Los números del amor. Bernardo Álamos
propia de los que tienen el poder.
Por primera vez en su vida el 6 se sintió comprendido y fue así como nació una amistad entre un azul y un rojo ¿Acaso no eran todos números? ¿No estaban construidos todos con trazos? Y si tenían rivalidades era por culpa de los hombres que les asignaban diferentes valores.
Fue un proceso paulatino y de a poco el 6 fue aceptando que lo mejor era entablar una guerra contra los azules para restaurar un nuevo orden. En nombre de la democracia y con la bandera de lucha de la unidad, no podía haber más diferencias entre ellos que la unidad. El 1 era el más entusiasta, pues no tenía nada que perder: si perdía seguiría siendo el 1, y el 2 y el 3 arriesgaban poco. El 6 estaba jugándoselo todo, pues si era derrotado, lo harían desaparecer por traidor y lo reemplazarían por “tres dos” o por “dos tres” o por “seis unos”.
Ahí estaban los dos ejércitos, unos en frente de los otros. El 6 montado en su caballo se dirigió a los rojos en estos términos:
—Compañeros, ha llegado el día esperado por tantas generaciones de sus antepasados. Si es necesario, lucharemos hasta morir. Solo la victoria nos hará libres. Por siglos han sido esclavos de los azules, ya que ellos viven y gozan de su prestigio porque ustedes existen; sin los rojos, no serían nada, pues ¿con quién se compararían? Nosotros los superamos en número, ya que los poderosos siempre son pocos, si no, no serían tales. Ellos son más astutos, pero yo conozco su astucia, claro. Nací como azul pero al ver la desgracia e injusticia con ustedes, me he rebelado, y aunque no soy rojo de sangre, sí lo soy de corazón.
Al otro lado del campo de batalla se escucharon los vítores de los rojos, lo que produjo cierto temor en las filas de los azules. Entonces, vestido con elegancia y muy bien montado, salió al frente el 7 acompañado de sus escuderos, los 5.
—Señores, tengan calman —dijo el 7—. Es cierto, ellos son más, pero nosotros por siglos los hemos dominado, son limitados y flojos.
Entonces el 4 intervino y gritó:
—Pero tienen al 6 y ese sabe.
—Ese es un traidor —gritaron los azules—. ¡Muerte al traidor! ¡Muerte al traidor!...
—Calma —dijo el 7—, usemos la energía en la batalla. Serenidad es la consigna. Yo conozco muy bien a ese sujeto y claro que es el peor de los traidores. Vamos a ganar esta batalla y el 6 dejará de existir; a futuro lo reemplazaremos por la combinación de los números menores. En cuanto al 1, el 2 y el 3 serán nuestros esclavos por los siglos de los siglos.
—Escúchenme bien —ordenó el 7—, ellos van a atacar primero, déjenlos venir y que los 4 abran un flanco en nuestras líneas, para que crean que rompieron la defensa, y una vez que entren en la trampa, los 5 se cerrarán y será su final.
Se escucharon fuertes aplausos coordinados y los azules se agruparon en formación de combate.
En el sector de los rojos, el 6 nuevamente arengó a sus tropas.
—Este es nuestro día, de ahora en adelante construiremos un nuevo mundo, donde nunca más habrá distinciones entre nosotros, seremos iguales, ya no existirán más calificaciones ni cantidades y así nos libraremos de los hombres, pues tendrán que inventar un nuevo sistema de mediciones. Seremos libres y viviremos en paz. Esta misma tarde, antes de que se ponga el sol, se acabará el reinado de la competencia y el querer ser más. La crueldad de esos conceptos ha traído la desgracia al mundo numérico y llegó el momento de poner fin a tanta injusticia.
—Los azules —añadió el 6— esperan que carguemos con todas nuestras fuerzas y así lo haremos, pero en cuanto le llegue al turno a los 2, se van a retiran del campo haciendo creer al enemigo que huyen y cuando su abanico se cierre sobre los 3 y 1; entonces los 2 cargarán por la espalda y no podrán pelear por el frente y por atrás.
La batalla fue una carnicería y se desarrolló tal cual como lo había planeado el 6. A los 7 les desmembraron el palo superior, los 5 perdieron su guata, los 3 su curva inferior y los 4 quedaron en tan malas condiciones que no se sabía bien lo que eran. Los pocos números azules que permanecieron con vida se rindieron a los rojos.
El hombre observó todo esto a la distancia y al contemplar el desastre lloró amargamente, pues no quedaban suficientes números para tanta humanidad. De ahora en adelante se iniciarían guerras entre ellos para tener números. Uno de los humanos, llamado Pedro, cayó desolado al suelo y levantando los ojos al cielo, con desesperación rogó por ayuda al creador. Entonces Dios sintió lástima y envió su espíritu para que iluminara al hombre, quien con los restos de los miembros numéricos dio vida al 0. De la nada, Dios lo hizo porque era nada. Dios además dejó a los números mudos, para que nunca más pudiesen hablar entre ellos. Sin habla no se podrían comunicar y sin comunicación no se podrían organizar y sin organización no podrían luchar y sin lucha no podrían guerrear.
Fue así que la humanidad dio un salto al desarrollo, ya que con la ayuda del 0 los números pasaron a otra dimensión.
Esta historia de Álvaro no le fue indiferente a Eduardo. Claro, se trataba de un cuento de un insano mental, pero reflejaba la lucha de clases tan común en aquellos años. Por otra parte, había algo en esta historia que le inquietaba. Al profundizar sus estudios de algoritmos, lo comprendió todo: los números eran números, pero se transformaban y con ello se podían establecer códigos para ocultar la información, y entonces se dijo “Eduardo, tienes que estudiar sobre esto”. Pero su universidad estaba en pañales en esta materia. ¿Adónde podría ir? ¿De quién aprendería?
Fue por un profesor que supo de un posgrado en Harvard. Intentó por todos los medios continuar sus estudios en dicha universidad, pero su gran problema fue la falta de recursos económicos y la única manera era postular a una beca. En general cumplía con los requisitos: tenía muy buenas calificaciones, había hecho ayudantías en varios ramos y contaba con muy buenas recomendaciones de profesores y de la universidad. Sin embargo, la cosa se puso cuesta arriba, ya que uno de los requerimientos era tener alguna publicación y él no tenía ninguna. Izquierdoz volvió a su mente y pensó en editar la explicación que le había dado su compañero en un cuento sobre los números, transformándolos en seres vivos, algo no muy propio de las matemáticas pero, debido a lo poco ortodoxo de la materia, se lo tuvieron en cuenta. Lo podían acusar de plagio, pero probablemente Izquierdoz no se acordaría de nada y, además, quién le iba a creer a uno que estuvo loco. La ambición de Eduardo pudo más. Publicó el libro que finalmente lo catapultó a Harvard.
II.
Carmen
Carmen era la menor de tres hermanos y la única mujer. Se había criado en un ambiente de amor, concordia y unión familiar. Fue una amiga de una amiga quien los presentó. Aunque él le llevaba cinco años, igual se las arregló para cortejarla. Un año después, Eduardo obtuvo la beca y le propuso matrimonio. Carmen aceptó de inmediato, pero requería la autorización de sus padres, pues era menor de edad. Se armó de valor y le pidió formalmente una reunión a don Juan, el padre de Carmen. Creía tener alguna ventaja, pues se había ganado el corazón de doña Pilar.
El día de la cita, Eduardo era un nudo de nervios, se probó varias corbatas y se puso mucha colonia que había tomado prestada de su papá. Al llegar a la casa, respiró profundo y tocó el timbre. Saludó con la mejor de sus sonrisas a la señora Pilar y le dio un beso nervioso a su futura novia.
—Pasa, de inmediato llamo a Juan —dijo Pilar.
En el salón sentía que las paredes se le venían encima y que el trinche con la porcelana caería sobre él y aplastaría su humanidad entera.
—Tranquilo —le dijo Carmen—, ya hablé con mi mamá y nos apoya, todo va a salir bien. Mi papá es un hombre un tanto chapado a la antigua, pero de buen corazón.
Tan pronto vio entrar a don Juan, sintió que las piernas le flaqueaban, y como pudo se paró y le extendió la mano.
—Aquí estamos, dígame joven a qué se debe tanto misterio —dijo Juan.
—Lo que pasa señor...