Los números del amor. Bernardo Álamos

Los números del amor - Bernardo Álamos


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te voy a explicar. Como tú eres bueno, aunque no tanto como yo, parte ese cerro en trozos iguales.

      —Gracias por lo de bueno, y no es necesario que me digas que eres mejor. Siempre repites lo mismo y todos los números lo saben.

      —Perdona, mi viejo, no quise ofenderte —contestó el 7 con una mirada de suficiencia—. Ahora, ¿puedes dividir numéricamente el cerro?, por favor.

      Al 6 le cayó como patada de mula el cometario del siete, pero con disimulo le contestó.

      —El cerro tiene siete partes iguales.

      —Muy bien —dijo el siete—, ¿y me puedes decir su inclinación?

      —Claro, al principio es suave, y la última parte muy pronunciada, casi vertical.

      —Ese es el punto; si pones a un hombre a subir ese cerro, andará rápido al principio y se moverá del 1 al 2 sin dificultad, del 2 al 3 un poco más difícil, del 3 al 4 un poco más, al igual que del 4 al 5 y del 5 al 6. Ahora bien, del 6 al 7 le llevará mucho tiempo, ingenio y sacrificio. Como ves, esa es nuestra diferencia, ya que el que obtiene el 7 es alguien muy superior.

      Al 6 le habían dado una lección como tantas otras veces, pero esta última superó su nivel de tolerancia. Por eso el 6 era un sujeto envidioso, que odiaba al 7 con todo su ser.

      El 5 era un chupa medias, y siempre andaba con el 7 como si fuera su escudero.

      El 4 era un conformista, no ambicionaba más, ya que su número era la nota mínima que los hombres habían puesto para aprobar una asignatura.

      Un día estaba el 6 en un bar tomando para olvidar su rencor con el 7 y pensaba “ese maldito farsante algún día va a caer y yo voy a estar ahí para presenciarlo”. Un poco más allá, sentados en una mesa, estaban bebiendo el 1 con el 2. El 1 tomaba porque le daba lo mismo emborracharse, ya que su vida nunca cambiaría estando sobrio o borracho; siempre sería un 1. El 2 lo hacía porque se sentía a gusto compartir una mesa con alguien inferior. Al fondo del bar se encontraba el 3, mascullando su baja animosidad, pensando lo poco que le faltaba para alcanzar al 4 y tener dignidad, pues solo un poco de ella le cambiaría la vida. El 3 prefería no emborracharse, tenía motivos para no hacerlo, “sobrio mejor —se decía— me falta poco para llegar al 4”.

      Así se fue la tarde y el 3 pidió la cuenta; al levantar la vista divisó al 6, que parecía como ido, y un poco más allá vio al 1 con la típica borrachera del indolente, el 2 solo se reía y expresaba:

      —Soy el rey de la mesa, miren a este infeliz del 1, no sabe dónde está, es un bueno para nada, cómo me divierto con este sujeto.

      El 2 decía todo esto, ya que le producía una inmensa felicidad comprobar que era mejor que alguien, aun cuando él mismo fuese poca cosa.

      El 3 encontró jocosa la escena y sin pensarlo mucho se acercó al 6.

      —¿Qué pasa, amigo? —le preguntó.

      —Y a ti, ¿qué te importa? —contestó el 6.

      —Um, estamos de mal humor...

      —Sí ¿y qué? Ándate y déjame tomar tranquilo.

      —Está bien, me voy, pero yo sé por qué tomas —replicó el 3.

      —A ver cabrito, ¿por qué?

      El 3 guardó silencio y permaneció impávido a su lado, nada le decía, solo miraba cómo el 6 sorbía trago tras trago. En un inicio, y puesto que aún no había perdido la razón, el 6 pensó: “tranquilo, no vale la pena pelearme con este tipejo, no me voy a rebajar, pues hay una distancia enorme entre ambos”. A pesar de que el 6 odiaba al 7 por su arrogancia, llevaba en su corazón igual sentimiento y es que todos los números eran de la misma naturaleza, pecadores viciosos, solo los hacía diferentes el valor que le daban los humanos para controlar las cosas. De tanto tomar, el 6 perdió la razón y viendo al 3 con una cara de huevón que daba ira incluso a los más huevones, no aguantó más y le lanzó un vaso, partiéndole la curva superior. El 3 dio un grito de dolor y cayó al suelo provocando un fuerte estruendo. El 2, que era el más sobrio, contemplaba la escena, y aunque no le simpatizaba el 3, no aceptaría que uno de su clase fuese agredido. Ellos eran los rojos, el 1, 2 y 3; debían su apelativo a la clasificación de los hombres, y un azul, grupo al que pertenecían desde el 4 al 7, había agredido a su compañero que compartía la misma suerte. La rabia se apoderó del 2; se abalanzó sobre el 6 y con un golpe certero le rompió su curva inferior. Se inició una gresca de aquellas. El 1 se paró como pudo y fue directo hacia el 6, no alcanzó a llegar cuando recibió un puñetazo que le voló de cuajo su primer palo ascendente. Con el 3 y el 1 fuera de combate, la pelea se centró en el 2 y el 6 que lanzaban piñas, esquivaban las que podían, aguantaban las que recibían, hasta que alguien llamó a la autoridad y llegaron dos tipos de verde: “x” e “y”. Ambos restauraron el orden.

      El control de daños arrojó como consecuencia la pérdida del trazo corto ascendente que sostenía el trazo largo descendente del 1, serios daños en la curva superior del 3 y menores en la curva inferior del 6.

      La noticia de la pelea llegó al resto de los números y como consecuencia de semejante vergüenza se produjo un abismo de distancia entre los rojos y los azules. El 7, la máxima expresión de los azules, humilló aún más al 6 calificándolo de inmaduro por iniciar la pelea con un tipo como el 3 que no le ha ganado a nadie. Fue así como el 6 acumuló gran cantidad de odio y ganas de revancha.

      Una mañana, al salir de su casa vio que el 1 apenas se sostenía en pie ya que le faltaba una parte de su cuerpo, y fue esa observación la que le dio la idea. “Claro —se dijo a sí mismo— si al 7 le quitan el palo vertical superior, queda como un 1; qué tonto, cómo no se me ocurrió antes.”

      Durante mucho tiempo el 6 pensó en la manera de llevar a cabo su plan y tenderle una trampa al 7 para cortarle la línea vertical superior. Sin embargo, el 7 era muy astuto y nunca cayó en la trampa del 6.

      Pasaron muchos años y el 6 abandonó su macabro plan, no por propio deseo sino por el peso del fracaso de tantos intentos. El 6 aceptó su realidad, y teniendo conciencia de que no podía mejorar, se dedicaba a burlarse de los números azules, de manera que se enemistó con el 4 y el 5. Ciertamente había aprendido la lección y nunca más se mezcló con los números rojos. Sin embargo, se fue quedando solo y se hizo adicto a la bebida.

      Una noche sin luna y sin estrellas, al salir del bar, se encontró de sopetón con el 3, de manera que el diálogo fue inevitable.

      —Fíjate por donde caminas —le dijo el 3—. No te bastó con romper parte de mi cuerpo.

      —¿Y? —preguntó el 6.

      —¿Y qué?, huevón... —le dijo el 3—. Ahora ando con el 1 y el 2, y están sobrios así es que te sacaremos cresta y media.

      El 6 vio el peligro y sintió miedo, y como pudo intentó escapar, pero los números rojos le cerraron el paso, por tanto no le quedaba otra que negociar o pedir disculpas.

      —Miren muchachos… —dijo el 6.

      —Cierra el pico —contestó el 2, que parecía el más agresivo.

      —Calma —intervino el 1—, dejémoslo hablar.

      —Gracias, la verdad es que mi vida no es nada fácil, estoy solo, los azules no me pueden ver y con ustedes los rojos no me llevo.

      Habló rápidamente, ya que debía calmar los ánimos pronto si quería evitar que le dieran una paliza. Los puso al tanto de su relación con el 7 y por qué el 4 y el 5 no lo querían.

      El 3 sintió lastima y comprobó que también las dificultades golpeaban a otros que parecían tenerlo todo. El 3 no era tonto, solo le costaba concentrarse, pero razonaba bien y dijo:

      —Mira, eso del tema del cerro, en cuanto a que el último tramo, como dijo el 7, demora más tiempo en recorrerlo, es lo más antidemocrático que he escuchado en mi vida.

      —¿Antidemocrático? —preguntaron


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