas cosas para conmover y afectar, a través de lo que expresamos, nuestros propios corazones, así preparándonos para recibir las bendiciones que pedimos.

      Alabanza. El deber de cantar alabanzas a Dios parece no tener otro propósito que el de animar y expresar emociones espirituales. Solo hay una explicación que podemos dar para entender por qué Dios nos mandaría a expresarnos hacia él en poesía además de prosa, y cantando además de hablando. La explicación es esta: cuando la verdad divina se expresa en poesía y canto, tiene más tendencia a impactarnos y a conmover nuestras emociones.

      El Bautismo y la Cena del Señor. Lo mismo se puede decir del bautismo y la Santa Cena. Nuestra naturaleza es tal que las cosas físicas y visibles nos influencian mucho. De aquí que Dios haya ordenado que no solamente oigamos el evangelio por su Palabra, sino que también la veamos exhibida delante de nuestros ojos en símbolos visibles para que nos afecte más. Los símbolos visibles del evangelio son el bautismo y la Cena del Señor.

      La Predicación. Una gran razón por la cual Dios ha ordenado la predicación en la iglesia es para imprimir en nuestros corazones y emociones las verdades divinas. No basta con tener buenos comentarios y libros de teología. Estos pueden alumbrar nuestros entendimientos, pero no tienen el mismo poder que tienen la predicación para movilizar nuestras voluntades. Dios usa la energía de la palabra hablada para aplicar su verdad a nuestros corazones de una manera más particular y viva.

      Otra prueba de que la religión verdadera se encuentra muy bien centrada en las emociones es que la Escrituras con frecuencia llaman al pecado “dureza de corazón”. Considere estos textos:

      “Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones,...” (Marcos 3:5). “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos” (Salmos 95:7-10) “¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?” (Isaías 63:17). “Y endureció su cerviz, y obstinó su corazón para no volverse a Jehová el Dios de Israel” (2 Crónicas 36:13)

      Junto con estos textos, consideren que las Escrituras dicen que la conversión es como el quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne. (Ezequiel 11:19, 36:26). Un corazón duro obviamente es uno que no es fácil de mover o de impresionar con emociones espirituales. Es como la piedra--frío, insensible, y sin sentimientos hacia Dios o la santidad. Es lo opuesto de un corazón de carne el cual sí siente, y puede ser tocado y movido. Se desprende, pues, que la santidad de corazón consiste en gran parte de emociones espirituales.

      a) Aprendemos que es un gran error rechazar todas las emociones espirituales como falsas. Este error puede surgir después de un avivamiento religioso. Debido a que las fuertes emociones de algunos parecen desvanecerse por completo con mucha rapidez, la gente empieza a despreciar todas las emociones espirituales, como si el cristianismo no tuviera nada que ver con ellas.

      El otro extremo es el de tener a todas las fuertes emociones religiosas como señales de verdadera conversión, sin inquirir en cuanto a la naturaleza y la fuente de dichas emociones. Si las personas se ven calurosas y llenas de vocabulario espiritual, los demás concluyen que deben ser cristianos piadosos.

      Satanás busca empujarnos de un extremo al otro. Cuando ve que las emociones están de moda, siembra su cizaña entre el trigo. Mezcla emociones falsas con la obra del Espíritu de Dios. De esta manera engaña y arruina eternamente a muchos, confunde a los verdaderos creyentes, y corrompe al cristianismo. No obstante, cuando las malas consecuencias de estas emociones falsas se hacen aparentes, Satanás cambia su estrategia. Ahora busca persuadir a la gente de que todas las emociones espirituales son inválidas. Así trata de cerrar nuestros corazones a todo lo espiritual, y de hacer del cristianismo un formalismo muerto.

      La respuesta correcta no es ni la de rechazar todas las emociones, ni la de aprobarlas todas, sino la de distinguir entre ellas. Debemos aprobar algunas, y rechazar otras. Debemos separar el trigo de la cizaña, el oro de las impurezas, lo precioso de lo que no vale.

      b) Si la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, debemos valorar altamente aquello que produce en nosotros estas emociones. Debemos desear el tipo de libro, de predicación, de oración, y de canción, que profundamente afecte nuestros corazones.

      No interprete mal lo anterior; estas circunstancias a veces pueden despertar las emociones de personas débiles e ignorantes sin traer provecho alguno a sus almas. Esto se debe a que es posible que estas situaciones exciten emociones que no son ni espirituales ni santas. Tiene que haber una presentación clara y un entendimiento correcto de la verdad espiritual en nuestros libros religiosos, nuestra predicación, nuestras oraciones, y nuestro canto. Siempre que sea así, entre más conmuevan nuestras emociones, mejores son.


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