¿Dónde están mis orgasmos?. Francis Aurò
y Ferran apareció delante de nosotros.
—Hombre, ya estás aquí —dijo Ferran—. Hola, Sara —dijo mirándome.
—Pues… muchas gracias, Sara, por acompañarme. Un placer. —Se despidió sonriendo de nuevo.
El placer era mío también.
Bajé en el ascensor con cara de tonta y recordando su voz.
Qué bien sienta notar que le gustas a alguien.
Por suerte sonó el teléfono para devolverme a la realidad…
—Sara, ayer quedamos que me pasarías los balances de C&C y aún no los tengo. Por favor date prisa.
—Sí, estaba a punto de acabar con ello y enviártelos. Antes de comer los tienes.
Era Raquel, mi jefa. Raquel no era mala tía, pero como jefa era muy exigente. La verdad es que con lo de mi divorcio se había portado muy bien, dejándome llegar o salir con un poco de margen para poder atender a mis hijos mientras nos adaptábamos a la nueva situación.
Mi compañera Carmen siempre decía que Raquel tenía la vida ideal: solo tenía que preocuparse por ella misma. Sin hijos, sin pareja, sin obligaciones después del trabajo, con un buen sueldo… Yo, algunos días la admiraba y otros… no.
Estar entretenida en C&C me hizo olvidar al guaperas de la voz penetrante y sin darme cuenta llegó la hora de comer.
Era jueves. Los jueves comía con Marta en un local muy mono de comidas preparadas que teníamos a dos manzanas del despacho. Me encantaba no tener que prepararme la comida la noche del miércoles. Era como un premio a mitad de semana :).
Marta era como una hermana para mí. Nos conocimos en la facultad de Derecho.
Le voy a contar lo del tío-de-voz-penetrante… aunque realmente no hay nada que contar… ¿Cómo se llamará?
Quedábamos a las 13.50 delante de una tienda de decoración a medio camino del despacho y el restaurante, así si alguna tenía que esperar se entretenía mirando el escaparate. En aquella tienda había siempre unas cosas monísimas, pero era muy cara, con lo que no había riesgo de compra impulsiva, a priori...
Le di «Enviar» al correo con los balances de C&C, me puse mi crema de labios rosa, pillé chaqueta y bolso y bajé por las escaleras, todo lo rápido que me dejaban mis tacones de cinco centímetros.
—Hombre, Sara, ¿qué tal? ¿Hora de comer? —me interrumpió su voz. Salía con tanta prisa que no me di cuenta de que el hombre–de–voz–penetrante estaba de pie en el hall del edificio.
—¡Oh! ¡Hola!
—Estoy esperando a Ferran para ir a comer; se ha quedado atendiendo una llamada…
—Sí, yo también salgo a comer, he quedado….
—Por cierto, Sara —nos quedamos tres segundos mirándonos en silencio—, ¿te apetecería quedar a tomar algo un día de estos?
Casi se me caen las bragas al suelo (lamento la frase, pero expresa perfectamente mi sorpresa al oír su pregunta).
No fui capaz de contestar emitiendo sonidos, pero supongo que mi mirada le dijo que sí sin mi permiso consciente…
—Toma, en esta tarjeta. Tienes mi número… y espera que me apunto el tuyo… A ver… Sí… ya. Dime.
Le di mi número de teléfono sin más y me dirigí hacia la salida.
—Disculpa, ¿cómo te llamas? —Me giré para preguntarle antes de abrir la puerta.
—Adrián, me llamo Adrián —dijo sonriendo.
—De acuerdo, Adrián. Hasta pronto. Y me fui como si aquello me pasara cada día, aunque por dentro estaba como un blandiblú.
(Mis hijos ahora lo llaman slime).
Capítulo 3
¿Qué me estoy perdiendo?
Hola Sara, ¿te acuerdas de mí?
Soy Adrián.
Estaba pensando que podríamos
tomarnos algo esta tarde.
Si me das una dirección
te recojo a eso de las… ¿19:30?
Oh, my God!!
Cuando leí estos dos mensajes el viernes a la hora del café no les daba crédito.
¡¡Qué fuerteeeeee!! Creo que tengo taquicardia.
¿Y ahora qué le digo?
¿Y si es un loco pirado? A ver, lo conoce Ferran, siempre le puedo preguntar…
Pero es que en realidad no lo conozco de nada.
Pero me resulta tremendamente atractivo… y dice que me pasa a recoger… Pues ¡¡ME ENCANTA!!
Eran las 11. Le contesté a las 11:30. Le di vueltas a ver cómo le contestaba. Aunque fuera una chorrada, estaba nerviosa.
¡Hola Adrián!
Pues vale, me parece bien.
Pero me iría mejor quedar hacia las 20.
Ya me dices.
Si de algo me había servido separarme era para volverme más decidida a la hora de pasar a la acción, al menos en lo que a hombres se refería. Total, ¿qué era lo peor que me podía pasar? ¿Que no me gustase? ¿Que no le gustase? Pues perfecto, así ya lo sabía.
Ok.
Dime dónde te recojo
Concho, demasiado bonito. A ver con qué tara viene la criatura… Porque todos venimos con alguna de serie…
Le dije a Marta que me llamara a eso de las diez por si el tío resultaba ser un pesado. Era una llamada «trampa» para tener una excusa y largarme de manera poco violenta, o sea, para no tener que decirle «Oye, mira, no te lo tomes a mal, pero no me gustas nada y ya me quiero marchar». Al final todos tenemos nuestro corazoncito y me parecía menos violento para mí y para él decírselo al día siguiente con un mensaje.
Hoy quizás directamente le diría que me piro: «Muchas gracias por tu tiempo. Adiós». O quizás no, una tiene días para todo y me permito cambiar de opinión.
Estaba excitada.
No era mi primera cita después de divorciarme, pero quedar con alguien que te gusta siempre te pone algo nerviosa. Yo lo vivía como cuando me comía un Peta Zetas de pequeña: tenía la sensación que me saltaban chispas por dentro.
No sabía qué ponerme. Me apetecía lucirme pero a la vez ser discreta… para dejar trabajar a la imaginación…
Aquella semana se había empezado a notar el calor, y pensé lucirme en un vestido color verde cocodrilo, de tirantes, escotado y largo hasta el tobillo. Me sentía muy yo en aquel vestido.
Adrián llegó puntual. Aparcó encima de la acera para saludarme y nos dimos dos besos de cortesía.
—Vamos. He pensado en ir a un local con una terraza muy chula, no muy lejos de aquí.
Me pasaba el día organizando la casa, los niños, comidas… así que estaba encantada de que me llevasen y dejarme sorprender, sin tener que pensar yo en nada.
Adrián era de conversación fácil y muy agradable.
La conversación, su voz, el entorno... aquella cerveza me supo a gloria. Se notaba que los dos estábamos muy a gusto.
—Conozco una pizzería a dos minutos. ¿Te parece si cenamos algo juntos? Yo tengo hambre.
No me imaginaba nada mejor en aquel momento. Me apetecía mucho seguir mi cita con él ¡y me encanta la pizzaaaaaa!
Una cena para enmarcar. Se notaba que había química entre los dos y el vinito ayudó lo suyo.