Los Bidis. Carlos Ernesto Laciana
A los problemas relacionados con la superpoblación en todos los lugares de la Tierra se sumaba el crecimiento de la población de holoseres. Su mantenimiento tenía un costo medido en Unidades de Energía Normalizada (UENs), que muchas veces era demasiado alto, de allí que muchas familias sin suficientes recursos debieran finalmente apagarlos.
–¡No podemos desconectar al abuelo!. 10 UENs diarias son difíciles de sostener. ¡Sería una gran pérdida en lo emotivo y en lo cultural, máxime teniendo en cuenta la experiencia acumulada! – dijo Matías.
–Lo de la experiencia – respondió Mora – puede ser guardado como simple memoria sin que necesitemos la presencia holográfica. Eso abarataría.
–Sería como matarlo. Bueno, es matarlo. Acordate que la conciencia se mantiene gracias a que puede interactuar con el entorno.
–Es sólo intelecto, en lo físico es un espectro inmaterial...
–Aún así me entusiasma verlo hacer ademanes cuando cuenta alguna de sus historias. ¿Te acordás?. Las manos se le mueven como palomas y la expresión le cambia según el relato.
Matías calló por un momento, se dejó llevar por los pensamientos y los recuerdos. Concluyó que el abuelo no solo aportaba el dato frío, sino vivencias llenas de humanidad. Para él significaba un reservorio del pasado que lo conectaba con lo que hoy era. También transmitía la nostalgia por lo que había sido y si se lo apagara, se apagarían las luces que le iluminaban el camino a seguir. Recordó que siendo niño el abuelo solía levantarlo con sus manos, pero ahora esa materialidad estaba sólo en su memoria. También recordó, quiso recordar, el interés por los objetos que rodeaban la personalidad potente del abuelo: la Parker de oro, la pipa con el león tallado, el quejido ronco del saxo. Todo eso había desaparecido; la magia que rodeaba su figura perduraba, aún bajo la forma holográfica.
–Estás confundido – insistió Mara. – En realidad lo que tratás es de mantener el recuerdo vivo, pero vos sabés que el holoser se parece cada vez menos al original, porque incorpora información y la procesa mediante una inteligencia artificial, que no la vive como los humanos.
–Esa es tu interpretación Mara. Vos no estás dentro de él para saberlo. Creo que ha desarrollado una forma de sensibilidad.
–¡Ya no es un ser vivo! ¡Tenés que entenderlo! A él no lo condiciona el miedo. En cambio a nosotros el miedo nos delimita y entonces nos define.
El abuelo había captado la discusión entre Matías y Mara. Entendió, con la mente artificial, que ya era una molestia. Por su naturaleza, si cabe el término, no temía que lo desconectaran. Lo emotivo en él era un recuerdo, no era real. Se guiaba sólo por un pensamiento lógico, que respondía a principios éticos incluidos en su algoritmo de socialización.
–Matías, quiero que entiendas que, más allá de lo que piense cada uno de ustedes, yo estoy harto de esta forma de existencia. Tengo derecho a disfrutar de una mortalidad humana. ¿No te parece?. Tampoco quiero empañar un lindo recuerdo con la degradación artificial a la que me somete esta forma de existencia.
–Abuelo ¡Te voy a extrañar! ¡Necesito tu presencia aunque sea parcialmente!
–No podés aferrarte al pasado. Tenés que poner tu energía en disfrutar del presente y en proyectar con entusiasmo el futuro. Lo que vivimos juntos quedará siempre en tu memoria acompañándote, sin necesidad de un holograma para recordártelo.
Matías llora, y acepta finalmente los argumentos.
Entonces Mara desconecta al abuelo.
El legado
El planeta elegido para crear una nueva civilización por fin empezaba a observarse a simple vista. Aparecía como una estrella brillante.
La expectativa de la tripulación era enorme. Habían pasado cuatro generaciones desde que habían partido de su mundo. Los abuelos recordaban el relato de los padres acerca de un planeta con agua y con una atmósfera respirable. Un punto en una de las tantas galaxias existentes en el universo. Pero ahora el anhelado planeta estaba casi al alcance de la mano. Les llevaría alrededor de tres meses alcanzarlo.
A Xu y a Tay los colmaba una gran alegría, que se manifestaba en el cambio al amarillo de su piel. Los trajes transparentes dejaban traslucir sentimientos.
–No puedo creerlo. ¡Por fin dejaremos de vagar por el espacio! – dijo Xu.
–Tendremos paisajes verdaderos y no las composiciones virtuales de todos estos años – se entusiasmaba Tay mientras la piel tendía al verde claro, satisfecho por el logro de la misión.
La nave había sido diseñada para satisfacer las necesidades tanto físicas como espirituales. Estaba dotada de un cerebro artificial muy versátil que la conducía en forma eficiente con un gasto mínimo de energía, al mismo tiempo que oficiaba de chef exquisito, respondiendo a cada pedido. En ocasiones, además, montaba un espectáculo virtual digno de un artista excelso.
El llegar a destino tenía la fuerza de un nacimiento, significaba un cambio extremo de vida; por momentos los tripulantes sentían el temor a lo desconocido, los cuerpos tornaban al azul claro. Y este efecto era contagioso, producía una onda luminosa propagándose sobre los grupos de la comunidad. De esta manera su humor se hacía explícito en todo instante, se trataba de una encuesta permanente.
–Va a ser difícil adaptarnos, hemos vivido en escenarios virtuales de un planeta que no conocimos. Cuando mirábamos el mundo real, a través de los ventanales de la nave, sólo veíamos un fondo oscuro salpicado con puntos brillantes – reflexionó Tay.
–No te preocupés Tay. Que prevalezca el desafío de lo nuevo. Esto nos va a enriquecer la existencia. Nuestra vida en la nave se ha vuelto rutinaria.
Para hacer música en un instrumento colectivo, y de esa manera relajarse, llamaron a varios compañeros. Cada uno comenzó a apretar un conjunto de botones según el orden establecido en una pantalla. El sonido era, por momentos, el de alegres campanillas y en otros, gemidos desgarradores. El color de la piel de los intérpretes acompañaba cada momento de la música.
El comandante de la nave era Yao, en el puente de mandos no levantaba los ojos de los indicadores. Cuando recogió todos los datos Informó por los parlantes a la tripulación.
–Los sensores, en la superficie del planeta, muestran una atmósfera respirable pero con niveles de radiación alta, aunque de valores similares a los que soportamos a lo largo del viaje espacial. Esto no es preocupante porque, como ustedes saben, aunque se produjeran mutaciones genéticas al azar, los microbots que hay en nuestra sangre son capaces de destruir las células cancerígenas que pudieran producirse.
Yao dio la buena nueva, cuando ya estaban llegando al planeta elegido. Las ventanas cambiaron las imágenes de ficción por las de la realidad exterior. Se veía una bola azul enturbiada por nubes blanquecinas y una gran luna orbitaba alrededor. Los miles de viajeros festejaban llenos de esperanza, una multitud de un verde vegetal. No faltaban los nostálgicos que adoptaban el tono celeste, sabían que no había vuelta atrás, el cambio era definitivo. Había sido la forma de evitar la superpoblación en el planeta.
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