Spaghetti Paradiso. Nicky Persico
distraído. Era la primera vez que lo veía así.
«He hecho esta pregunta a muchas personas» dijo con calma y con una expresión casi desilusionada en la cara (más que desilusionada parecía disgustada. Levemente disgustada. Pero creo que sólo era un ilusión mía) «y muchos no han sabido responder. Otros han respondido en términos vagos. Algo parecido a lo que has hecho tú ahora. Y sin embargo se habla mucho de mafia. Es una palabra que conocen todos. Lucha contra la mafia, medidas contra la mafia, protestas y manifestaciones, iniciativas. Contra la mafia. Muchos responden a esta pregunta de cualquier manera: pero muchos, en sustancia, buscan una definición en el mismo momento en que le haces la pregunta, sorprendidos por la obviedad de la pregunta. Es como si le hubieses preguntado de dónde procede la leche, o de qué color es el alquitrán. Después, ante mi inmovilidad y mutismo, comienzan a darse cuenta que no lo saben, pero no lo procesan. Y dicen de todo: bandas armadas, hombres organizados en bandas, que piden pagos, matan, roban, controlan el tráfico de droga, gestionan actividades lícitas para limpiar el dinero sucio. Dicen estas cosas. Pero yo insisto, y les hago notar que aquello que están describiendo son elementos que definen el fenómeno de la asociación para delinquir, aplicables a cualquier banda armada de delincuentes, y vuelvo a hacer la pregunta: ¿qué es la mafia? ¿Cuándo y por qué una asociación criminal puede ser definida como mafiosa? Mejor dicho: de tipo mafioso. El estado castiga severamente las asociaciones de tipo mafioso. ¿Qué es lo que combate el Estado exactamente y por qué razón, dadas las medidas adoptadas, cree que es tan peligrosa?»
Estaba totalmente atraído por su discurso y curioso por saber a dónde quería llegar.
«Los veo, a menudo, rendirse ante la evidencia y admitir que no saben nada de algo que, paradójicamente, creían que conocían perfectamente: la mafia. Pero, obviamente, no todos saben todo. Y esta es una obviedad auténtica.»
Me miró otra vez, directamente a los ojos.
«Pero tú, que sabes estas cosas tan perfectamente para definir el Derecho como árido, y… sí… anacrónico, deberías saberme dar una respuesta concreta, ¿no te parece?»
Había leído una pancarta en la televisión. Habían escrito: «La mafia es una montaña de mierda.». Justo eso, en ese momento sentía que estaba debajo de aquella montaña de mierda.
Mi silencio fue más elocuente que cualquier respuesta. No se estaba ensañando. No me estaba diciendo «eres un idiota arrogante». Estaba haciéndomelo sentir, que es peor.
«Escucha, muchos saben que no saben muchas cosas: la fórmula química del magnesio, el peso específico del plutonio. No lo saben y ya está, no forma parte de su trabajo, o incluso no les ha pasado que hayan escuchado hablar de eso, o no han tenido nunca la necesidad de saberlo. Y no hay nada malo en todo esto. Pero si se lo preguntas dirán “no lo se”. Por el contrario, la diferencia que existe cuando se habla de mafia es que prácticamente todos están convencidos de saber lo que es, y en cambio este fenómeno es escurridizo, impalpable, imperceptible.»
Todo perfectamente lógico y, todavía más, nunca había visto tan locuaz a Spanna.
Yo, en cambio, estaba como el que, recién comenzada la película, no veía la hora de saber quién era el asesino.
«Pero la parte más difícil de creer, de comprender, de explicar, es que esto no ocurre por casualidad, digan lo que digan, la mafia “no existe”. O mejor dicho, la mafia no debe existir, según sus afiliados. ¿Sabéis que es por esto, según algunos, que se llama también “Cosa Nostra”? Parece ser que al inicio del fenómeno, hablo de hace muchísimos años, a todos los afiliados les estaba prohibido dar un nombre a esta organización. Porque la habría convertido en algo identificable y por lo tanto localizable. Es mucho más difícil combatir a un enemigo si no aparece como tal. Cuando ni siquiera se conoce cómo se ha formado. Para combatir un fenómeno complejo, por otra parte, es necesario comprenderlo en sus rasgos generales. Más allá de la sintomatología, que constituyen los elementos criminales. Si sólo conoces algunos aspectos, de manera fragmentaria, conseguirá engañarte, aprovechando tu ignorancia. Este es el mecanismo taimado de la asociación de tipo mafioso. Y quien ha aprendido a reconocerlo y a desvelarlo, sabe también cuáles son sus puntos débiles. Esos puntos débiles que en realidad la mafia conoce bien e intenta ocultarlos, desviándote. Los hombres de Estado que han comprendido, aquellos que han podido desvelar la identidad de este monstruo invisible, han sufrido la ira furibunda y nefasta, y muchos han pagado esto con su vida. Porque la mafia no quiere ser descubierta y cuando alguien está a punto de comprender los auténticos mecanismos, a punto de revelarla, la mafia mata. Mata para no ser matada.»
Casi hemos llegado, pensé. Ahora me lo explicará. Quizás.
«Ahora, Alessandro, volvamos con nosotros, ¿no piensas que uno como tú, con todas las cualidades que posees, tanto de sentirte capaz de definir nuestro Derecho como anacrónico, serías capaz de dar una respuesta a esta simple pregunta? Sabes que en el Códice está la respuesta, ¿verdad? Y sabes incluso que el Código Penal da la exacta definición…»
No. No me dijo quién era el asesino.
Desde la montaña de mierda salió mi voz, débil.
«Sí, creo que debería mirar mejor el Código, abogado.»
Estaba deshecho. Me había dado una buena paliza y me lo había merecido. Estaba a punto de marcharme, pero él me paró.
«Espera. Tengo que decirte algo.»
«Sí, abogado…»
«Quiero encomendarte un caso. Escúchame con atención.»
¿Encomendarme un caso? ¿Después de semejante rapapolvo? No entendía nada.
De todas formas, si había dicho escúchame con atención debía hacer dos cosas: permanecer en silencio y memorizar todo con claridad. Creo que, en el caso de que fallase, podría, como castigo, ser decapitado en la sala de reuniones: mi cuerpo sin vida, imaginaba, sería expuesto durante unos días, pendiendo de la lámpara, con un cartel en el pecho: No había memorizado bien lo que debía hacer.
Volví a sentarme.
«Hay una muchacha, es la compañera de un amigo mío. Uno de confianza, nos conocemos desde hace tiempo.»
«Sí, abogado.»
«Es una persona, como lo diría… importante. Una figura pública, de carácter firme, estimado e influyente. Por otra parte muy reservada.»
«Sí, abogado.»
«Deja de decir sí, abogado» continuó tranquilo «Esta muchacha, su compañera, tiene un problema con mi amigo, y ha acudido a mí. Yo quería rechazar el encargo. He pensado, de todos modos, hablar con él, sin revelar nada, obviamente. Le he hablado solo de la petición que me han hecho y me ha explicado: se trata de una pobre mujer, solitaria. Él la ha cuidado como ha podido, pero ahora ella está atravesando un período difícil y lo acusa de una serie de cosas… podríamos decir, muy concretas. Cosas que podrían dañar su imagen. En definitiva, ella no está muy bien de la cabeza. Tiene una historia familiar complicada. Ahora, él me ha pedido que no rechace el encargo, al contrario. Si la asistimos, podrá ayudarla a que no se haga daño a sí misma, sin obligarle a actuar y tener que neutralizarla. Por otra parte, él teme que pueda acabar en manos de algún colega sin escrúpulos que además de hacer dinero podría hacerle caso y manipular la historia. No anda descaminado. De todas formas, la estima y desea evitar verse obligado, para defenderse, a causarle daño. En fin, para acabar, quiero que tú la asistas.»
Habría querido decir sí, abogado, pero permanecí en silencio.
«Tienes unas cualidades innatas, entre las que se encuentra la empatía. Sabes que pienso esto seriamente. Le dirás que yo estoy ocupado y que te he encargado gestionar la instrucción del caso, y luego yo haré la valoración y lo llevaré. En síntesis, deberás hacer lo posible para hacerla entrar en razón, evitando que la cosa degenere en su contra. ¿Te ves capaz?»
«Ningún problema, abogado.»
«Perfecto.