La Tercera Parca. Federico Betti

La Tercera Parca - Federico Betti


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es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.

      –Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

      –De acuerdo. Gracias.

      Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán dándole las buenas noches.

      El hombre tenía consigo la dirección del inspector Zamagni y así, poseyendo todavía un día antes de deber cumplir la petición de su cliente, fue a investigar in situ.

      Avenida della Reppublica en San Lazzaro di Savena era una calle bastante frecuentada, por lo menos en las horas diurnas, con coches que iban y venían en las dos direcciones y peatones que la recorrían por las aceras y bajo los tramos de los porches.

      Gracias a una rápida búsqueda en Internet había visto que la dirección que le interesaba se encontraba en la extremidad opuesta, cerca de vía Jussi, pero él, para hacerse una idea más precisa de la zona, entró en la calle por la parte opuesta.

      Al principio vio un parque público a la derecha y varios negocios a la izquierda, luego los negocios se alternaban con edificios a ambos lados.

      Vio también un bar, a primera vista bastante frecuentado, así que continuó por la carretera para llegar a su destino, más o menos enfrente de un supermercado de medianas dimensiones.

      Atravesada la calle, que en aquel punto en el centro tenía también una placita peatonal alrededor de la cual discurría el tráfico rodado, el hombre llegó delante del número 96 y, poniendo cuidado en que nadie lo viese o de llamar la atención de posibles peatones, cogió el aviso de llegada del repartidor y lo pegó al panel de los timbres de aquel edificio.

      En ese momento, volvió a la parte opuesta de la avenida della Reppublica y se apostó en un sitio desde donde podría tener una buena visibilidad del otro lado de la calle.

      Al volver a su apartamento cogió el ordenador portátil, se conectó al sitio web de Youtube e hizo una búsqueda rápida. Entre los primeros resultados encontró aquel que le interesaba, así que cogió la pequeña grabadora de bolsillo, volvió a poner el vídeo y encendió la grabadora.

      Después de unas cuantas tentativas, el hombre decidió que la grabación hecha era adecuada para el uso que debería hacer con ella.

      Aquella noche, cuando volvió a casa, el inspector Zamagni encontró en el panel de los timbres un aviso de llegada por parte de un repartidor. Dándose cuenta de que no esperaba nada, se preguntó qué le habrían enviado y quién lo habría hecho.

      En el aviso estaba señalada también una nueva fecha de entrega, dos días después a las seis de la tarde.

      Tomando nota de la información y teniendo todavía en la cabeza la cuestión con respecto al remitente y el objeto que recibiría, el inspector subió las escaleras y entró en su apartamento sin saber que alguien lo estaba observando.

      Durante la cena, el inspector miró el telediario y, entre todas las noticias, le llamó la atención especialmente la que tenía que ver con un accidente de tráfico ocurrido al comienzo de la vía Saffi en las que un hombre había sido atropellado por un coche.

      Enseguida se percató de que era aquel con el que se habían encontrado al volver a comisaría.

      –El hombre atropellado –había añadido el periodista –el día anterior había salido de prisión, donde se encontraba porque hacía exactamente un mes había atracado una joyería en vía san Felice.

      VII

      A la mañana siguiente, Zamagni y Finocchi, junto con el capitán Luzzi, intentaron hacer de nuevo un análisis de la situación de la investigación que estaban llevando a cabo, para comprender cuál podría ser el paso siguiente.

      No tenían realmente gran cosa pero era seguramente algo más con respecto a cuando habían comenzado a asumir el control de los efectos personales de Daniele Santopietro.

      –Entretanto creo entender que de esos objetos no conseguiremos sacar alguna información útil para nuestra investigación –comenzó a decir el capitán –¿no es verdad?

      –Por lo que parece, así es. –asintió el inspector –el único objeto particular es aquel libro rojo con el botón en el interior de la cubierta. Luego está ese artilugio del que no sabemos todavía el uso.

      –Comprendo –dijo el capitán –en cambio, los objetos que están dentro de las cajas que se encuentran todavía en tu escritorio parecen totalmente inútiles.

      –Exacto –estuvo de acuerdo Zamagni.

      –De acuerdo. Luego tenemos las tele cámaras montadas en el edificio donde Santopietro ha vivido durante un tiempo.

      –Sí –confirmó el agente Finocchi.

      –¿Sabemos algo más con respecto a estas? –preguntó Luzzi –me refiero por parte del administrador.

      –Todavía no –respondió Zamagni –Le hemos dado dos días para obtener la información de la documentación que debe estar en el archivo de la oficina.

      –Bien –asintió el capitán –Esto significa que mañana por la mañana volveréis a ver al administrador del edificio y, si todo va como debe, deberéis saber todos los detalles concernientes a esto.

      –Exacto –dijo Zamagni.

      Marco Finocchi hizo sencillamente un gesto con la cabeza, sin decir nada, para confirmarlo.

      –Perfecto –continuó diciendo Giorgio Luzzi – Y mientras tanto, ¿qué pensáis hacer? ¿Tenéis alguna idea?

      El inspector intercambió una mirada con el agente Finocchi y, por su lenguaje corporal, el capitán entendió que no tenían ninguna, por lo menos de momento, sobre cómo continuar con la investigación.

      El hombre estaba reposando cuando sonó el teléfono móvil.

      –Ha surgido un imprevisto –escuchó que decían desde la otra parte de la línea –Los detalles se encuentran al lado del rey, siempre en el mismo lugar –a continuación se interrumpió la llamada.

      ¿Qué había ocurrido de manera tan repentina?, se preguntó, luego, considerando que no estaba haciendo nada importante, salió corriendo para ir a dónde le habían dicho.

      En cuanto llegó a la librería enfrente de las Due Torri, el hombre entró y se dirigió a la sección dedicada a la narrativa y buscó las novelas de Stephen King.

      Pasó revista a todas las que había en la estantería hasta que vio algo que le llamó su atención.

      Esperó el momento oportuno, unos minutos después, sin hacerse ver por ojos indiscretos, lo sacó con decisión y se encontró en la mano un sobre blanco como el que había hallado algunos días antes en la misma librería, pero en la estantería dedicada a las guías turísticas.

      Por suerte tengo la mente abierta, de lo contrario ni siquiera yo habría comprendido las pistas.

      Se metió rápidamente el sobre en el bolsillo de los pantalones, luego dio una vuelta rápida por el interior de la librería, de manera que pareciese un cliente normal, y salió de nuevo a la calle pasando delante de las cajas registradoras.

      En cuanto llegó a casa, abrió el sobre y leyó el mensaje que había en su interior, escrito sobre un papel blanco.

      Todos los mensajes escritos que recibía habían sido escritos con el uso de un programa de escritura, nunca a mano.

      El mensaje era sencillo y perentorio: eran las indicaciones para llegar a una habitación del Hospital Maggiore de Bologna, junto con una fecha y una hora. La fecha era al día siguiente mientras que la hora era las doce del mediodía en punto.

      El hombre volvió a doblar el folio y lo


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